Espejito

28 de Abril de 2024

Rebeca Pal

Espejito

La obsesión por la belleza es un tema que data desde la antigüedad, sin embargo, hoy en día la imagen exterior se ha vuelto tan importante que condiciona nuestras vidas y nuestro comportamiento. La cantidad incontrolable de estímulos que recibimos a través de las redes sociales y los medios de comunicación, han logrado un impacto social y psicológico alarmante, potencializando la preocupación por el perfeccionismo. Nuestras metas y motivaciones se ven condicionadas tanto de manera individual como colectiva. ¿Qué es la obsesión por la belleza? “Una especie de enfermedad social, muy parecido a un trastorno psicológico” así lo define la Northwestern University. Las mujeres sufren una presión tan fuerte por la imagen exterior, que las conlleva a pensar obsesivamente en cómo se ven y cómo hacer para parecerse a las mujeres con las que se suelen comparar. Invierten toda la energía en aparentar ser lo que no son, pensando que recibirán mayor atención y aprobación. Las metas como el desarrollo profesional o intelectual dejan de ser prioridad, para dar lugar a la belleza y al “cuerpo perfecto”. La industria de la imagen es tan consciente del tema, que se aprovecha de la percepción que muchas mujeres tienen de ellas mismas, para distorsionarla más y hacer crecer las ventas. Se benefician de una carencia para crear una necesidad con el apoyo de una excelente estrategia de marketing. En otras palabras, meten el dedo en la llaga y, además, le echan limón. Los datos no dejan de ser alarmantes: El 82% de las adolescentes comparan sus cuerpos con los de las modelos y celebridades, lo que crea más angustia y más obsesión, mientras que el 70% de mujeres adultas aceptan sentirse realizadas cuando logran parecerse a figuras públicas con gran aceptación social. Las mujeres usan diariamente un aproximado de treinta y cinco productos de belleza e invierten cincuenta minutos al día para maquillarse y arreglarse. Las personas con mayor obsesión por la belleza, presentan cuadros de depresión, desórdenes alimenticios y el deseo incontrolable de modificar la imagen a través de operaciones quirúrgicas o tratamientos estéticos. Este problema social perjudica a ambos géneros, sin embargo, las mujeres son quienes se muestran más vulnerables. Un claro ejemplo es comparar el tiempo que invierten hombres y mujeres en el arreglo personal. Las mujeres suelen dedicar una hora mínimo al día, mientras que los hombres lo hacen en cuestión de minutos. No es que a los hombres no les importe su apariencia, de hecho ellos también reciben la presión social que los acondiciona a algún estereotipo para “verse bien”, lo que sucede es que desde una temprana edad, las mujeres son sometidas de forma involuntaria e inconsciente, a la esclavitud que provoca la cultura de la belleza. Vamos más allá… La piel revela mucha información de nuestro interior: nos ponemos colorados de vergüenza y blancos del susto. Es fácil caer en la tentación de manipular la piel para mostrar algo diferente a lo que realmente hay en nosotros. Esta forma de engaño la conocemos como cosmética. Nuestra piel tiene su propio medio de comunicación para conectar el interior con el exterior. Al intentar modificar la expresión para aparentar lo que no se es, se levanta una barrera en la que se pierde el contenido y la forma, para dar lugar a la falsedad. Ahora ya no nos gusta ser, sino parecer. Mostramos al mundo una máscara perfectamente maquillada que busca finalizar en una cirugía plástica. ¿Por qué? Porque después de ese proceso ya no hay vuelta atrás. No tenemos que afrontar el espanto que nos produce desmaquillarnos. “Quererse a sí mismo es una de las cosas más difíciles del mundo. El que cree que se gusta y se quiere, seguramente confunde su “ser” con su pequeño ego”. Espejito, espejito, dime quién es la más bonita…