1ER. TIEMPO. Estridencia ¿sin estrategia? Una vez más, como tantas otras veces en su vida, La senadora Lily Téllez representa en estos momentos un fenómeno peculiar en la política mexicana: un ascenso vertiginoso, sostenido no por estructuras partidistas ni por experiencia legislativa sólida, sino por la estridencia. La primera gran irrupción en esta fase fue el 22 de junio de 2000, cuando, como narra, al salir de las instalaciones de TV Azteca, donde era conductora, tres hombres le dispararon a menos de 200 metros de la puerta de la televisora. “Fueron 22 balazos contra mi auto y el auto escolta”, recordó. “Yo viajaba en un Jetta sin blindaje. Literalmente estoy viva de milagro”. Horas después apareció en la televisión para narrar el atentado, que provocó un enfrentamiento salvaje de ella y TV Azteca, contra el entonces procurador de la Ciudad de México, Samuel del Villar, en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. La historia de Téllez es la parábola de cómo el enojo social puede catapultar a una figura mediática al escenario político, terreno en el que incursionó, paradójicamente, impulsada por López Obrador en las elecciones de 2018, como candidata de Morena al Senado. Estuvo en el partido en el poder dos años, y renunció en 2020 “por diferencias de criterio”, en particular por la despenalización del aborto y la legalización de la mariguana. Gradualmente se fue convirtiendo en una crítica muy vocal, muy sonora, de López Obrador, quien reconoció aún como presidente que “sin hacerle nada”, se había convertido en su “adversaria más furibunda”. Se convirtió en senadora independiente y más adelante se integró al PAN. Pero como sucedió con Morena, no encajó en la disciplina del panismo ni tampoco ha mostrado arraigo en esa bancada. Es, en realidad, una figura sin partido, sostenida únicamente por su capacidad de generar titulares. Sus intervenciones en el Senado están cargadas con más adjetivos que argumentos, pero que por su viralidad ganan espacio en el mundo digital y en la conversación pública, al conectar con un sector cansado de la retórica obradorista, a la que enfrenta de la misma manera que lo hacía López Obrador y sus valkirias tropicales y le garantiza una voz que trasciende el pleno del Senado. Pero fuera del eco mediático, su aportación política ha sido escasa. Ni iniciativas relevantes, ni construcción de alianzas duraderas, ni visión de Estado. Ha sido una especie de llanera solitaria, que a veces respaldan y a veces la dejan sola. Pero ella ha sido consistente e insistente. No obstante y sus carencias y deficiencias como una política tradicional -los tiempos no dan posibilidades de éxito a estos-, esa estridencia que tanto le han criticado se ha vuelto un importante activo y un desprendimiento involuntario de la oposición panista, al ser la única en ese partido que incomoda al régimen, a López Obrador y al esquema de gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum. Lily Téllez ha sido una protagonista en la arena pública nacional desde hace años, pero su lucha frontal contra Morena y lo que representa, captó la atención allende las fronteras, perfilándola como la opositora ideal en los sectores más conservadores del trumpismo, para ser una punta de lanza contra el régimen.
2DO. TIEMPO. Los cambios de paradigmas. La oposición en México ha carecido de liderazgos consistentes que puedan enfrentar los ecos del expresidente Andrés Manuel López Obrador, tan fuertes y sonoros, tan belicosos y provocadores, que se han quedado en la anemia colectiva. En ese vacío, voces como la de Lily Téllez, adquieren protagonismo. Hay un pensamiento convencional en la oposición, de que en la política mexicana no se gana con trending topics, sino con operación territorial, negociación y visión de largo plazo. Y en esos terrenos, la senadora, alegan algunos, Téllez no ha mostrado capacidad. En un país donde la oposición aún busca rumbo, la senadora es la metáfora de sus contradicciones: fuerte en el discurso, débil en el proyecto. Un símbolo del enojo ciudadano, pero también de su fragilidad. Porque la sonoridad puede dar reflectores, pero nunca ha ganado una elección presidencial... salvo con López Obrador. La experiencia debería ser muestra de que no fue una excepción, sino es la norma en el mundo de hoy. Donald Trump es el ejemplo más visible de quienes por esa vía han escalado al cielo, pero hay más de 60 líderes en el mundo que en los últimos 20 años, con el mismo manual del populista que siembra imágenes en la cabeza sin necesidad de anidar ideas, han avanzado arrollando a sus rivales. Bajo las categorías de análisis previas a 2018, cuando López Obrador arrasó en la elección presidencial, Téllez, podría haber sido vista en el filo de la contradicción. Llegó al Senado arropada