Los secuestraviejitos

15 de Mayo de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Los secuestraviejitos

js zolliker

Su negocio es complejo y requiere de una sustancial cantidad y calidad de observación, planeación, dedicación, inteligencia, falsa empatía y hasta de sentido común. Se dice fácil, pero el esquema tiene su significativo grado de complejidad operativa, aunque es verdad: las recompensas hacen que todo valga la pena para ellos.

Su esposa es el cerebro detrás de todo el tinglado. A ella se le ocurrió y es quien les guía. Él por su parte, es un engrane fundamental del enmarañado mecanismo donde también participan otras personas a veces de forma consciente, pero la mayoría como una minucia más de su diaria supervivencia.

Para poner un ejemplo, está el caso de don Camilo, quien les lleva los medicamentos a donde se los solicitan y sin hacer ninguna pregunta ni querer conversar. Cobra por su servicio, seguramente se huele que puede haber algo extraño, pero no le interesa averiguarlo mientras se le pague de forma puntual.

En el otro extremo está su esposa, quien como ya se dijo, es la genial creadora del embrollo. Estudió enfermería y se desempeña como jefa de Recepción en el área de Geriatría en un hospital público de segundo nivel, donde más o menos atiende entre 30 a 50 pacientes al día.

Por su trabajo comenzó a identificar a toda persona mayor que acudía a consultas de seguimiento acompañada de su pareja de igual edad o superior. También observaba a aquellos que iban con alguna cuidadora incompetente. Especialmente llamativa era la situación de quienes acudían en total soledad sin tener ningún familiar directo conocido. Fue entonces cuando le surgió la idea: eran personas de edad avanzada, con seguridad social completa, sumamente vulnerables y con poca supervisión familiar: las víctimas perfectas.

Juntos organizaron un grupo que se ha superado. Su esposa saca los expedientes del sector público y los presenta cada noche en una especie de comité de evaluación donde sopesan los riesgos y beneficios. Es la tabla del juicio final. Y de ahí depende a quiénes van involucrando, incluyendo a doña Delia, quien mediante pequeñas subvenciones —como una torta, un tamal o una torta de tamal— logra conectar con el personal de vigilancia o limpieza de cualquier propiedad. Esto resulta útil para tener informes sobre todos los movimientos de los “clientes” potenciales.

En adelante todo fluye: tocamos a sus puertas y nos colamos en sus vidas. “Me manda su hija/sobrino/nieta/vecino” y en adelante nos convertimos en los amos y dueños del lugar. Obvio, no sucede de la noche a la mañana, pero ya sabemos qué medicamentos necesitan, qué atenciones, cuándo, cómo y dónde. Al rato ya no saben hacer nada sin nosotros. Entonces los vamos aislando poco a poco. Nos hacemos indispensables.

Cuando la muerte te sonríe desde cerca comprendes que no hay nada más elemental y brutal que la soledad. Porque la muerte apesta y la toleran sólo los que te aman y los que quieren sacarle provecho económico. Nosotros somos los segundos que nos hacemos pasar por los primeros. Entonces buscamos que los moribundos cambien sus testamentos para favorecernos porque un apartamento, un coche, alguna casa o terreno de campo, una pensión, nunca son despreciables.

Ese es nuestro negocio: grooming de viejecillas, rucos y gente moribunda. Todos indefensos. Los aislamos y los convencemos de que cambien testamentos a nuestro favor poco antes de su muerte y nos terminamos quedando con todo. ¿Les sorprende? Es más común que la gripe. ¿Tienen personas mayores en sus familias? ¿gente con cierto patrimonio? Cuídenles. Estamos los buitres a la orden y el mundo moderno nos beneficia. Nos llaman secuestraviejitos y estamos en cualquier lugar. Ándense con cuidado.

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