En su libro más reciente, Roberto Calasso refiere a una “actualidad innombrable”, una era definida por la incertidumbre, el movimiento oscilatorio de las perspectivas políticas y la incapacidad de saber dónde se pisa. Un mundo sin referentes en el que los estilos se entremezclan, donde predominan la ansiedad individual y la inconsistencia asesina apasiona a los sectarios. Esta lectura, que teje desde la crítica desarrollada previamente en la Ruina de Kash, advierte sobre la autocomplacencia secular, que celebra procedimientos, el predominio de la técnica y la obsesión por el control social, sin referir a convicciones más amplias ni reconocer el carácter sacrificial y la multiplicación de víctimas de la modernidad. Entramos en un tiempo de turbulencia y casualidad, “una zona que no tiene nombre, en la que los nombres ya no pueden atribuirse con certeza (p. 33).
Barack Obama también ha referido a nuestros tiempos como “los extraños e inciertos tiempos que vivimos”, buscando poner nombre a los peligros que enfrenta la humanidad luego de la pérdida de referentes, y reconocer cómo llegamos aquí, qué caminos podemos seguir y qué responsabilidades nos toca asumir.
En su homenaje a Nelson Mandela, Obama reconoce las transformaciones sociales del siglo XX resultado de la descolonización, las transiciones democráticas, la promoción de los derechos humanos, la cooperación internacional, la economía de mercado o la apertura comercial. Para Obama, Mandela dedicó su vida justamente a promover la visión de un mundo en libertad, justo, incluyente, con crecimiento económico e igualdad de oportunidades.
Pero el discurso de Obama no es autocomplaciente. Ese mismo mundo que promovía libertad económica y política desde una perspectiva liberal, fue una promesa incumplida para gran parte de la humanidad. La desigualdad económica y social se ha extendido en parte como resultado de mercados sin regulación y la democracia se ha convertido en procesos electorales vacíos de contenido para elegir élites corruptas o desvinculadas de los intereses ciudadanos.
La desigualdad y el desencanto con la política se han traducido en el ascenso de variantes de populismo autocrático que prometen resolver las injusticias desde la autocracia, fomentando el racismo, la xenofobia y la exclusión, que cierra las fronteras a las personas y el comercio, y que llama a recuperar la grandeza nacional glorificando un pasado imaginario. Ante esto Obama es implacable: “… una política del miedo, del resentimiento y la trinchera, y ese tipo de política está hoy progresando (…) está en ascenso la política del hombre fuerte, que conserva las elecciones y una pseudodemocracia —sólo en forma—, mientras que los que ocupan el poder tratan de socavar todas las instituciones y normas que dotan a la democracia de significado”.
¿Qué hacer ante esto? El programa político de Obama, que representa finalmente una voz firme ante el populismo plutocrático, se articula en cuatro ejes: primero, un sistema de mercado más incluyente, capaz de generar oportunidades ante las desigualdades sociales; segundo reafirmar valores universales, que si bien respeten identidades nacionales o locales, defiendan nuestra humanidad común, la dignidad de las personas y que fomente nuevas formas de cooperación social; tercero, afirmar una democracia que incluya instituciones fuertes y elecciones libres, al igual que inclusión y nuevos mecanismos de participación social; finalmente, comprometerse con la verdad y la ciencia ante quienes se han encumbrado gracias a la mentira y la distorsión de los hechos.