Los tres rostros de la 4T

29 de Abril de 2024

Juan Antonio Le Clercq
Juan Antonio Le Clercq

Los tres rostros de la 4T

juan antonio leclercq

La idea de la cuarta transformación se ha convertido en la imagen y síntesis del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, resumen de su visión sobre los problemas de México y su aspiración histórica, al igual que reflejo de profundas contradicciones políticas y discursivas en el ejercicio del gobierno.

Desde la campaña presidencial, pasando por la transición de gobierno y hasta llegar al Segundo Informe, la narrativa oficial se ha enfocado a construir un imaginario social en la que el proyecto del gobierno actual, más que consistir propiamente en un “gobierno”, se presenta como un proceso de transformación histórica solo comparable a la Independencia, la Reforma y la Revolución. Aún más, no se pretende que los resultados alcanzados por el gobierno adquieran en su momento una dimensión histórica de tal magnitud, se asume que por haber ganado las elecciones y ocupar la presidencia en los hechos ya ocurre dicha transformación.

Pero por más simple y evidente que pueda parecer la imagen de la denominada “4T”, lo cierto es que estamos ante un fenómeno que tiene diferentes significados, tanto para los ciudadanos, los simpatizantes de Morena como para aquellos a quienes llaman sus “adversarios”. En realidad, existen por lo menos tres concepciones muy distintas de lo que es la 4T.

La primera 4T es aquella que resume el descontento con la política nacional y la aspiración de un cambio profundo y que se transformaron en los votos a favor de AMLO en 2018. Si bien incluye a simpatizantes de Morena y votantes propiamente de izquierda, en realidad involucra a millones de ciudadanos que votaron por el cambio como camino para romper el nudo gordiano de la corrupción, los pactos de impunidad y el mal gobierno. Esta primera 4T se alimentó tanto de hartazgo como de esperanza, reflejo de la aspiración social a un cambio profundo en los fundamentos institucionales de nuestra vida pública, de construir un sistema económico más incluyente y, no menos importante, de garantizar verdad y justicia para los cientos de miles de víctimas del círculo de inseguridad, violencia y violaciones a los derechos humanos que nos ha entrampado por negligencia o complicidad de las autoridades.

La segunda 4T se desprende de la visión y proyecto personalísimos del presidente. Aún cuando en un primer momento la primera y la segunda 4T se presentaban como la misma cosa, las expectativas hacían pensar en una aspiración social y una voluntad política coherentemente articuladas en un proyecto de cambio político, cada vez resulta más evidente que consisten en dos visiones de país que se distancian y comienzan a correr en diferentes direcciones. El desencanto ciudadano que se expresa gradualmente en una reducción de la aprobación presidencial, las críticas a las decisiones económicas o ante la conducción de la Pandemia, comienza también a visibilizarse con divisiones y fracturas al interior del movimiento y del propio grupo gobernante. La visión de transformación histórica y la voluntad política para llevarla a cabo, se traducen en dudas y decepción cuando desde el poder se reproducen pactos de impunidad, alianzas empresariales oscuras, descalificaciones a organizaciones sociales o ataques a la prensa crítica. Sobre todo, se percibe un estilo personal de gobernar propio de otros tiempos, de esos tiempos que en principio la 4T prometía dejar atrás. La pregunta que flota en el aire es si la transformación predicada y prometida es congruente con centralizar el cambio en la voluntad presidencial.

La tercera 4T consiste en la reacción política de la oposición ante el proyecto personal de AMLO. Si bien los partidos opositores han mantenido siempre una posición crítica tanto al movimiento como al proyecto de gobierno encabezados por AMLO, crítica que a su vez es incapaz de hacerse cargo de sus propios pecados y omisiones políticas, ahora se han convertido en rehenes del discurso, la política y el espectáculo desplegados por la 4T. Los partidos opositores se han convertido en zombies políticos reactivos a lo que haga o diga el presidente, incapaces de construir o articular algo que asemeje una agenda política relevante. Lo curioso es que desprecian todo lo que representa la 4T al mismo tiempo que dependen de ella, condenados a gravitar en torno al juego del discurso y espectáculo presidenciales.

En un momento crítico que nos obliga a impulsar una transformación política de nuestra vida pública para enfrentar graves problemas nacionales, mejorar las condiciones de vida de los mexicanos y hacer frente a un futuro lleno de riesgos e incertidumbre, la idea del cambio se reduce a discursos vacíos, espectáculo político y una dinámica reactiva de la oposición. Las expectativas y aspiraciones ciudadanas siguen sin cumplirse, la invocación de esperanza no se traduce en responsabilidad política o resultados de gobierno. Esa es nuestra tragedia.