Una de las estrategias más recurrentes de cualquier persona que quiera dedicarse a la política es reacomodar la realidad a la narrativa que le sea conveniente. Recientemente, durante el banderazo de inicio de la construcción de infraestructura para transporte de carga del Tren Maya en Progreso, Yucatán, la presidenta de la República se refirió a las estimaciones técnicas publicadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre el endeudamiento de México diciendo que quienes las hicieron están equivocados y que “no entendieron que en México ya llegó la 4t”. Este tipo de declaraciones deja ver diversos aspectos del gobierno actual. Primero, lo evidente: La situación financiera del Estado Mexicano está presentando indicadores negativos. Segundo, lo esperado: la negación del gobierno ante una realidad que no le conviene. Tercero, el revire: al parecer, desde la perspectiva gubernamental, quien no está viendo la realidad es aquel que pretende utilizar la técnica para tomar decisiones, cual si el pensamiento mágico fuera una vacuna contra los efectos nocivos de las malas decisiones económicas.
Sin embargo, si interpretamos esto, junto con otro tipo de declaraciones muy convenientes para ganar apoyo, tales como las relativas a la propaganda norteamericana en televisión abierta, nos encontramos con que esa narrativa nacionalista, como respuesta a cualquier reacción o comentario de una institución extranjera o internacional que haga referencia a los acontecimientos que están ocurriendo en México, se está convirtiendo en el método preferido para evadir la realidad.
No olvidemos que la legitimidad de los gobiernos puede venir de diversas fuentes, una de ellas es la prosperidad económica, otra puede ser la estabilidad de un sistema de normas justas que todos aceptan y consideran los resultados que se produzcan por su causa como los únicos válidos. Una tercera alternativa para mantener o incrementar la legitimidad (y la popularidad también) ante escenarios que parecen adversos es recurrir al nacionalismo de forma tal que, en virtud de una amenaza externa mayor, se llegue a una tregua interna que le permita al grupo en el poder mantenerse, a pesar de decisiones que en otras circunstancias les serían costosas.
Hoy, las opiniones del FMI parecen dar cuenta de que la prosperidad esperada no llegará; el desmantelamiento de las instituciones sin escuchar ni dialogar deteriora la idea de que vivimos en un régimen en el que todas y todos aceptan las reglas del juego; por lo que el único asidero que tiene el régimen actual para mantener a su favor la opinión pública pese a los pocos resultados es aprovechar cualquier comentario negativo sobre el país para acusar al de afuera de estar en el error. Es aprovechar la “otredad” para identificar a quien emite la opinión inconveniente con la amenaza. Porque, seamos francos, no existe ningún argumento técnico ni lógico en la respuesta de la presidenta, solo la exaltación de la emoción.
Esperemos que esta situación sea transitoria y que de hecho sí exista una respuesta más allá de lo discursivo que permita considerar que la presidenta tiene razón, esperemos que el FMI de verdad no haya entendido, porque, de lo contrario, las consecuencias podrían ser negativas para la economía nacional.