Navidad, odiosa Navidad

19 de Julio de 2025

Mauricio Gonzalez Lara

Navidad, odiosa Navidad

mauricio gonzalez lara

Comerciales de Coca-cola donde Santa Claus nos invita a ser felices, centros comerciales repletos de consumidores deseosos de gastarse el aguinaldo, una absurda pista de hielo en el Zócalo, coches disfrazados de renos, coros improvisados en hoteles que se sueñan neoyorquinos, comidas de fin de año, amigos que presumen ser punteros en el maratón Guadalupe Reyes. La Navidad se acerca, y con ella el dilema de entregarse sin reparos a la cursilería de las fiestas o quedarse en casa bajo el autoengaño de que vamos a disfrutar las películas y libros que no pudimos revisar a lo largo del año.

La actitud más sensata es sentir simpatía por El Grinch. La ruta crítica no empieza en diciembre, sino en agosto, cuando Sam´s Club, Walmart y Costco comienzan a desplegar estantes repletos de arbolitos sintéticos y hombres de nieve. El delirio de compra llega a un clímax anticipado a mediados de noviembre con el Buen fin: tiendas repletas de animales excitados por el ansia consumista. La sangría se extenderá en los días subsecuentes hasta culminar en una visita de emergencia al Monte de Piedad en enero. La presión es múltiple: tensión entre parejas para decidir qué familia toca visitar en Nochebuena, familiares que buscan reconciliarse tardíamente, peleas provocadas por el alcohol y días de trabajo forzado en la cocina. ¿Todo para qué? Infectadas por la obligación de “pasarla bien”, las fiestas distan de ser divertidas. No es casual que la tasa de suicidios aumente de manera notable pasadas las fechas navideñas. Varios psicólogos atribuyen esta alza al llamado efecto “promesa rota”: las expectativas de pasarla bien son tan altas que provocan una sintomatología depresiva en el individuo cuando queda claro que son imposibles de satisfacer. El fin de año también obliga al individuo a revivir experiencias traumáticas, tales como la pérdida de un ser querido, el fin de una relación o el despido de un empleo. La biología contribuye a la “depresión estacional”: al estar expuesto menos tiempo a la luz del sol, la persona produce menos serotonina, lo que provoca desasosiego y desgano.

No todo es deprimente. Por desgastantes que sean estas fechas, hay algo hermoso en la tristeza navideña. Cuando un villancico cantado por Frank Sinatra suena en las bocinas de un centro comercial, el corazón se encoge: la magia decembrina que se desea evocar es tan falsa como la nieve artificial que decora las tiendas, pero el sentimiento de añoranza es tan real como la voz de Sinatra. Ninguna película entiende mejor esta doble naturaleza que It’s a Wonderful Life! (¡Qué bello es vivir!, 1946), de Frank Capra. La cinta cuenta la historia de George Bailey, un hombre que durante toda su vida tuvo el sueño de abandonar el pueblo de Bedford Falls y hacer algo grande con su existencia. El destino ha jugado en su contra: un sinfín de infortunios lo ha hecho presa de un agiotista que busca arrebatarle la compañía gracias a la cual una buena parte del poblado pudo salir adelante en tiempos difíciles. Desesperado, Bailey, quien posee un seguro de vida, piensa que vale más muerto que vivo e intenta suicidarse. Cuando está a punto de lanzarse al río, observa cómo un anciano cae al agua. Fiel a su naturaleza, olvida sus problemas y acude a salvarlo. El viejo no es un mortal, sino un ángel que le enseña cómo habría sido la vida de Bedford Falls sin su presencia. Todo el asunto se antoja cursi, pero una vez que repasamos la vida de Bailey resulta imposible no emocionarse cuando corre agradecido por las calles de su pueblo. La manipulación nos llevó a ese punto, sin duda, pero la emoción que experimentamos una vez que estamos ahí es en extremo contundente, como la Navidad, pues.