Lávate las manos

16 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Lávate las manos

js zolliker

Llevó a su madre a la Unidad Médica Familiar donde le corresponde y de ahí, la médico de guardia, considerando que el estado de salud era delicado, le generó una hoja de referencia hacia un hospital regional de zona, porque son de segundo nivel, con camas de internamiento y diversas especialidades. En lo que esperaba un taxi, porque no hay ambulancias para los derechohabientes salvo que se trate de traslados interhospitalarios programados, observó varios letreros que hablaban de una campaña nacional del lavado de manos para “seguro estar mejor”.

En las noches de esta época del año, llueve y hace frío, especialmente por las noches. Él, como muchos otros familiares de pacientes que fueron internados por urgencias, debe permanecer hasta nueva indicación, a la intemperie, a la espera y en vigilia, por si lo vocean desde la institución, “ya sea para algo de su pacientito, instrucciones de los doctores porque luego los revisan en el cambio de turno o lo que se ofrezca”.

Quienes poseen vehículo propio, pueden permanecer dentro del mismo, estacionado cerca del hospital, pero dándose sus vueltas regulares por urgencias, pues les advierten desde el ingreso que si no están cuando se les llame, su “familiar pacientito” puede ser trasladado sin su conocimiento a otro hospital más lejano.

Él, al igual que otros tantos desafortunados, tuvo que comprar bolsas de plástico para taparse de la lluvia y refugiarse bajo la marquesina o tejadillo de algún domicilio o comercio cercano. Qué inhumano, piensa.

Un muchacho que tiritaba a su lado, fue voceado al pasar unas horas. Había internado a su abuelo y volvió a la lluvia, para pedirles unas monedas prestadas sin hacer contacto visual, como aquél que sabe que no podrá hacer frente al compromiso y está en realidad, rogando por un poco de caridad. Le regaló veinte pesos que tenía de suelto y aquél, agradeció el gesto mencionando que necesitaba sacar a esas horas de la madrugada, unas fotocopias. Así se las pidieron y le dieron instrucciones precisas de dónde las podía obtener a unas cuadras de distancia.

A él, ya pasadas las dos de la mañana, lo vocearon también. Junto a la puerta, lloraban unas señoras y eso le generó un temible nerviosismo, que resultó injustificado. Su “pacientita”, estaba mejor, había descartado una apendicitis y tenía mucha sed. Los médicos ya le habían autorizado a beber un poco de líquido y en unas horas podría comer un poco de gelatina. “Vaya a comprarlas en el Oxxo”, le dijeron. Se molestó. Pensó que habría algún contubernio entre el encargado de la tienda y el personal de recepción del hospital. ¿Acaso a él no le descontaban cada quincena, sin preguntarle una cuota de seguro social? ¿Para eso estaba pasando la noche bajo la lluvia y sin tener donde siquiera sentarse? ¿Qué no le podían dar agua ellos? ¿Gelatina como a todos los demás enfermos? ¿Por qué no le daban a su madre lo que necesitaba? “Disculpe”, le dijo la encargada “pero llevamos meses sin tener agua potable. Pregunte y verá, no tenemos agua ni pa’lavarnos las manos” y le señaló el cartel de la campaña “cinco de cinco” para el correcto lavado de manos.

Entonces, cayó en cuenta de la gravedad del problema de salud pública del país. Si un hospital regional de zona no tiene agua para que su personal pueda lavarse las manos, ni qué pensar de que puedan comprar medicamentos, brindar quimioterapias, sacar fotocopias o invertir en equipo diagnóstico. El sistema de salud pública estaba colapsado, muriendo y había decidido el gobierno no reanimarlo para mejor gastar ese dinero en un tren y en un aeropuerto. Alguien ya se lavó las manos también, pero como Pilatos, pensó.

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