Miles de minutos de resistencia

6 de Mayo de 2024

Miles de minutos de resistencia

RelatosPromo

En todo este tiempo el personal de salud en el país ha pasado peleando contra un diminuto enemigo sin vida llamado SARS-CoV-2, que caprichosamente se apodera del cuerpo, lo sacude, lo trastoca y, a veces, lo vence

Son más de seis mil horas desde que el nuevo coronavirus se instaló en México. Sí, cada minuto cuenta para el personal de salud. Es la diferencia de la vida frente a la muerte, es el lapso en el que pueden colocar un ventilador; el tiempo en el que deciden el tratamiento a seguir; es también el último respiro de aire fresco antes de portar el equipo por ocho o 12 horas en la Zona Cero, o es la posibilidad de contagiarte de Covid o no.

En todo este tiempo el personal de salud en el país ha pasado peleando contra un diminuto enemigo sin vida llamado SARS-CoV-2, que caprichosamente se apodera del cuerpo, lo sacude, lo trastoca y, a veces, lo vence.

Aunque en el camino el triunfo sobre el virus detona una inusitada esperanza, hay otras batallas --relatan a ejecentral decenas de médicos, personal de enfermería, camilleros, auxiliares, laboratoristas y equipo de limpieza--, como el lidiar contra una infraestructura sanitaria limitada y por momentos insuficiente, y enfrentar la burocracia. Pero también es, coinciden, vencer el miedo, el dolor del otro y de uno mismo, el aceptar sentirse derrotado y abrumado, pero al mismo tiempo tener la fortaleza de seguir; es vivir el enojo y la frustración porque las personas no se cuidan, y por si fuera poco, luchar contra el cuerpo que el agotamiento pretende doblar. Aquí algunas de esas historias.

Muchos creen que ya pasó el peligro, pero siguen muriendo

Sí se ha visto un incremento en las últimas dos semanas de los pacientes. Yo que estoy en el área de Epidemiología, pues me dedico a censar cuántos pacientes hay en cada área, y sí, diario hay más pacientes, y realmente no sé cómo nos pueda ir porque antes, en el pico de la pandemia no se colapsó, pero había más hospitales, había centros habilitados. Entonces ahorita que no los hay, o que se reconvirtieron, que dejaron de ser Covid, yo creo que si siguen incrementando los casos sí nos podemos ver colapsados.

Soy Rubí García, médico general en el Hospital General Dr. Enrique Cabrera, en la Ciudad de México y veo que nos hemos habituado a la situación, y se vuelve parte de la rutina y te acostumbras, pero aun así el miedo sigue estando.

Pero lo que hemos platicado entre los compañeros es que más allá del temor a contagiarse es contagiar a tu familia. Varios de mis maestros han muerto, compañeros de trabajos anteriores murieron. Ha sido difícil porque han sido varias pérdidas, yo creo que sin contarlos detenidamente sí han sido como 10 (fallecimientos cercanos). Entonces ha sido un impacto fuerte.

Falta una consciencia colectiva. Porque mucha gente piensa que si no les ha tocado (contagiarse) a ellos o a alguien cercano no les va a pasar, no lo entienden. Cuando salgo a la calle y me doy cuenta de que hay muchísima gente sin ninguna medida, sí es bastante triste, porque yo sí lo estoy viendo, diario veo personas morir por la pandemia.

Me afecta ver esa indiferencia de ‘a mí ya no me dio’. Muchas personas creen que ya pasó el peligro.

Es difícil ver eso, escuchar eso, y ver que la gente sigue llegando y se sigue muriendo. Es difícil porque ya estamos en un punto de cansancio, porque ya se trató de explicar, ya se pidió que se resguardaran, que tomaran las medidas, entonces se llega a un punto de ‘bueno, ya no puedo hacer más’. Tampoco puedes ir poniéndole los cubrebocas a cada persona que veas en la calle.

Parte de cada uno pensar en que tenemos que seguir luchando, que cada acción por pequeña que sea a lo mejor va a ser la diferencia en no contagiar a alguien, que alguien no se ponga grave, que alguien no se muera.

“Falta una consciencia colectiva. Porque mucha gente piensa que si no les ha tocado (contagiarse) a ellos o a alguien cercano no les va a pasar, no lo entienden. Cuando salgo a la calle y me doy cuenta de que hay muchísima gente sin ninguna medida, sí es bastante triste, porque yo sí lo estoy viendo, diario veo personas morir por la pandemia”, Rubí García, médico general en el Hospital General Dr. Enrique Cabrera.

“Aprendí a llorar sin sacar las lágrimas”

Estar con un paciente joven, un paciente recuperable que tiene toda la vida por delante y de pronto fallece, híjole es difícil. Pero ver que se contagió por estar haciendo su trabajo, por estar cuidándose en casa, cuidando a la familia y que de pronto salió a la farmacia, y fue la única salida que tuvo porque se cuidaba todo el tiempo. Es pesado.

