Fue un sábado, uno de esos días transparentes que prometen apenas despunta la mañana, un día soleado. El aire soplaba frío a pesar de estar en pleno mes de mayo, así que nos hicimos de abrigos y botas antes de salir. Tomamos el tren temprano, después de desayunar en una brasserie (restaurante donde también se produce cerveza) que queda justo enfrente de la estación de trenes Lille Flandres: jugo de naranja natural, café espresso y unos croissants con mantequilla y mermelada, tan hojaldrados y sabrosos que nos dejaron sonrientes y satisfechas para emprender el corto viaje con muy buen humor.
Por reparaciones en la estación donde debíamos trasbordar, tuvimos que cambiar dos veces de tren pero finalmente y después de un par de horas, nos encontramos en Brujas. Un sol tímido e intermitente nos dio la bienvenida y nos regaló una magnífica vista iluminada de la plaza principal. Comenzamos caminando pausadamente por esas calles desbordantes de encanto medieval, descubriendo plazas exuberantes rodeadas por edificios de riquísima arquitectura y tiendas pletóricas de encajes de bolillos en todas sus posibilidades.
En la plaza central, frente al Belfort (un campanario medieval impresionante, de 83 metros de altura que hoy también es un mirador), compramos unas soberbias papas fritas, que saboreamos mientras esperamos la calandria que nos daría un paseo por la ciudad. Finalmente llegó la carreta, cómoda, limpia y con un par de frazadas de lana con las que cubrimos nuestras piernas. Cosa curiosa, la joven conductora se sorprendió que le pidiésemos las explicaciones en español viniendo de México (mi abuela no habla francés), -“¿Pues en qué idioma le piden los mexicanos?” –“Siempre en inglés”, nos respondió. Comprobando su dominio del español, no pudimos evitar reírnos. El paseo agradabilísimo nos colmó oídos, ojos y espíritu de historia y belleza. Cruzamos puentes, iglesias, museos y dimensiones espacio-temporales. Después de una hora a trote de caballo, nos bajamos con hambre que saciamos con una de las especialidades de la zona de Flandres: Moules-frites (Mejillones a la marinera acompañados de papas a la francesa). Toda una experiencia, uf, los mejillones fresquísimos y como las papas fritas belgas, ningunas, su fama bien se la merecen. De postre, nos abandonamos al disfrute de unos waffles belgas, los mejores que he comido en la vida, de masa suave y esponjosa, dulce y crocante, salpicada con fina azúcar glass y un rosetón de crema montada. Café y ¡a la calle!.
El Historium es un museo interactivo, que cuenta la historia de Brujas a través de una historia de amor durante el Medievo. Sus salas incluyen olores, sonidos y una ambientación que hacen muy rica la vivencia. De por si no es difícil transportarse en el tiempo, con tanta ayuda, sale uno transformado. Decidimos no tomar el barquito que recorre algunos de los canales que atraviesan esta hermosa ciudad, más por evitarnos hacer horas de fila que por falta de ganas. Fue un fin de semana con muchos visitantes y quisimos aprovechar lo que nos restaba del día para fluir con el vaivén de aquellas calles mágicas, visitando la famosa escultura de Miguel Ángel, la Basílica de la Santa Sangre, la catedral y el Grote Markt, o Mercado de Brujas…
Finalmente y después de hacer compras de encajes y chocolates belgas (pues ya estando ahí…), en un último paseo descubrimos un pequeño parque, en cuyo centro yace la escultura de una pareja en un abrazo eterno, y a los pies de estos amantes, aparece escrita la palabra amor en cincuenta idiomas. Nada más romántico y significativo para despedirnos de una ciudad que se compartió generosa, para ofrecernos momentos mágicos e inolvidables. Éste fue un paseo al interior de sus misterios, que nos permitió descubrir algunos propios. Gracias Universo. À la prochaine!! @didiloyola