Setenta años después, nada cambió

29 de Abril de 2024

Setenta años después, nada cambió

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Ventiladores económicos y portátiles, pruebas para detectar coronavirus simples, masivas y rápidas o trajes de protección a bajo costo, forman parte de los inventos y tecnologías que podrían ayudar a enfrentar la pandemia en mejores condiciones; sin embargo, se quedan atorados en un ecosistema burocrático y sin recursos

Cuando se habla de innovación en materia de salud en México, es usual comentar como un “gran éxito” que fue un mexicano quien ganó la carrera para hacer la píldora anticonceptiva, un invento que revolucionó el mundo. Lo cual es cierto, pero también un poco falso.

“Yo no soy el inventor de la píldora anticonceptiva, el inventor fue el Dr. Gregory Pincus”, escribió en 2001 Luis Miramontes, quien en 1951 logró sintetizar en un laboratorio de la empresa Syntex, a cargo del Carl Djerassi, los primeros cristales de noretisterona, el antiovulatorio base de las primeras píldoras.

“La noretisterona se patentó primero en México y en todo el mundo después”, escribió Miramontes, pero Djerassi, titular de la patente, no pudo conseguir aquí el financiamiento para producir la sustancia en cantidades suficientes para hacer estudios toxicológicos y pruebas clínicas. Pincus, en Estados Unidos, con el método de Djerassi y Miramontes, sí pudo obtener los recursos.

Desde 1957 se demostró, de manera teórica y con datos reales de Estados Unidos, que alrededor del 88% del aumento de la productividad en ciertos periodos se debían a la innovación; pero en México parece que no lo hemos entendido.

Ante la llegada de la pandemia Covid-19 a México, investigadores, ingenieros y profesores de distintos lugares de la República se pusieron a trabajar para replicar, abaratar, mejorar o generar tecnologías que, desde muy distintas aproximaciones, permitan combatir al Covid-19 y procurar la protección de la salud de la población.

Algunos están teniendo cierto impacto a nivel local, pero la mayoría se está atorando en un punto similar al que, hace 70 años, detuvo al equipo de Djerassi: la falta de financiamiento y de un ecosistema eficiente de innovación y producción, además de la lentitud de reacción de las instituciones de gobierno.

Sin embargo y a pesar de todo esto, es posible que Covid-19 esté marcando el inicio o siendo el pretexto para que los ecosistemas de innovación locales se consoliden en México.

Ejército científico. Ante la llegada de la pandemia Covid-19 a México, investigadores, ingenieros y profesores replicaron y hasta generaron tecnologías que permitan combatir al virus.

Los otros ventiladores

Una de las instituciones donde hubo investigadores que reaccionaron con prontitud ante la emergencia fue la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) con desarrollos tanto de pruebas genéticas para detectar al virus como de ventiladores.

Gustavo Medina Tanco, quien encabeza un laboratorio de instrumentación espacial en el Instituto de Ciencias Nucleares, comenta que empezaron a trabajar desde marzo, “cuando vimos que esto se venía muy feo y nos pareció que la sociedad tenía también que meter las manos en el asunto”.

En cuatro semanas desarrollaron un ventilador de emergencia “que tiene limitaciones pero que tiene los modos fundamentales, está basado en un modelo del MIT pero está desarrollado completamente por nosotros”.

El trabajo se ha hecho en comunicación constante con “la gente que sabe de esto”, dice Medina Tanco, como especialistas de pulmón del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER) y con el Instituto de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, “donde tienen el único simulador de pulmón que hay en la ciudad de México” y donde han hecho dos sesiones para mejorar el diseño y una más para calibrarlo y validarlo.

También, en conjunto con la Facultad de Veterinaria y Zootecnia de la UNAM, han hecho tres pruebas con cerdos que fueron completamente exitosas, “incluso las dos primeras que eran para mejorar el diseño”.

