Días de las Madres

27 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Días de las Madres

js zolliker

Amo y adoro a mis hijos, eso no es cuestionable. Pero mucho cuidado con los juicios que emitan después de leer esto, especialmente si no son madres (por muy mujeres que sean) y mucho menos si son unos machitos a los que siempre les lavan los pantalones.

Ser madre es una bendición, decía mi abuela. No es cierto: el embarazo es una de las etapas más incómodas de la vida hasta donde la conozco. Todo te causa náuseas y sueño. Luego te sudan partes del cuerpo que no sabías que existían. Agruras hasta por oler comida. Antojos extraños (frijoles charros con miel), se hinchan las articulaciones y, en especial, los pies. Se cae el cabello, se aflojan los dientes, se te rompe la piel y se te forman estrías. Quieres hacer pipí en cada esquina. Eructas y pedorreas peor que alguien que acaba de tomar varias cervezas en un partido de futbol y no puedes dormir. Eso, sólo por nombrar lo menos durante el embarazo.

Luego viene el nacimiento, donde o el cuerpo se estira de forma inexplicable o el médico te corta el vientre perfecto con un escalpelo. Algo sale de ti. Y lloras. De miedo y alegría. Quieres saber que ese ser que llevabas en ti está bien. Y si no está bien, quieres tenerlo a tu lado de cualquier forma.

¿A qué voy con todo esto? A que la maternidad no es nada fácil y que es odioso el Día de las Madres, que en México lo celebramos el 10 de mayo de cada año. Tediosa y repetitivamente. ¿Ya les dije que lo detesto con toda mi alma?

Para comenzar, cuando tus hijos son pequeños, tienes que levantarte temprano, hacerles de desayunar, haberles preparado algún ridículo disfraz desde semanas atrás (ya sabes: ve a la mercería, papelería, tienda de la esquina, cose, teje, pega, etcétera), y luego, llevarlos al festival de siempre, donde dependiendo del tamaño de la escuela y la edad de tus hijos puedes pasarte entre dos y seis horas al sol, a veces sin sentarte, esperando a que cada querubín salga a mal cantar o bailar o declamar algo para agradecernos a nosotras que los gestamos.

Y luego vienen los regalos: de la rosa ridícula que te dan en la cafetería o restaurante a los portarretratos, servilleteros de palitos, collares hechos con pasta, tarjetas y dibujos a mano que tienes que cargar y tolerar un rato para que poco a poco se les olvide y tires después a la basura sin que se den cuenta.

Y no me salgan con que soy una insensible porque cuando vean la cantidad de porquerías de ese tipo que una acumula con los años, más vale guardar la foto en la nube a guardar los montones de mugreros que quedan de recuerdo.

Y ya entrados en el tema, lo discutimos de una vez: ¿por qué los esposos, maridos, arreados o lo que sean se les ocurre regalarnos ese día una pinchurrienta plancha o un maldito sartén? ¿O una aspiradora, si se sienten ahorradores, o una lavadora de trastes si se sienten excelsos o culpables de algo?

¿Y por qué las escuelas, ese día, después del festival nos mandan a nuestros pequeños a casa? ¿No deberíamos poder descansar como se descansa cuando se conmemora el Día del Trabajo?

Eso, el Día de las Madres, no se debería celebrar, sino debería ser una conmemoración. ¡Una conmemoración! Así, podríamos levantarnos tarde y no tener ni que cocinar ni recibir invitados para comer…

¡Por un día de conmemoración del sacrificio que implica ser madres, pido su voto, compañeras! ¡Ya basta de lo mismo, que mejor tengamos un cambio real y diferente!