Soy Ulises Zamora, enfermero en Morelia. El desgaste que he tenido ha sido elevado, he aprendido a actuar en situaciones de emergencia, a tener la mente clara cuando una vida está de por medio, pero también a llorar sin sacar las lágrimas.

Saber que (los pacientes) te dicen no me dejes porque me voy a morir, y no se equivocan, ese mismo día fallecen. Es muy complicado, muy complejo, ves la vida distinto. Hay nudos en la garganta, hay sentimientos, hay desgaste porque me siento más cansado, vivo agotado, fastidiado cuando veo a las personas que no se cuidan.

Profesionalmente he crecido, he aprendido más, he leído, pero de pronto en mi ámbito laboral, un hospital general de zona, un hospital Covid, hizo que sacáramos la personalidad que en verdad teníamos. Me ha afectado en mis relaciones personales, aunque me mantengo más sano alejado de personas toxicas, pero sí saco el lado malo de la gente, de los compañeros que no quieren trabajar, no sé si por miedo o por flojera, no lo sé, porque al menos miedo todos hemos tenido.

Esto de la salud es vocación o vocación, no hay más. Si uno lo hiciera por dinero pues no, hay cosas que dejarías más dinero que estar aquí. Pero hay compañeros, personas grises, negativas que se niegan mucho para entrar con los pacientes, se hacen los perdidizos, le dan la vuelta, y cuando están con ellos porque le pasaron una carta o un mensaje o le pasaron el teléfono a un paciente, pues indudablemente las personas que están afuera traen el sentimiento a flor de piel nos llaman ángeles, los mejores héroes. Pero simplemente estamos haciendo lo que haríamos como personas, como humanos.

Se toman las fotos con la cara marcada -por la careta, el equipo de protección-, yo los veo y digo ¡qué poca, eso no se hace! Estamos haciendo una labor, una profesión que quisimos y no necesitamos un aplauso, necesitamos que cada uno sea más responsable, en lugar de que aplaudan deberían tener autocuidado.

El portar cuatro, hasta seis horas el equipo de protección personal (EPP) o kit, como le llamamos, para estar en contacto con el paciente de Covid es complicado. Cuando estás con tu cubrebocas y careta si hay algún flujo nasal, si hay un moco jalas hacia dentro intentando pasártelo y si de plano es mucho, lo único que haces es soplar, pero no te quitas el cubrebocas, no lo manipulas, y son cosas que no platicamos porque a veces da pena entre los compañeros preguntar ‘oye y te comes los mocos o lo escupes’ porque por muy sarcástico que se escuche es una realidad.

Sale mucho salpullido en la cara, tipo acné, porque es como si tuvieras una mascarilla de dióxido de carbono, porque jalas el mismo aire que estás expulsando; todos los días es un dolor de cabeza porque existe una intoxicación de todos los días, no medida y no declarada porque al final de cuentas la emergencia es atender la pandemia de Covid, no atender el desgaste de personas que atienden la pandemia.

A esta generación de enfermeros, médicos que estamos atendiendo la pandemia indudablemente vamos a tener un tipo de secuela, no sé de qué tipo, no sé si sea pequeña o grande, pero es inevitable.

Nos dijeron ‘estén preparados porque se viene lo peor’

Desde hace 15 días empezaron a aumentar los casos, ahora ya hay más de 15 apoyos ventilatorios. Todo te llena de nostalgia porque aparte de que cada vez hay más casos (de Covid-19), empiezas a notar que hay más casos en personas cercanas, familiares, y amigos. El viernes (30 de octubre) el tío de una amiga, que era médico jubilado falleció; una amiga mía que no se dedica a nada de esto también murió.

Uno se cansa porque todo el día usas el cubrebocas. Soy enfermera en el Hospital General Regional No. 72, en el estado de México. Estoy en el turno de la noche, son 12 horas con cubrebocas y son de los que no entra ni sale nada de aire, entonces sales con dolor de cabeza, fastidiada, con ganas sólo de salir, comer, bañarte y dormir. Y en el transporte público la gente sin usar cubrebocas, o se te quedan viendo con cara de que los vas a contagiar.

Está uno cansada de todo el tiempo estar usando el equipo (de protección), y ves que la gente no entiende, suben al Face las fotos de sus fiestas, reuniones y uno así de ‘¡No inventes!’. Te pones triste porque has visto a personas de tu ramo o cercanas que han fallecido, y te pones a pensar ‘¿en qué momento me va a tocar a mí?’ y dentro de eso, pues está el contagiar a tu familia.

