Las ilusiones morales, trampas de la mente
Las decisiones y valoraciones en economía y política a menudo dependen de las percepciones distorsionadas de la realidad

En 2013, en una entrevista con Oprah Winfrey, el ciclista ganador del Tour de Francia en los siete años consecutivos de 1999 a 2005, Lance Armstrong, admitió por primera vez que había utilizado sustancias prohibidas para mejorar su desempeño; sin embargo, cuando se le preguntó si sentía que estaba haciendo trampa, contestó: “No, y eso es lo más temible”.

Armstrong sabía que prácticamente todos los ciclistas que estaban en los 20 primeros lugares mundiales usaban, en algún momento de sus carreras, este tipo de sustancias.
“Busqué la definición de ‘hacer trampa’, la cual es tener una ventaja sobre un rival o enemigo que ellos no tengan”, explicó, por lo que “lo veía como nivelar el terreno” e incluso animaba a otros integrantes del equipo de Estados Unidos a que usaran las sustancias para que pudieran alcanzarlo.
Es decir, Armstrong no sólo no creía estar haciendo trampa, sino que estaba tratando de ser justo y hasta generoso. Este es el ejemplo que pone Kajsa Hansson, economista de la Universidad de Linköping en Suecia, para explicar lo que llama “ilusiones morales”, las cuales tienen repercusiones desde la vida cotidiana hasta la economía y la política.
Engañar a la mente
Las ilusiones ópticas son bien conocidas y han sido ampliamente estudiadas, desde las muy sencillas, en las que, por ejemplo, estimamos erróneamente la longitud de dos líneas rectas dependiendo del contexto en que se nos presentan; hasta las más complejas, en las que creemos ver movimiento en imágenes fijas.
Los sesgos cognitivos son parecidos tanto a las ilusiones ópticas, pues tenemos una percepción distorsionada, como a las ilusiones morales, en las que, de hecho, participan.
En una ilusión moral, como la define Hansson, nuestro sentido ético se engaña sobre cómo percibe la realidad y nuestra participación en un suceso determinado, reduciendo o acrecentando nuestra responsabilidad en el mismo y la valoración que hacemos sobre ella.
Tendemos a usar lo que podemos llamar un ‘margen de maniobra moral’ para justificar decisiones egoístas. Esto significa que podemos actuar de manera egoísta en ciertas situaciones, sin sentir que nuestras acciones son moralmente incorrectas”, explica Kajsa Hansson en un comunicado.
Las ilusiones morales surgen principalmente en situaciones cuando muchas personas compiten por las mismas recompensas. El ejemplo paradigmático se da cuando en un juego o deporte perdemos y culpamos a la intervención de la suerte, a que el campo de juego no estaba nivelado, la posición del sol, incluso, a que el juego estaba amañado; cuando ganamos, lo explicamos por nuestras habilidades.
Pero Hansson es economista, por lo que le interesaba conocer respuestas de la gente a la pregunta ¿Cuándo se justifican moralmente las inequidades económicas? ¡Contra la inequidad! (bueno, si nos conviene)
Según la filosofía y la economía políticas las respuestas a esa pregunta dependen de la fuente de la inequidad.
De acuerdo con esta visión, las inequidades causadas por factores internos (por ejemplo el desempeño y diferencias en el esfuerzo) se deberían considerar más justas que las inequidades causadas por factores externos (p. ej. la suerte bruta o un terreno de juego disparejo)”, escribe Hansson en su tesis doctoral.
Así, quienes “ven el éxito en la vida como debido sobre todo a factores externos, como la suerte y los contactos, tienden a apoyar las políticas de redistribución más que las personas que ven el éxito como debido al trabajo y al esfuerzo”. Sin embargo, los primeros también tienden más a aceptar los comportamientos financieros faltos de ética, como el robo y el fraude.
“En la vida real, los procesos que generan inequidades económicas suelen ser complejos, ambiguos y de difícil acceso. Consecuentemente, la gente necesita basarse en sus creencias subjetivas y experiencias personales”, y por lo tanto entran en juego los sesgos cognitivos, principalmente: la asimetría del viento en contra o a favor (o el campo desnivelado); el sesgo de atribución; la preocupación por la imagen personal, y la difusión de la responsabilidad.
Los experimentos que hizo el equipo de la Universidad de Linköping muestran que el primero de estos sesgos, que puede llevar a las personas a actuar de forma egoísta para “nivelar el terreno de juego”, aparece sobre todo cuando la gente carece de información objetiva acerca de la imparcialidad del juego, sus reglas y el árbitro, por decirlo de alguna manera.
Algo similar sucede con los siguientes dos sesgos, que son generados porque las personas procuran verse de manera positiva, lo que suele conducirlas a atribuir sus éxitos al trabajo duro y a explicar sus fallos con la mala suerte.
Las experiencias personales en combinación con la confianza en su desempeño relativo pueden tener una gran influencia en la percepción de qué tan justo es el mundo”, escribe Hansson.
Epílogo democrático
La principal contribución de Hansson y su equipo es que sus resultados contradicen lo que se conoce como la “difusión de la responsabilidad”, que se supone ocurre cuando las decisiones se toman colectiva y democráticamente.
“En estos casos, siempre hay alguien más a quien culpar”, por lo que estudios previos han mostrado que nos volvemos más egoístas o “menos morales”. Sin embargo, los resultados mostraron “todo lo contrario”, dice Hansson.
Los experimentos del equipo de investigación no sólo no encontraron conductas egoístas sino que vieron que, en este tipo de escenarios, las personas tienden incluso a ser más generosas, quizá porque “tenemos la percepción de que tomamos decisiones por otros y actuamos colectivamente. Podemos especular que las personas se dan cuenta de que podemos contribuir más al bien común cuando todos contribuyen”, concluye Hansson.
79 %
de las personas considera que se desempeña mejor que el promedio cuando responde cuestionarios con preguntas sencillas.