1er. TIEMPO: El abogado de criminales. En las reseñas sobre abogados famosos en Estados Unidos, el nombre de Jeffrey Lichtman aparece como un litigante experto el fraudes de valores y médicos, delitos de cuello blanco y narcotráfico. Lichtman no es un abogado convencional. Su despacho en Nueva York no proyecta precisamente la solemnidad de los bufetes tradicionales, y su estilo directo, provocador y muchas veces insultante -dentro y fuera de la corte- lo han convertido en un personaje temido tanto por fiscales como por periodistas. Es el tipo de abogado que no duda en enfrentar al sistema, descalificar a testigos protegidos o acusar a gobiernos extranjeros de corrupción. Lo hizo en el juicio de Joaquín “El Chapo” Guzmán, cuando aseguró que el verdadero jefe del narco no era su cliente sino Ismael “El Mayo Zambada”, quien, dijo su reparo, se mantenía libre gracias a sobornos al más alto nivel en México. Lo hizo recientemente al responder a la presidenta Claudia Sheinbaum sus reclamos porque el Deprramento de Justicia de Estados Unidos no le quería informar del acuerdo de culpabilidad con el hijo de “El Chapo”, que también es su cliente, Ovidio Guzmán López, y le dijo que era “publirrelacionista” de los cárteles mexicanos. El gobierno de México ya lo demandó por difamación, sin entender la idioscincracia de los abogados estadounidenses que este tipo de momentos, donde una figura de mucho mayor prominencia que ellos, entrar a jugar en su chapoteadero político y mediático. Este tipo de errores de líderes, los toman como trofeo, como hizo César de Castro, el abogado del exsecretario de Seguridad, Genaro García Luna, cuando el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador, enfurecido porque en una de las aduencias de aquél juicio preguntó a un testigo sobre un pago del Cártel de Sinaloa a él, dijo que lo iba a demandar en Estados Unidos y difundió en la mañanera una carta donde lo acusaba de una “actuación alevosa y arrogante que pone en duda la dignidad del presidente de México”. La carta que le vió la tiene De Castro enmarcada en su despacho en Wall Street. La afirmación de Lichtman, como la que hizo ante la Corte Federal en Brooklyn donde se juzó a “El Chapo”, no fue un desliz, sino una estrategia pensada, calculada y, sobre todo, con un mensaje político. Lichtman sabe que, en los juicios mediáticos, el verdadero tribunal está fuera de la sala: en las redes sociales, en los titulares de los noticiarios, en la prensa escrita, en la opinión pública y, a veces, en las oficinas donde se negocia la geopolítica. Lichtman no sólo elige a sus clientes por los honorarios, sino por lo que representan: acceso a redes de poder, información sensible y, en ocasiones, a secretos que comprometen a gobiernos enteros.
2º TIEMPO: El abogado de casos de alto impacto. Los perfiles que existen en revistas especializadas en abogacía sobre Jeffrey Lichtman, lo señalan como un litigante agresivo en los juzgados, con duros, precisos e incansables contrainterrogatorios, que ha hecho que sea un litigante buscado por personalidades prominentes, que van desde ejecutivos de empresas a narcotraficantes, pasando por artistas, como Jayceon Taylor, un rapero famoso por su nombre artístico “The Game”, que tiene un amplio expediente judicial, o a “Fat Joe”, como se hace llamar el superstar del rap latino, José Antonio Cartagena, acusado de coerción y sexo con menores. Lichtman se hizo famoso en México cuando participó en la defensa de Joaquín “El Chapo” Guzmán y posteriormente en la de su esposa Emma Coronel, a quien también querían encarcelar en Estados Unidos. Ahora lo es de Ovidio Guzmán López y, eventualmente, lo será de sus hermanos Joaquín, Iván Archivaldo y Alfredo. Pero el personaje que lo colocó en la atención en Estados Unidos fue la defensa de John Gotti Jr., que heredó la jefatura de la familia Gambino, a la cual, a través de su violencia y comportamiento despiadado, se convirtió en el líder de las cinco organizaciones criminales de Nueva York. En 1992, un jurado lo encontró culpable de 13 delitos, incluido asesinato y crimen organizado, que llevó a que la prensa neoyorquina dijera que se había acabado con el mito del “Don del Teflón”. Litchman entró a su defensa y logró llevarse el juicio, mediante apelaciones, hasta 1999, cuando lo sentenciaron, después de haber admnitido que, en efecto, era el jefe de la mafia neoyorquina. Nuevas acusaciones por delincuencia organizada cayeron sobre de él, quien decía que se había retirado de las actividades criminales, y Lichtman logró que tres juicios fueran declarados nulos porque los jurados nunca tuvieron consenso y varios de ellos expresaron dudas razonables. En uno de ellos, se descubrió que un jutrado fue sobornado para que votara “not guilty”. El abogado logró también que no pudieran encontrarlo culpable del secuestro e intento de asesinato del controversial racista Curtis Sliwa, que en un popular programa de radio que tenía, habló mal de su padre. Ante tantos reveses, los fiscales decidieron ya buscar un cuarto juicio para encontrarlo culpable. La relación de Litchman con Gotti termninó en 2018, cuando lo despidió meses antes de enfrentar un nuevo juicio por el Caso Sliwa. Nunca explicó el mafioso porqué concluyó su relación con Lichtman, a quien se le acreditó haber sido quien lo salvó de haber ido a la cárcel años antes. El abogado solo comentó que habían terminado en buenos términos. Ese fue el caso que realmente lo dio fama, y por el cual la prensa lo calificó de “brillante”.