Yo sé que es nuestro trabajo y vemos las muertes diario, pero es una tras otra y son personas que a lo mejor estás hablando con ella en un momento; vas por un medicamento, regresas y ya cayó en paro. Fallecen rapidísimo.

En el hospital sigue habiendo escasez de insumos. Y ya te cuentan todo, se ha puesto muy pesado, te cuentan hasta cuántas jeringas y torundas tienes.

Y ya no sólo es eso, sino que el virus mutó, entonces, ya les dan hemorragias internas, y ya con el antibiótico que se tenía ya no les ayuda mucho. Es un rebrote, pero se viene más fuerte, porque se junta influenza, neumonía y Covid. Nos dijeron ‘estén preparados porque se viene lo peor’.

Quizá para la gente de afuera no se ve eso, dicen ‘ah es un rebrote y no vemos nada’, pero los que estamos adentro vemos cómo se están complicando en cuestión de horas.

Nos mandaron al psicólogo, tengo muchas compañeras que siguen en terapia porque son más susceptibles, les ha afectado más. Yo fui una vez, pero me valoraron y me dijeron que todavía estaba dentro de lo ‘normal’. Pero hay quienes ya las tienen con antidepresivos. Pero sin duda nos va a dejar muy marcados esto.

Lo que me hace recaer es el miedo, porque mi papá es diabético, cardiópata, hipertenso; y mi mamá es hipertensa, entonces, me da miedo que se vayan a contagiar. Y nada más empiezan medio a toser y ya les digo ¡ay tomate esto, tomate aquello! No quiero verlos como llegan los pacientes. Hay que ser realistas, yo sé que si papá llega a caer, que Dios no lo quiera, él no va a salir por todas las patologías que tiene”.

“Recursos para investigación no son una prioridad”

El área de investigación que es la que yo coordino se ha enfocado a que los proyectos principales, a los que se les ha dado preferencia sean protocolos que tengan que ver con la Covid, dentro de nuestras posibilidades, dado que los recursos de investigación en el hospital no son una prioridad.

Soy José Moreno Rodríguez, director de Investigación y Enseñanza del Hospital Juárez de México, y nosotros lo que buscamos, sobre todo, es que los proyectos sean novedosos, que no busquen cosas que ya se saben y que pueden ser aplicables en la práctica aquí en nuestro ámbito.

Por ejemplo, hemos estudiado los aspectos psicológicos, hay uno que se dedicó a ver el impacto sobre el personal de salud, pero los resultados todavía no son evaluables. Otros proyectos están encaminados a buscar tratamientos que sean útiles dado que al principio no había nada. Actualmente, ya sabemos más o menos cómo tratar a la enfermedad, aunque no es tratamiento específico.

Ya se sabe que hay que darles en forma temprana dexametasona, por ejemplo; que hay darles anticoagulantes; ya se sabe que hay que mantener a los pacientes en cierta posición para disminuir las complicaciones respiratorias. Por eso en este segundo brote, aunque los casos son muy abundantes la mortalidad es mucho menor al primer brote, esa es una de las razones, podría haber muchas razones posibles, pero esa es una de las principales.

Otra es que hay una mutante de virus que parece ser que es más común que la cepa original. Esta mutante en la proteína “s” del virus, la proteína spike que es hacia la que se están dirigiendo las vacunas. Es la proteína que le permite al virus unirse a la célula e invadirla, y cambió una parte de esta molécula. Este aminoácido cambió y tuvo dos consecuencias: uno, que este virus parece que es más hábil para infectar, pero parece que es más sensible a los anticuerpos.

Entonces es una enfermedad que se disemina más rápido, pero que responde mejor a nuestra inmunidad, o sea, se controla mejor con nuestra inmunidad y por eso puede ser que sea menos grave; esto no se ha demostrado, es teórico, es hipotético, pero es una gran posibilidad, todo parece indicarlo.

De acuerdo a cómo están yendo las investigaciones en varios grupos. De todos los tipos de vacuna que hay, hay una de una compañía que se llama Sinovac, de China, que es un virus inactivado que probablemente esté lista a finales de año.

La vacuna de AstraZeneca que tuvo algunos retrocesos, pero está en marcha otra vez, planean que esté lista a finales de diciembre de este año, que es un vector en un virus que tiene insertada la proteína del coronavirus, es un virus hibrido que no se replica y que induce inmunidad; y la última es un RNA o ARN en español, que es un ácido ribonucleico

que contiene la información para que nuestras células fabriquen la proteína “s” del virus, y esta vacuna parece ser que tiene bastante eficacia, se planea que a finales de noviembre, principios de diciembre esté lista.

