Cuando ni la presidenta esta a salvo. México, un país que normaliza el acoso

7 de Noviembre de 2025

Claudia Aguilar Barroso

Cuando ni la presidenta esta a salvo. México, un país que normaliza el acoso

Claudia Aguilar Barroso

Claudia Aguilar Barroso

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Foto: EjeCentral

El acoso de que fue víctima la presidenta de México no es una anécdota ni un hecho aislado: es un espejo de un país que sigue aceptando la violencia contra las mujeres como normal. Si ni la mujer con mayor poder político puede librarse de que la toquen sin su consentimiento, ¿qué nos queda a nosotras? Que lo ocurrido no se borre con explicaciones ni justificaciones. Es, o debería ser, el primer paso de una política pública transversal que ponga fin a la impunidad, a la indiferencia y al machismo estructural que siguen siendo dueños de nuestras vidas.

Pienso en lo duro que debe de ser sufrir un acoso delante de las cámaras, aguantar la compostura que exige el cargo y, encima, tener que denunciar y explicar lo que te pasó. No deberíamos poner en duda la respuesta de Claudia Sheinbaum, sino plantearnos qué dice de nosotros como sociedad la manera en que respondimos a lo que vimos. El acoso paraliza. Aturde. Deja en ridículo. Y lo que más duele es que luego tengas que dar cuentas de tu propia reacción, como si hubiera una forma “correcta” de ser acosada. La violencia no se administra, se sobrevive.

Las violencias que enfrentamos las mujeres son resultado de la educación patriarcal que durante décadas ha enseñado a muchos hombres a irrumpir en nuestros espacios personales y corporales como si fueran suyos. Ninguna mujer —sea o no presidenta— debería sentir el asco, el miedo y la rabia que dejan los ataques lascivos. Pero es más cómodo decir “fue un montaje” que enfrentarse a lo que hay: que hay gente que hace esto todos los días, a cualquier hora, en cualquier sitio. Que la presidenta se haya visto en medio de un acoso, no significa que no haya miles de mexicanas que, día a día, sufren acosos sin la presencia de cámaras, sin seguridad y sin que nadie les haga justicia.
Por eso, si algo bueno puede salir de algo tan indignante como que la Presidenta haya sido víctima de acoso, debería ser el fin de la indiferencia institucional. Que este hecho sirva para dejar de ignorar a las víctimas, para hacer algo verdaderamente eficaz contra el acoso y el abuso que miles de mujeres enfrentan a diario. Y también, para limpiar la vida pública: sacar del poder —empezando por las filas de Morena- a personajes impresentables como Cuauhtémoc Blanco, que cargan denuncias de abuso y siguen cobijados por la complicidad política.

No podemos seguir llamándonos una democracia cuando el cuerpo de las mujeres sigue siendo territorio de impunidad. En pleno siglo XXI, el acoso sexual no está tipificado como delito penal en todos los estados del país, lo que significa que la posibilidad de obtener justicia depende del código postal. Urge homologar su penalización, fortalecer las instituciones de atención con perspectiva de género y asegurar una política de prevención, educación y reparación que actúe en todos los niveles del Estado.

Es momento de echar a andar una estrategia nacional de cambio de la cultura que vaya más allá de las declaraciones y de las campañas de un mes. De una política que eduque en la igualdad, que contribuya a romper los estereotipos, que garantice que los centros de trabajo, las aulas y todos los espacios públicos sean seguros. Que enseñe a los niños a respetar a las mujeres y que las instituciones se ocupen de protegerlas. Que no deje ni un solo resquicio de duda cuando una mujer afirma: “me acosaron”.

El cuerpo de la presidenta, agredido en la calle y a plena luz del día, y ante las cámaras, es una metáfora brutal: ni el poder, ni la autoridad de la investidura valen para proteger a las mujeres de la violencia machista. Pero también puede ser la chispa que prenda una enorme transformación, si se asume con valentía política y con responsabilidad social.
No permitamos que el acoso sufrido por la presidenta sea otra noticia que pase de largo. Que este sea el momento en que el Estado mexicano deje de fingir demencia, de mirar hacia otro lado, y asuma con seriedad su responsabilidad frente a la violencia de género. Que sea también el momento de reconocer a quienes han sostenido esta lucha: a las mujeres que desde el activismo y la academia defienden los derechos civiles, a las jóvenes feministas que toman las calles, a las que denunciaron a sus agresores, y a todas las que han roto el silencio. Si en nuestro país, ni la presidenta está a salvo del acoso, entonces no basta con indignarse: hay que cambiarlo todo.