En medio del deterioro progresivo de la relación bilateral entre México y Estados Unidos, el senador guerrerense Manuel Añorve Baños ha dicho lo que muchos piensan pero pocos se atreven a expresar con firmeza: lo que estamos viviendo no es una casualidad ni el producto del azar diplomático, sino la consecuencia directa de un gobierno federal que ha hecho de la improvisación su única doctrina internacional.
Durante la reciente sesión de la Comisión Permanente del Congreso de la Unión, Añorve lanzó una crítica frontal y bien argumentada al actuar de la actual administración en materia de política exterior. Lejos de caer en descalificaciones vacías, el senador expuso con claridad los errores de fondo: confundir la diplomacia con el activismo político, creer que el liderazgo internacional se ejerce desde los balcones del Zócalo y no en las mesas de negociación, y optar sistemáticamente por discursos populistas en lugar de soluciones técnicas, discretas y eficaces.
Y tiene razón. La relación con Estados Unidos, nuestro principal socio comercial, es demasiado compleja y delicada como para dejarla en manos de ocurrencias o caprichos ideológicos. Las diferencias en materia de migración, seguridad, comercio, energía y cooperación fronteriza no se resuelven con arengas patrioteras ni con mítines cargados de propaganda. Se resuelven con trabajo técnico, con preparación, con relaciones personales construidas con seriedad y, sobre todo, con una visión de largo plazo.
Cuando Añorve señala que “la política exterior no se grita en el Zócalo con acarreados, se construye en la mesa, con inteligencia y con oficio”, no solo lanza una crítica: lanza una advertencia. Porque mientras el gobierno federal se enfrasca en discursos polarizantes, Estados Unidos toma decisiones estratégicas que nos afectan directamente, y lo hace sin que exista una contraparte mexicana capaz de influir o siquiera de entender la complejidad de lo que está ocurriendo.
Hoy estamos viendo las consecuencias de haber desmontado las instituciones profesionales de la diplomacia mexicana, de haber debilitado el Servicio Exterior y de haber sustituido el oficio diplomático por la lealtad política. No se puede exigir respeto internacional cuando se manda como embajadores a improvisados. No se puede pedir cooperación cuando se ha perdido credibilidad. Y no se puede negociar con firmeza cuando se carece de estrategia.
Lo dicho por Manuel Añorve no solo es pertinente: es necesario. México necesita más voces claras, firmes y bien informadas que pongan sobre la mesa los costos de una política exterior errática, ideologizada y profundamente reactiva. El país no puede seguir actuando con base en discursos de plaza pública mientras pierde presencia en los espacios donde se decide su futuro.
Hoy más que nunca, hablar claro —como lo hizo Añorve— es un acto de responsabilidad patriótica.
@jlcamachov