Los laboratorios se han arriesgado a fabricarla aun ante el posible riesgo de que estas pudieran no salir al mercado finalmente, en ese sentido las compañías se han portado bien. Pero ahora viene la logística de producir millones de dosis vacunas para toda la población en riesgo que hay en el mundo, y ese es un problema mayúsculo

Me canse de ver a la gente morir…

Cuando la jefa de Julieta, pasante de enfermería del Hospital General Regional 72 del Seguro Social, le avisó que tendría que doblar turnos porque hacían falta manos para atender la zona de Covid-19, ella accedió sin pensarlo, después de todo, le habían contratado de forma inmediata, justo por la crisis sanitaria, y sentía que de esa manera podría ayudar más.

Los turnos dobles pasaron de una semana hasta dos meses sin interrupción, guardias extensas que a veces la mantenían en el hospital incluso en los tiempos que tenía para descansar, especialmente, porque prefería dormir allí que recorrer un trayecto de más de 2 horas para llegar a su casa en Ecatepec, en donde sólo estaría un momento antes de regresar al trabajo.

El cansancio físico comenzaba a acumularse, pero era poco en comparación al estrés que vivía dentro de la zona de Covid-19, a donde llegaban pacientes graves sin parar, y los fallecimientos crecían día a día.

La rapidez con la que las personas empeoraban no dejaba de sorprenderla, incluso recuerda con gran detalle el caso de un joven que murió en la sala de urgencias tan sólo minutos después de haber ingresado, sin que ella pudiera siquiera tomar sus signos vitales. Aquella vez le dejó marcada. Desde entonces, además del cansancio, comenzó a sentir enojo por lo que veía a su alrededor.

Salir y ver cómo la mayoría de las personas alrededor del hospital no usaba cubrebocas o tomaba distancia suficiente, le recordaba a alguno de sus pacientes de terapia intensiva, que luchaban por una bocanada de aire, por su vida.

Intentaba no vincularse emocionalmente con sus pacientes, porque sólo lograba sentir más coraje de las circunstancias que los habían llevado hasta esa cama de hospital. Algunos se habían enfermado por salir a trabajar, pero no podía evitar sentir rabia cuando llegaba algún adulto mayor que había sido contagiado en una fiesta familiar o ante la insistencia de sus parientes por verlos a pesar de las recomendaciones de no hacerlo.

Su enojo llegó al límite cuando una de sus vecinas le pidió ayuda para revisar a Don Tomas, su papá, hombre de 75 años que presentaba fiebre y tos desde hace unos días, pero que no contaba con ningún tipo de seguridad social y además se negaba a ir el hospital porque uno de sus sobrinos le dijo que ahí estaban matando a la gente para “inflar” los números del virus.

Julieta insistió en que hacía falta llevarlo a un hospital, porque sus signos eran delicados, o al menos, llamar a un doctor para que pudiera evaluar la situación, pero la vecina le dijo que no tenía dinero y que probablemente solo era un resfriado ya que varios de sus sobrinos habían estado con “gripa” la semana pasada que los visitaron, pero que todos ya estaban bien, y sin problemas.

Don Tomas falleció dos días después en su cama, Julieta no se enteró hasta la mañana siguiente cuando, al regresar del hospital, se encontró con el funeral.

Su jefa no tardó en detectar señales de ese enojo y cansancio, una semana después de lo ocurrido con su vecino la mandó llamar para hacerle una serie de preguntas sobre su estado emocional. Julieta no recuerda con claridad todos los cuestionamientos, pero sí aquel sobre si estaba agotada por los turnos de trabajo o el horario, dice que lo único que sintió fue rabia, porque no estaba exhausta de trabajar, pero sí de ver a la gente morir sin que afuera se lo tomaran en serio.

“Me cansé de ver a la gente morir, sin que a nadie le importe, sin que nada cambie”, fue su repuesta antes de quedar en silencio. El resto de las preguntas se encaminó a ese tema, pero ella no le tomó tanta importancia, sabía que eran parte de un trámite que concluyó en una licencia por dos meses a causa de salud mental y estrés laboral.

Desde entonces Julieta visita a un especialista que le fue asignado por el Seguro Social, no es la única, al menos otras dos de sus compañeras han tenido que asistir a este servicio, y ella cree que el número es mayor, pero que nadie quiere admitir que es “débil” frente a esa situación.

Ahora se siente mejor, aunque la culpa la persigue por no poder seguir atendiendo a sus pacientes como debería, aunque, también reconoce que el enojo sigue presente, y que no volvería a trabajar tanto tiempo extra porque la sensación de ver tantas personas sufrir sin poder ayudarlas es algo para lo que ninguna escuela te prepara.

Julieta asegura que, aunque está entrenada para lidiar con el sufrimiento y el dolor, también lo está para aliviarlos, y que la pandemia ha representado hacer ese trabajo con una mano atada y los ojos vendados, a medias y en contracorriente de una mayoría indolente que, a diferencia de ella, no se cansa de ver a nadie morir.

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