En el sótano del palacio presidencial, en el corazón de Santiago, Patricia Herrera estuvo detenida y fue torturada antes de ser forzada al exilio. Corrían los primeras semanas de una dictadura que también mató y desapareció por miles.
Patricia, torturada. Luis, desaparecido. Shaira, exiliada. Cuando se cumplen 50 años del golpe militar que estranguló la democracia chilena en plena Guerra Fría, con el apoyo de Estados Unidos, aún sangran las heridas.
El tormento
Cuando volvía a casa de la universidad, la detuvieron agentes de civil por “ser mujer y socialista”. Patricia Herrera tenía entonces 19 años.
Fue llevada con los ojos vendados al subterráneo de La Moneda, al “Cuartel N°1", conocido también como “El Hoyo”, uno de los primeros centros de detención y tortura que habilitó la dictadura que derrocó y condujo al suicidio al presidente Salvador Allende, también socialista, el 11 de septiembre de 1973.
“Desde la primera noche que llegamos hubo vejaciones de tipo sexual. Al principio yo creía que el guardia se estaba sobrepasando conmigo, no pensé que era algo establecido que a las mujeres había que aplicarles la violencia sexual además de política”, evoca la historiadora de 68 años.
Estuvo detenida 14 meses en el Cuartel N°1, en Londres 38 y Tres Alamos, casonas en Santiago convertidas en salas de tormentos por el régimen de Augusto Pinochet. Salió de Chile hacia un exilio forzado que se prolongó por 15 años, primero en Francia y luego en Cuba.
Según dos comisiones de la verdad, al menos 38.254 personas fueron torturadas en la dictadura que se extendió hasta 1990.
El Cuartel N°1 funciona hoy como una oficina en la sede presidencial. Las víctimas, que eran conducidas a ciegas, pudieron identificar el lugar gracias a una pared curva.
El 30 de agosto, el presidente Gabriel Boric instaló una placa en los bajos de La Moneda para recordar el horror al que fueron sometidos alrededor de 30 detenidos.
“Queremos poner un hito que todo el mundo vea (...) que aquí, en el centro político del país, se encontró un centro de tortura”, sostiene Herrera.
La desaparición
La dictadura asesinó a 1.747 personas y detuvo e hizo desaparecer a otras 1.469, de las cuales se ha logrado identificar a 307, según informes oficiales.
El resto, 1.162, siguen desaparecidos. ¿Dónde están?, todavía se preguntan sus familias medio siglo después.
Cuando la policía política detuvo en 1974 a Luis Mahuida, un universitario de 23 años que militaba en la izquierda, también acabó con la infancia de su hermana, Marialina González, entonces de nueve años.
La madre, Elsa Esquivel, se dedicó a buscar a su hijo a tiempo completo. González se ocupó de las dos hijas de Luis, de 11 meses y tres años. “Dejé las muñecas. Mis sobrinas eran unas muñecas para mí", relata.
Nunca terminó el colegio. Recorrió cientos de lugares preguntando por su hermano. Incluso llegó a hacer una huelga de hambre y recuerda haber sido detenida varias veces mientras participaba en marchas por los desaparecidos.
González lamenta su infancia y juventud perdidas por culpa de la dictadura: “No fui capaz de decirles ‘paren, déjenme ser, yo quiero salir a bailar, quiero tener amigos’. Me quedé callada”.
A sus 59 años, y entregada al cuidado de su anciana madre, siente que el sufrimiento la seguirá en la vejez. “No hay cierre por el hecho de que mi hermano siga desaparecido, no va a haber cierre”, sentencia.
El exilio
La dictadura generó el mayor movimiento migratorio en la historia de Chile: Poco más de 200.000 personas se exiliaron, según la independiente Comisión chilena de derechos humanos.
Funcionarios del gobierno de Allende, dirigentes sindicales, obreros, estudiantes, campesinos debieron abandonar el país junto a sus familias. Suecia, México, Argentina, Francia y Venezuela fueron los principales países de destino.
La mayoría pudo regresar a Chile a partir del 1 de septiembre de 1988, cuando un decreto autorizó su regreso, un año y medio antes del final de la dictadura.
La militante comunista Shaira Sepúlveda fue torturada en las prisiones clandestinas de Villa Grimaldi y Cuatro Álamos. Tras ser liberada, partió en 1976 a Francia exiliada junto a su entonces marido, dejando a sus padres, su hermana y sus amigos en Santiago.
“Mi familia estaba aquí, mi hermana, mis padres, pero fue (mayor) el impacto de tener que irte a un país donde no eres nadie”, rememora.
Regresó 17 años después junto a dos hijos. Su familia volvió a quebrarse. El mayor de sus hijos no se acostumbró a Chile y regresó a Europa. “Soy una mujer mayor, entonces mis nietos de allá casi no me van a conocer”, se lamenta Sepúlveda a los 74 años. DJ
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