Los domingos desde hace tiempo tengo la costumbre de ir a desayunar al centro de la ciudad. Un café, un pan y me pongo a deambular entre viejas librerías y puestos. Les confieso esto, porque justo hace unos días me topé con una primera edición del necronomicón que compré sin chistar al ver el ridículo precio al que lo ofrecían. Una ganga.
Dicen por ahí que uno no elige a los libros, sino que los libros lo seleccionan a uno en el momento justo. No sé si ello tenga algo de cierto, pero por si las dudas, he decidido contarles que al llegar a casa me encontré con que este libro tenía entre sus páginas un manuscrito —sin fecha ni firma—que reproduzco para ustedes:
Tocan al timbre de mi departamento. Abro con precaución, porque ya es algo tarde. Un cartero perfectamente ataviado me entrega un telegrama. ¿Quién carambas manda un telegrama? No tengo cambio. Perdone, no puedo darle propina, me apena mucho. El otro sonríe amablemente, inclina la cabeza y se va sin abrir boca.
Carlos: lo hemos observado por años. Este es el llamado.
Si acepta, será iniciado en nuestros augustos misterios. 10 pm. Calle artículo 123. No. 6. Interior F. Sea discreto.
Atentamente: 1111.
Me quedo absorto; incrédulo. Leo y releo el telegrama. No logro atar cabos. ¿Quiénes son? ¿Cómo conocen mi nombre? ¿Serán 1,111 personas? ¿Cómo es eso de que me han estado observando por años? ¿Deberé acudir a la cita o a la policía? Debe tratarse de una broma, me digo después de un largo rato de desasosiego. Tiro el papel a la basura y decido continuar con mi rutina: cenar un atún de lata, lavar mi único plato, beber un té de tila y llevar a caminar al perro. Atún, detergente, brebaje. Apenas salgo a la calle con mi fiel mascota, me siento observado. Miro en todas direcciones. No percibo a nadie, pero la sensación no logro sacudírmela. Vamos, apúrate, que me han entrado ganas de volver. Los pasos rápidos que hacen eco y el can marcando territorio en cada poste, como si supiera que de pronto mi mente comenzaría a divagar: Once-once. Mil ciento once. Uno, uno, uno, y uno. 1111, año en que se consagra la Catedral Notre Dame des Doms en Avignon. 1111, lo scruzados que comienzan a dominar Siria.1111, los aztecas parten de Aztlán rumbo al Valle de México. En el 1111 muere Nicolás IIII Gramático, patriarca de Constantinopla. Once eran los apóstoles sin el Judas traidor. El sodio (Na) tiene 11 electrones y 11 protones.
Y de pronto, un gruñido de mi perro me hace percatarme que he caminado largo rato y estoy justo afuera del domicilio al que me han citado. Faltan, sí, curiosamente, once segundos para que den las 10 de la noche.
En punto, la puerta se abre y el can gruñe de nuevo, ahora tímidamente. El viejo cartero que me llevó el telegrama me sonríe y ofrece con un silencioso ademán, tomar la correa del animal. Mi mente me dice que corra en el rumbo contrario, pero mi curiosidad es demasiada. En el interior me esperaba una especie de asamblea de viejos hombres, todos elegantemente vestidos de negro, iluminados sus rostros apenas por el fulgor de algunas candelillas.
—Os esperábamos —me dice el más viejo de todos. —Habéis llegado justo a tiempo. Ahora os revelaremos nuestro altísimo secreto: somos una fraternidad de origen inmemorial. Cada uno de los hermanos que aquí observáis ha sido seleccionado igual…
—¿De qué se trata? —interrumpo.
—Guardad silencio y escuchad —me espeta el más viejo—: el once-once es un número mágico muy poderoso, pues permite una sincronía momentánea entre toda la humanidad. ¿Cuántas veces habéis mirado el reloj exactamente a las once horas con once minutos?
—Muchas, es cierto.
—Pues eso, sincronía, os decía. Los seres humanos pueden, por regalo del demonio, pedir cualquier deseo en ese exacto momento, y de no ser por nosotros, se cumpliría.
—¿Eh?
—Como se escucha: los hermanos estamos repartidos en todos los husos horarios y nuestra primigenia e importantísima labor reside en que a las 11:11 exactas, deseamos con todas nuestras fuerzas que no se cumplan los deseos de nadie. Siempre. No podemos faltar un solo momento, sin importar enfermedad, lluvia o cualquier imprevisto. A cambio, ofrecemos una fortuna para vivir muy cómodamente y la satisfacción de saber que salvamos a la Humanidad: imaginad si así no lo hiciéramos: sucederían tantas cosas que podrían destruir el mundo; lo mismo morirían políticos en un santiamén, que se enamorarían y reproducirían parejas inimaginables, que se eliminarían la pobreza y el hambre, que lloverían algodones de azúcar y temblaría en cada época de exámenes… Un caos.
—¿Es en serio?
—Por ello os hemos buscado —me revelan varias voces—. ¿Perteneceréis? Hasta aquí llega el manuscrito que he encontrado. No sé si se trate de un intento de cuento que quedó incompleto o una confesión de algo real. Imagino que se trata de lo primero, pero no puedo dejar de pensar en lo segundo: ¿en qué habría quedado todo? Estoy seriamente pensando en continuar investigando...