Después de un periodo extraordinario del Poder Legislativo, marcado por intensos debates y enfrentamientos acalorados entre legisladores, una reforma fundamental pasó casi desapercibida. Entre las múltiples leyes y disposiciones aprobadas, se incluyó una modificación a la Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacional que rompe con más de dos siglos de silencio. Esta reforma añade a las efemérides nacionales a mujeres distinguidas, sumando varios nombres de figuras que, sin duda, merecen un homenaje nacional.
A primera vista, una reforma de este tipo podría parecer fuera de lugar, especialmente con una agenda nacional tan cargada de temas urgentes y complejos. Sin embargo, este gesto, modesto, pero profundamente significativo, representa un paso crucial. La historia comienza a saldar una inmensa deuda, incorporando por fin la tan necesaria perspectiva de género.
Por más de un siglo, el Panteón Civil de Dolores albergó la Rotonda de los Hombres Ilustres. Fue hasta el siglo XXI cuando se reconoció que las mujeres también podían ser ilustres, modificando su nombre a Rotonda de las Personas Ilustres. Esta reforma reciente a la ley de Símbolos Patrios es una extensión lógica y vital de esa visión.
En sintonía con esta perspectiva de género y la inminente fecha de la reforma, la efeméride más cercana bajo sus efectos será el 31 de julio. Ese día, por primera vez en la historia de México, la bandera se izará a media asta en memoria de una mujer: Sara Pérez Romero, en el aniversario de su fallecimiento.
El reconocimiento cívico a Sara Pérez Romero no se debe simplemente a que fue la esposa o viuda del presidente Francisco I. Madero, ni por haber sido la primera dama de un régimen efímero. Su grandeza radica en su inquebrantable firmeza mientras la ciudad ardía. Fue una activista incansable, benefactora, anfitriona de clubes obreros y comités femeninos, organizadora de actos públicos y, en 1911, fundadora de la Cruz Blanca Neutral por la Humanidad. Esta organización civil brindó auxilio médico en los campos de batalla cuando la guerra civil apenas comenzaba a perfilar el siglo XX.
Durante la Decena Trágica, doña Sara no huyó. Permaneció en Palacio Nacional mientras los disparos sacudían el corazón de la capital. Tras el asesinato de su esposo, el exilio la llevó a Cuba y Estados Unidos, hasta que en 1921 regresó a una ciudad que ya no sentía suya. Rechazó cualquier protagonismo, eligió el silencio y habitó hasta su muerte una casa modesta en la calle Zacatecas, en la colonia Roma. Allí vivió con la dignidad de quien ha perdido todo, salvo la memoria y el honor. Quizás, el inmueble, merecería una placa de bronce, un punto de anclaje en el mapa urbano que recordara que allí vivió una mujer que supo transformar el dolor en compostura y la rabia en servicio.
En la película “Mariana Mariana”, basada en “Las batallas en el desierto” de José Emilio Pacheco, hay una escena reveladora: unos niños, Jim y Carlitos, les gastan una broma infantil a unas señoras. Un conserje, al percatarse, los regaña airadamente por atreverse a faltarle el respeto a la viuda del presidente Madero, evidenciando el profundo respeto que la comunidad le profesaba, que se rescata en el cine y la literatura.
La historia oficial la encasilló, injustamente, como “la esposa del mártir”. Sin embargo, quienes la conocieron sabían que no era un personaje de reparto. Asistía a mítines obreros, recibía a mujeres organizadas, presidía el Club Caridad y Progreso y nunca dejó de promover la instrucción popular. Incluso, ella y su esposo fueron padrinos de bodas de Emiliano Zapata y Josefa Espejo. A falta de hijos, legó un ejemplo silencioso de entereza.
El 31 de julio, cuando la bandera descienda a media asta, el viento no traerá solo el eco de una ceremonia protocolaria. Será, ante todo, un acto contra el olvido. El homenaje a Sara Pérez Romero no es un simple guiño a la corrección histórica, sino un poderoso recordatorio: hubo mujeres que lo dieron todo por la nación y, a cambio, recibieron el silencio. Finalmente, una ley reconoce su existencia y su legado.