Crónica para una política exterior mexicana

17 de Mayo de 2025

Omar Hurtado
Omar Hurtado

Crónica para una política exterior mexicana

Omar Hurtado Ok

La política exterior de México y la diplomacia en el sexenio pasado, y en lo que va del actual, podría ser una muy buena escuela para jóvenes interesados en las relaciones internacionales, sobre lo que no se debe hacer. Los resultados son obvios, un país de la magnitud de México en el mundo, con un potencial político y económico de envergadura para asumir liderazgos internacionales como lo hizo en el pasado bilateral, regional y multilateralmente, está en la lona.

Hoy México se encuentra sin alianzas políticas y diplomáticas significativas. Cuenta con vínculos y lealtades con personajes de la talla de Miguel Díaz-Canel (Cuba), Gustavo Petro (Colombia), Daniel Ortega (Nicaragua) y Nicolás Maduro (Venezuela), o con expresidentes como Alberto Fernández (Argentina), Evo Morales (Bolivia), Rafael Correa (Ecuador) o Pedro Castillo (Perú), una acotada lista para la política exterior que México debería tener, promovida no por el interés nacional, sino por una obstinada ideología de “izquierda” de antaño, que deriva en populismo puro ante las masas desinformadas y recompensadas con programas sociales de partido político. Al pobre arsenal puede agregarse la ideologizada y fragmentada CELAC, hoy a cargo de la presidente hondureña.

En el sexenio pasado no hubo política exterior porque tampoco México contó con un jefe de Estado, contó con un líder partidista donde lo esencial del Estado lo constituía el sistema electoral, los votos, el partido, el control político y el liderazgo, sumido en el mesianismo, la mitomanía y la manipulación, la egolatría y el narcisismo, que al parecer son conceptos comunes en el populismo, léanse por ejemplo algunos muy característicos como Donald Trump, el finado Hugo Chávez, Maduro o el propio López Obrador.

México estuvo a cargo de un sujeto desinteresado y neófito en política exterior, sin contrapesos, con un congreso de mayorías sumisas y sin propuestas internacionales, de aplaudidores. El retroceso político es diametral hacia esa fase descrita por el recién fallecido escritor Mario Vargas Llosa de la “dictadura perfecta”, donde los poderes del Estado y los patrones sociales eran cooptados por el poder político.

El presidente es el jefe de la política exterior, pero también la cancillería tiene la misión de ejecutar y hacer propuestas al ejecutivo para el buen desempeño de la política exterior y el interés nacional, cuyo primer canciller en el gobierno anterior estaba más preocupado en su candidatura presidencial que en los temas internacionales, sustituido para cerrar el sexenio por otra titular que prácticamente pasó inadvertida.

Como bravucón de barrio, López Obrador terminó a golpes innecesarios con varios países latinoamericanos, incluida España, por razones ideológicas e intromisión mexicana en la política interna o procesos electorales en Bolivia, Ecuador, Panamá y Perú, hechos que derivaron en el nombramiento de varios embajadores mexicanos como persona non grata, incluido el mismo presidente, y en el rompimiento de relaciones diplomáticas con Ecuador por la violación a las instalaciones de la Embajada de México en ese país. El tema escaló al más alto nivel.

Hasta ahora en Cancillería la política exterior no parece despegar, como para situar a México en el lugar que le corresponde internacionalmente. Parece que la presidente dará continuidad al amor apasionado por las tiranías de Cuba y Venezuela, impuesto por su benefactor, como lo hizo en la pasada reunión de CELAC. En pleno proceso electoral ecuatoriano se pronunció a favor de la candidata de oposición Luisa González en clara violación al socorrido principio de no intervención y la Doctrina Estrada, además de rechazar la reelección de Daniel Noboa por supuestas irregularidades electorales. En los vínculos con Estados Unidos las respuestas de México parecen reactivas; a pesar de la “cabeza fría” y ‘tener los pies en la tierra”, como la mandataria se describe, el presidente de ese país ha impuesto y no negociado.

Es preciso retomar la diplomacia profesional, abrirse a los grandes jugadores internacionales y desechar en definitiva ese absurdo de “la mejor política exterior es la interior”, creado para consumo interno, solo útil para no asumir compromisos internacionales y no hacer política exterior.