La tercera prueba fue todo un éxito. Se hizo con un cerdo de tamaño similar a un ser humano, en estado de coma inducido por una fuerte anestesia y que hubiera muerto rápidamente de no ser por el ventilador; además se le tomaban muestras de sangre cada 15 minutos para verificar que no solo estuviera vivo, sino en buenas condiciones. Por último, se hicieron autopsias a los tres cerdos para verificar que no hubiera daños adicionales por la conexión al ventilador.

El instrumento es portátil y puede ser usado en zonas rurales o en lugares donde no haya equipo, y es barato, todo el costo anda en el orden de los 700 dólares.

“Nunca me planteé la posibilidad de hacer solamente un prototipo”, dijo Medina Tanco. El objetivo fue entregar ventiladores donde se necesitaran”, por lo que además se puso de acuerdo con un grupo de empresas que están listas para producir al menos los primeros 100 de forma gratuita (Steren, AG Electrónica, Publicidad Virtual, Biomédica de Referencia, Truper y otras); además, la multinacional francesa ENGIE también está dispuesta a apoyar en cuanto haya una certificación.

Sin embargo, hace tres semanas que la documentación del proyecto fue enviada a Conacyt, institución que hasta el martes de esta semana no había dado respuesta. Y ese es sólo el inicio, después falta la aprobación de Cofepris y probar el equipo con 12 cerdos.

Innovación. Gustavo Medina Tanco, encabeza un laboratorio de instrumentación espacial en el Instituto de Ciencias Nucleares; desarrolló un ventilador de emergencia basado en un modelo del MIT.

Las otras pruebas genéticas

ejecentral localizó seis diseños de pruebas genéticas distintas a las que se comercializan por todo el mundo que permiten identificar al SARS-CoV-2: dos en la UNAM, tres en la Unidad de Genómica Avanzada–Langebio del Cinvestav en Irapuato y uno más en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.

El más conocido, es el diseño que está haciendo el equipo del Laboratorio Nacional de Soluciones Biomiméticas para Diagnóstico y Terapia (Lansbiodyt) de la Facultad de Ciencias, que fue dado a conocer a la prensa el 15 de abril, que tuvieron desde el inicio el apoyo de la UNAM e incluso algunas inversiones externas que les permitieron arrancar y una colaboración con el INER, que les permite tener muestras para probar la sensibilidad y funcionalidad de su diseño.

Mathieu Hautefeuille, quien junto con Tatiana Fiordelisio encabeza el equipo de investigación, comenta que para certificar la prueba en el Instituto de Diagnóstico y Referencia Epidemiológicos (INDRE), primero le mandó siete muestras “a ciegas” que pudieron identificar correctamente usando su diseño y con tres formas de detección distintas (microscopía, colorimetría y flujo celular), y que incluso lograron detectar el virus en muestras con poca carga viral.

Sin embargo, desde mediados de mayo están esperando los insumos para procesar otras 50 muestras que les mandó el INDRE.

Prototipos. Tres de los seis diseños de pruebas genéticas se encuentran en la Unidad de Genómica Avanzada–Langebio del Cinvestav, ubicada en Irapuato, Guanajuato.

En situación similar se encuentra el equipo de Alfredo Herrera Estrella, en la Unidad de Genómica Avanzada– Langebio del Cinvestav en Irapuato, quienes desarrollaron un sistema con la capacidad para analizar 19 mil 200 pruebas al mismo tiempo. Para dimensionar lo que esto significa, baste comentar que cuando en la ciudad de Wuhan se hizo el intento de testear a toda la población se procesaban entre cinco y 10 muestras a la vez.

›Los científicos, por su cuenta, consiguieron los recursos necesarios para hacer el piloto de las 960 pruebas, aproximadamente un millón 800 mil pesos.

