La normalización del colapso

13 de Junio de 2025

Emilio Antonio Calderón
Emilio Antonio Calderón Menez (Ciudad de México, 1997) es Licenciado en Comunicación y Periodismo por la Universidad Nacional Autónoma de México y autor de las obras Casa Sola y Bitácora de Viaje. Ha colaborado en revistas literarias y antologías de editoriales como Palabra Herida y Letras Negras.

La normalización del colapso

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Hay días en que parece que todo se está cayendo a pedazos. La economía, los vínculos humanos, la política internacional, incluso el propio cuerpo. Pero lo más alarmante no es que las cosas colapsen. Es que ya ni nos sorprende. El colapso ha dejado de ser un evento extraordinario para convertirse en rutina. Y como sociedad, nos estamos acostumbrando peligrosamente a vivir con todo roto.

Desde la precariedad laboral hasta la inestabilidad emocional, cada vez es más común escuchar a alguien decir que está “funcionando en automático”, como si vivir en piloto automático fuera una forma válida de estar en el mundo. El cansancio es generalizado. La ansiedad, una pandemia silenciosa. La sensación de estar en un constante estado de supervivencia no se limita a un grupo o país: es global.

Mientras tanto, los titulares reflejan una distopía que ya no inquieta. En Estados Unidos, el presidente Donald Trump ha reactivado sus políticas migratorias más radicales. Las redadas masivas ya comenzaron bajo el discurso de “recuperar el orden”. Mientras tanto, decenas de ciudadanos se manifiestan por una batalla que de antemano saben perdida. Pero incluso eso parece no sacudirnos. Hemos visto tanto, soportado tanto, que ni siquiera el endurecimiento de un gobierno que en otras circunstancias sería escandaloso nos saca del letargo. La crueldad se ha vuelto paisaje. La violencia sistemática, un dato más de la jornada.

Trump, además, sostiene una creciente disputa con Elon Musk, quien recientemente se ha distanciado del mandatario al negarse a apoyarlo en su nuevo periodo presidencial. Según reportes de Bloomberg, la tensión derivó en una caída cercana a los 27 mil millones de dólares en el valor bursátil de Tesla, en medio de especulaciones sobre posibles represalias políticas y comerciales. Aunque ambos compartieron alianzas en el pasado, hoy el enfrentamiento se ha trasladado al terreno público con acusaciones, burlas y amenazas de demandas.

La tensión entre ambos no es un simple chisme de millonarios: es un síntoma de cómo se ha trivializado el poder en la era contemporánea. Mientras persisten las crisis migratorias, las guerras y las catástrofes climáticas, la pugna por el control se reduce a enfrentamientos personales que se libran en redes sociales y afectan a millones de personas. En lugar de debates serios sobre política pública, presenciamos choques de ego que tienen consecuencias económicas y sociales reales, pero que se consumen como si fueran parte de un reality show.

Y ahí estamos los demás: consumiendo este caos como parte del paisaje. Nos hemos acostumbrado a la violencia en redes, a la corrupción impune, a los servicios públicos colapsando, al acoso convertido en broma, a la fatiga emocional como estado permanente. El colapso se ha normalizado tanto que ya no duele. Resistimos, sí, pero a veces lo que llamamos resistencia es solo una forma de resignación disfrazada.

Hay una línea muy delgada entre adaptarse a la adversidad y dejar de luchar contra ella. La hemos cruzado más de una vez. Y aunque es comprensible buscar estrategias para sobrevivir al vértigo del mundo actual, no podemos permitir que la descomposición se vuelva costumbre.

No es normal vivir con miedo al futuro. No es sostenible despertar cada día con la sensación de que todo pende de un hilo. No podemos seguir viviendo con todo roto sin preguntarnos en qué momento dejamos de intentar reparar las cosas.

Porque cuando el cansancio se convierte en norma, la injusticia se hace paisaje y la violencia se vuelve ruido blanco, lo que colapsa no es solo el sistema: es la esperanza.

Tal vez es momento de recordar que funcionar no es lo mismo que estar bien. Que seguir adelante no siempre significa avanzar. Y que hay que dejar de acostumbrarnos al colapso si queremos recuperar, aunque sea un poco, la posibilidad de construir algo distinto.