por Morena y de la mano de López Obrador, a quien hoy fustiga con una vehemencia casi personal. El tránsito no fue inmediato: primero se presentó como una periodista ciudadana, después como una legisladora incómoda dentro de la mayoría oficialista, y finalmente, como aliada del PAN, convertida en una de las voces más retumbante contra la 4T. Su metamorfosis en tiempos donde la congruencia es un recurso escaso, le ha permitido capitalizar la atención mediática y proyectarse como figura nacional. Su fuerza reside en el tono combativo, pero esa misma intensidad genera desconfianza en sectores de la oposición que buscan una narrativa más institucional y menos visceral. Aunque piensan los líderes panistas y en algunos sectores del PRI que su personalidad pudiera ser un activo, les provoca temores por el riesgo que entraña: la confrontación con el poder que por razones, probablemente personales por sus esqueletos en los clósets, no están dispuestos a correr. A diferencia de ellos, paralizados de manera casi permanente, el discurso de Téllez conecta con un electorado ansioso de confrontación directa, al que no le preocupa que tenga una plataforma ideológica sólida limite su viabilidad en un escenario presidencial, porque la mantiene su capacidad de polarizar. En un país donde la política se ha vuelto espectáculo, Téllez domina el escenario: frases filosas, denuncias desde la tribuna, presencia constante en medios y redes sociales. Ha logrado lo que muchos opositores no: colocarse como una figura que incomoda al poder, reconocida por el público.
3ER. TIEMPO. Leyendo el momento. En el ajedrez político mexicano, la senadora Lilly Téllez hoy es una pieza disruptiva. Pero el tablero, dicen sus correligionarios, no se gana con piezas que gritan, sino con las que se mueven con cálculo. Esa estrategia los tiene en el pozo. Andrés Manuel López Obrador y muchos más, en cambio, parecen haberlo olvidado, lograron la combinación de las dos lo que les abrió el cerrojo del poder. ¿Apunta a esto la senadora? Ya una vez aspiró a la Presidencia, pero el vapor de su locomotora se acabó prematuramente. Hoy no ha expresado interés en el cargo ni ha planteado el resultado de su beligerancia en el mediano plazo. No obstante, Lily Téllez es, quizá, el mejor ejemplo de la política mexicana en tiempos de polarización: mucho ruido, poca sustancia. Nadie en la oposición ha transitado por ese camino, bien recorrido y enseñado por López Obrador a quienes lo siguieron. La senadora tiene una historia de escándalos y frases virales en la cámara alta, no de iniciativas ni de resultados. Ha hecho del adjetivo su bandera y del pleito su estrategia. Acusa, señala, denuncia, pero rara vez construye. No se le recuerdan logros legislativos de gran calado, pero es una de las líderes del ruido amplificado en redes sociales. La política va cambiando rápidamente y algunos políticos tradicionales en el mundo, como el gobernador de California, Gavin Newsome, recientemente cambió su estrategia de comunicación digital adoptando el estilo de Donald Trump, burlándose, insultando, escribiendo en mayúsculas, utilizando memes metiéndose al hábitat del presidente -como gorras idénticas a las que utiliza él-, o parafraseando sus lemas, como “Make America Great Again” por “Make America Gavin Again”. Newsome está redefiniendo los términos de la batalla contra uno de los líderes más hábiles en las redes sociales. Aquí, deliberada o involuntariamente, Téllez ha redefinido los términos, no contra un individuo, sino contra toda la maquinaria del régimen de la 4T. En un país donde la oposición sigue sin encontrar rumbo, Téllez se está convirtiendo en una figura que incomoda y a ser un dolor de cabeza que vuela para convertirse en una pesadilla para el gobierno. Lo vimos en los últimos días, cuando la cadena de televisión Fox News, la única que ve Trump todas las noches, la entrevistó y dijo que la ayuda de Estados Unidos a México para combatir a los cárteles de las drogas era algo positivo. La presidenta Claudia Sheinbaum y todo el aparato de propaganda obradorista la acusó de “traición a la Patria” y buscan demolerla. La senadora ha enfrentado a todos y elevado la apuesta victimizándose -ella dice que no, pero en el corto plazo la estrategia le beneficia al captar más reflectores en México y Estados Unidos-, escondiendo detrás de las críticas, lo que declaró en cadena nacional: el México de hoy, es un narcoestado. Ruido, no sustancia, es el nombre del juego mundial. Lily Téllez lo está jugando, aprovechando la coyuntura y la circunstancia en la que vive la pobreza discursiva de la mayor parte de la oposición y de su cobardía. Tiene el campo libre. Las condiciones, por lo menos hasta ahora, la favorecen.
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