Herrera Estrella comenta que sólo haciendo las 960 pruebas al mismo tiempo, considerando que hay dos equipos de secuenciación masiva en el Cinvestav de Irapuato, otro en el de la Ciudad de México y uno más en Mérida, “se podrían hacer casi cuatro mil pruebas solo en el Cinvestav, y también hay equipos de secuenciación masiva en otros lugares, como Tec de Monterrey en Monterrey…”

Sin embargo, para poder echar a andar el sistema se necesita la autorización del INDRE, el cual “tendría que tener la capacidad de hacer las pruebas a gran escala que queremos, y no va a ser sencillo”.

Además, se requiere una inversión inicial importante, comenta Herrera Estrella, pero una vez hecha esa inversión, el costo por paciente sería de 600 pesos. Esa inversión inicial, añade, es de un poco más de 20 millones de pesos; sin embargo, aunque “ha habido mucho interés por esta prueba”, y aunque ya saben de ella en la oficina de la Presidencia, el gobierno de la ciudad de México, el canciller Marcelo Ebrard y el Club Rotario, aun están analizando la posibilidad de apoyar este desarrollo.

Artífices. Alfredo Herrera (izquierda) y Luis Brieba (derecha), ambos investigadores de Langebio del Cinvestav, de la unidad ubicada en Irapuato, Guanajuato, han trabajado en proyectos para combatir el nuevo coronavirus.

En Langebio se han desarrollado otras dos pruebas genéticas. Con una de ellas, diseñada por la doctora Beatriz Xoconostle, pueden conocerse los resultados en unos 15 minutos, sin que sea necesario el equipo usual para realizar las pruebas PCR que cuesta 800 mil pesos. Esto debido a que no son necesarias dos temperaturas para procesar los resultados.

En las pruebas comerciales se requieren ciertas enzimas y dos temperaturas precisas para que funcionen; una enzima trabaja a 72 grados y otra a 90 a 95 grados el equipo debe hacer ciclos alternando ambas temperaturas. La prueba que se desarrolló en el Cinvestav requiere una temperatura constante a 65 grados gracias a que, por ingeniería genética, producen otra enzima que puede hacer ambos trabajos a la vez a esa temperatura.

En el mismo Langebio, un equipo bajo la dirección de Luis Brieba desarrolla otra prueba genética que, además de funcionar a una sola temperatura de 58 grados, no requiere de equipo sofisticado, ni siquiera de conexión eléctrica, por lo que podría ser utilizada en zonas de alta marginación.

“La idea es que sea como una prueba de embarazo”, comenta Brieba, quien recibió uno de los apoyos de Conacyt y tiene la posibilidad de desarrollar la prueba para septiembre u octubre, y producirla en el parque biotecnológico que está en Irapuato, Guanajuato.

Más o menos para la misma fecha podría estar lista la prueba que desarrolla Armando Hernández García en el Instituto de Química de la UNAM (aunque no ha obtenido apoyo), que se basa en otra tecnología, la CRISPR-Cas9, un sistema enzimático que normalmente se usa para edición genética, pero que ellos modifican para que produzca una señal fluorescente al detectar el genoma del virus.

Esta innovación también podría ser de uso sencillo y barato, y hasta tiene nombre: Nextia “que significa descubrir en náhuatl”, comenta Hernández García, pero aun les falta la patente para que COFEPRIS pueda aprobarla.

Con cierta frustración, el investigador comenta que, igual que los otros investigadores, vienen trabajando en esta tecnología desde hace tiempo, y que hace un par de años incluso la sometió a un concurso financiado por Coca-Cola, pero quedaron como finalistas y no ganaron. De haber ganado o conseguido financiamiento de otra fuente, “ahorita ya la tendríamos lista”.

Pioneros. El primer equipo en dar a conocer que estaba desarrollando una prueba genética fue del Laboratorio Nacional de Soluciones Biomiméticas para Diagnóstico y Terapia de la Facultad de Ciencias de la UNAM.

Impacto a pequeña escala

Además de desarrollos de alta tecnología, se generan pequeñas y medianas innovaciones por todo el país que van más allá de los ventiladores y las pruebas.

