El mapa político de América Latina ha comenzado a teñirse de un azul profundo, un viraje que parece responder más al agotamiento de las utopías que a la convicción de las nuevas promesas. La reciente victoria de José Antonio Kast en Chile no es un evento aislado ni una casualidad estadística; es el eco de un estruendo que ya escuchamos en otras latitudes y que nos obliga a mirar “detrás de la tinta” de los discursos de orden y seguridad.
Lo que ocurre en el Cono Sur es una paradoja histórica que estremece. Ante el hartazgo y la parálisis percibida en el gobierno de Gabriel Boric, una parte considerable de la ciudadanía chilena ha decidido buscar refugio en la antítesis del progresismo. Es sintomático y profundamente alarmante que el país haya elegido como guía a un descendiente directo de un militar que participó activamente en la dictadura de Augusto Pinochet, el periodo más represivo, sangriento y oscuro en la historia moderna de Chile.
Para entender el ascenso de esta ultraderecha, es imperativo hacer una autocrítica desde la acera de enfrente. La izquierda en la región, en muchos casos, se extravió en la burocracia, la ineficiencia y una desconexión con las necesidades más elementales de la población. Aquellas promesas de justicia social que encendieron las calles chilenas durante el estallido de 2019 parecen haberse diluido en una gestión que no logró dar respuestas tangibles a la inseguridad, el control migratorio y la inflación.
El electorado no siempre vota por ideología; a menudo vota por supervivencia o por castigo. Cuando la esperanza de cambio se convierte en frustración cotidiana, el terreno queda fértil para figuras que prometen “limpiar” la casa con métodos radicales. El problema es que esa “limpieza” suele llevarse por delante los derechos fundamentales de las minorías, de la comunidad LGBTIQ+ y de los migrantes, quienes terminan siendo los chivos expiatorios de una crisis que ellos no provocaron.
Las barbas a remojar
Este fenómeno no es ajeno a nuestra realidad mexicana. La tendencia chilena debe encender las alarmas en nuestro país, donde personajes que antes parecían marginales están cobrando una fuerza inusitada en el discurso público. Figuras como Lilly Téllez, Teresa Castell o Eduardo Verástegui han comenzado a capitalizar ese mismo descontento, utilizando una retórica que prioriza la confrontación y los valores ultraconservadores.
Incluso en el ámbito empresarial, vemos cómo Ricardo Salinas Pliego se alinea con este discurso global al defender abiertamente la portación de armas en México, replicando la narrativa de Donald Trump y la Asociación Nacional del Rifle al tiempo que miles de personas lo consideran genuinamente una opción viable rumbo a 2030. Esta “americanización” de la política mexicana, donde se apela al miedo y al armamento ciudadano como solución a la violencia, es el caldo de cultivo ideal para un autoritarismo de derecha que podría erosionar nuestra ya frágil democracia.
Lo más desconcertante de esta ola es el respaldo y la legitimación que estas figuras están recibiendo a nivel global. Resulta paradójico que, en un mundo que clama por estabilidad, veamos surrealistas escenarios de una María Corina Machado en Venezuela recibiendo el Nobel de la Paz o la FIFA galardonando a Donald Trump por el mismo motivo.
Estos reconocimientos son un blindaje moral para la ultraderecha. Si el sistema internacional premia o normaliza a este tipo de personajes, el mensaje para el ciudadano de a pie es claro: la radicalización no solo es aceptable, sino que es el camino al éxito.
Hoy, Chile es el recordatorio de que la libertad es frágil y que la memoria histórica puede ser derrotada por la urgencia del presente. Si las instituciones democráticas y los gobiernos progresistas no logran cumplir con lo básico —seguridad, pan y justicia—, el ciudadano buscará refugio incluso en la sombra de aquellos que alguna vez lo oprimieron. Detrás de este triunfo de Kast, se lee una advertencia para México y toda Latinoamérica: el desencanto es el combustible más potente para el retorno de los fantasmas que creíamos haber vencido.