3er. TIEMPO: El juego del abogado. Rápidito, la consejera jurídica de la Presidencia, Ernestina Godoy, respondió a la instrucción presidencial y el lunes pasado presentó una demanda por difamación contra Jeffrey Litchman, abogado de Ovidio Guzmán López. No parece que nadie en el gobierno mexicano hubiera hecho un perfil del abogado antes de proceder legalmente contra él, no porque no puedan hacerlo con enormes posibilidades de éxito, sino porque entraron en su juego. En el mundo de los tribunales penales en Estados Unidos, pocos nombres despiertan tanto respeto como desconfianza como el de Lichtman, arquitecto de una de las defensas más célebres y mediáticas de la última década: la del narcotraficante Joaquín “El Chapo” Guzmán, fundador del Cártel de Sinaloa y uno de los miembros del triunvirato que lo dirigieron por lustros. Desde entonces, la figura de Lichtman ha oscilado entre el aura del genio legal -como algunos lo ven en su país- y la sombra del abogado dispuesto a todo por ganar. Pero como suele suceder en los casos que rozan el poder, el dinero y el crimen, lo importante no es lo que se dice públicamente, sino lo que se negocia en privado. La pregunta que no pocos se hacen aquí y allá, es si actúa únicamente como abogado, o si su función va más allá: como operador en la delgada línea que separa la defensa penal del tráfico de información. Es un secreto a voces que algunos de sus clientes -convertidos en “colaboradores”- han intercambiado información con agencias federales a cambio de beneficios procesales. No hubo con “El Chapo” Guzmán, porque nunca quiso traicionar a sus viejos camaradas de crímenes. Pero no ha sido lo mismo con su hijo Ovidio, que se declaró culpable y ofreció colaborar cuando lo requiera cualquier autoridad de Estados Unidos. Como negociador en jefe de sus clientes, las negociaciones, el abogado del Diablo ha logrado construir una posición privilegiada: es confidente de criminales de alto perfil, interlocutor de fiscales federales y, en no pocos casos, una pieza clave en operaciones de inteligencia no declaradas. Para la DEA, el FBI o el Departamento de Justicia, Lichtman es visto como un mal necesario. Para muchos de sus colegas, es una figura que cruza los límites éticos. Para sus clientes, la última carta en un juego donde la libertad vale millones. Su cercanía con el caso de “El Chapo” Guzmán no fue sólo jurídica. Usó el proceso para proteger a su cliente, presionar a las autoridades mexicanas, generar ruido mediático y, sobre todo, sentar un precedente: nadie está a salvo del juicio público si la defensa decide revelar lo que los gobiernos prefieren callar. Lichtman ha demostrado enntender el poder como pocos abogados y sabe que la información es una moneda más valiosa que el oro, que la justicia en su país no siempre se define en las pruebas sino en las percepciones, y que la verdad, en los tribunales, suele ser solo una narrativa más. En ese juego, su talento es innegable. También su peligrosidad. Cuando los abogados se convierten en actores políticos encubiertos, el Estado de derecho se convierte en una mesa de negociación. Y en esa mesa, Lichtman juega con cartas marcadas. Las suyas.
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