Algunos de los casos más notables se están dando en los campus del Tecnológico Nacional de México (TecNM), institución educativa que depende de la Secretaría de Educación Pública y que tiene cerca de 270 planteles en diversas ciudades del país, en muchos de los que se desarrollan proyectos de todo tipo.

Por ejemplo, en el campus de Celaya, el equipo del profesor Horacio Orozco fabricaron un par de cámaras de presión para transportar pacientes de Covid-19 de manera segura y en las que se evite el contagio. Lo hicieron a solicitud de los servicios de salud locales, que tenían esta necesidad y a quienes les donaron las cámaras. No es algo novedoso, comenta Horacio Orozco, “los filtros son fáciles de conseguir”, pero es lo que requerían las instituciones que lo solicitaron.

Creatividad. En Langebio desarrollan un sistema que no requiere equipo sofisticado hasta otro capaz de analizar 19 mil 200 pruebas al mismo tiempo.

Otro caso notable es el de Gerardo Alonso Torres Ávalos, investigador del Tecnológico Mario Molina campus Lagos de Moreno, cuyo equipo creó una solución desinfectante que, con ácidos y distintas sales, desnaturaliza las proteínas del virus. Aún están haciendo pruebas, pero como están en un estado que apoya la innovación, ya resultaron ganadores de una convocatoria del Consejo Estatal de Ciencia y Tecnología de Jalisco que les permitirá hacer pruebas y quizá hasta escalar la producción.

Eliel Montijo y su equipo del Instituto Tecnológico de Hermosillo diseñaron, por un lado, un traje de protección para evitar contagios. El traje es fácil de hacer y el diseño está disponible de manera gratuita junto con la asesoría para elaborarlo. Por otro lado, el equipo del ITH trabaja en una cámara de desinfección que funciona con luz ultravioleta en las frecuencias que dañan al virus. Este tipo de instrumentos son muy baratos y “se están usando en China... y esperamos que en México lleguen a las personas mayores o vulnerables”.

También con luz ultravioleta tipo C, un egresado del campus Poza Rica del TecNM, Ciro Rubio, desarrolló un dispositivo para hacer una primera desinfección de instalaciones, que es esencialmente un robot autónomo que se puede mover mientras va irradiando el lugar.

La primera intención de Rubio era usarlo para el personal de su propia empresa, que da mantenimiento a equipos en instituciones de salud, pero se acercó a su alma mater para, desde ahí, promover que se usara de manera más generalizada.

Trabajo en equipo. Es posible que Covid-19 marque el inicio para que los ecosistemas de innovación locales se consoliden en México.

Falta de confianza

Como estos desarrollos, hay muchos más: en el el Centro de Ingeniería y Desarrollo Industrial (CIDESI) se hicieron los circuitos integrados para un sensor de temperatura y tienen la capacidad para producir 10 mil de ellos. En el Instituto Nacional de Óptica y Electrónica (INAOE) se hizo un sistema inteligente de diagnóstico radiológico. El propio Medina Tanco hizo una app para evaluar vulnerabilidad ante Covid-19 y crear un mapa de riesgo que se puede usar en cualquier celular (Covid-19.sol21ct.com). Todos ellos se basan en el trabajo y la experiencia de años y ofrecen de manera gratuita o cobrando sólo los insumos.

Pese a que desde el 23 de febrero científicos del Instituto de Biotecnología de la UNAM alertaron de la llegada del coronavirus y ofrecieron ayuda para diagnosticarlo, fue hasta el 3 de abril que el Conacyt dio a conocer que estaba tomando acciones contra la pandemia y su “primer corte” con resultados de la convocatoria para apoyar proyectos fue el 20 de mayo.

Pero eso sí, Conacyt se encuentra trabajando en extinguir fideicomisos de ciencia y tecnología para que no se presenten a actos de corrupción.

Exploración. En el Instituto de Química de la UNAM se desarrolla una prueba genética llamada Nextia, que significa “descubrir” en náhuatl.