Cada 7 de junio, como quien desempolva un viejo álbum de fotos, México solía detenerse a celebrar el Día de la Libertad de Expresión. Era una fecha para levantar el sombrero –o el teclado– y recordar que el derecho a decir, escuchar y disentir es algo que no nos cayó del cielo, sino que se ganó con sudor y, a veces, con sangre.
Pero, ah, ¡cómo cambian los tiempos! Hoy la fecha pasa un poco de largo, inspira sólo algunas reflexiones, y quizá permite algunas preguntas incómodas: ¿se puede avanzar o simplemente patinamos en el mismo hielo?
El panorama mexicano plantea interrogantes complejas. A pesar de ser un país que consagra la libertad de expresión en su Constitución, la realidad demuestra que esta garantía enfrenta serias limitaciones. La pregunta clave no es si existe libertad de expresión, sino cuál es su calidad y cuánto cuesta ejercerla.
Afortunadamente prevalecen algunas plumas de oro de nuestro periodismo: personajes que se atreven a llamar las cosas por su nombre y cuya valentía sigue siendo una brújula para los reporteros más jóvenes. Esos maestros no solo narran la realidad, la diseccionan, la ponen bajo el microscopio y, a veces, la salpican con un poco de ironía. ¿Siempre han gozado de libertad de expresión?
Se dice que en México puedes comprar tamales en cada esquina y, tristemente, también silencio. Según Reporteros Sin Fronteras, seguimos siendo uno de los lugares más peligrosos para ejercer el periodismo. Mientras que de 2000 a la fecha Artículo 19 ha documentado 172 asesinatos de periodistas en México en posible relación con su profesión. Las cifras no solo son alarmantes, sino que también exponen un problema estructural: la impunidad. Más del 95% de los crímenes contra periodistas quedan sin resolverse, lo que crea un clima de autocensura y desamparo.
El periodismo en México enfrenta amenazas desde múltiples flancos: el crimen organizado, que ve en la prensa un enemigo potencial; funcionarios y actores políticos que buscan callar las críticas; y, en no pocos casos, una sociedad que subestima el valor del periodismo como pilar de la democracia. En este contexto, ejercer la libertad de expresión no es un acto garantizado, sino un ejercicio de resistencia.
Además de las amenazas directas, los periodistas enfrentan otro obstáculo menos visible, pero igual de destructivo: la precariedad laboral. En muchas redacciones, los reporteros trabajan sin contratos formales, sin seguridad social y con salarios que no corresponden al nivel de riesgo y compromiso que implica su labor. Este contexto limita su capacidad para investigar a fondo y los hace vulnerables a la presión de intereses externos.
Si bien el auge de las plataformas digitales ha diversificado las voces, también ha generado nuevos retos. Las redes sociales han democratizado el acceso a la información, pero también han amplificado la desinformación y el discurso de odio. En muchos casos, las plataformas digitales han sido utilizadas para hostigar a periodistas.
Sin embargo, el periodismo independiente ha encontrado en el ecosistema digital una vía para sobrevivir. Algunos medios han logrado consolidarse como referentes de investigación crítica.
En este marco, es necesario replantear cómo entendemos la libertad de expresión. No basta con que exista un marco legal que la proteja; es imprescindible garantizar condiciones que permitan su ejercicio pleno. Esto incluye fortalecer la protección a periodistas, combatir la impunidad, reducir la dependencia de la publicidad gubernamental y fomentar una cultura de respeto al trabajo periodístico.
A pesar de los retos, el periodismo en México ha demostrado ser resiliente. Ejemplo de ello son las investigaciones que han destapado casos de corrupción, violaciones a derechos humanos y abusos de poder. Estas historias, aunque a menudo se construyen a costa de la seguridad de quienes las reportan, son un recordatorio de que el periodismo sigue siendo un contrapeso indispensable.
Entonces, ¿hemos perdido vigencia al conmemorar el 7 de junio? No, más bien necesitamos resignificarlo. Este día no debe ser un simple recordatorio, sino un llamado a fortalecer las condiciones para que la libertad de expresión no sea un mito, sino una realidad cotidiana.