El presidente se va, pero nos deja una nación desprestigiada, aislada y carente de voz y respeto en el mundo. Una nación aliada a autócratas y dictadores, defensora de un terrorista invasor y asesino de civiles geográficamente lejos de él, pero ideológicamente cerca. Un país que oscurece con una política exterior deshumanizada, injerencista, antioccidental y violatoria de convenciones y del derecho internacional.
La crisis diplomática que detonó con Washington al acusar al Embajador Ken Salazar de “injerencista” por criticar la ilegítima reforma al poder judicial ha puesto en grave riesgo la continuidad del T-MEC y la relación con Estados Unidos. El fin de la separación de poderes mediante métodos gangsteriles maquinados por dos legisladores prorrusos en el Senado ha creado las condiciones para que Washington deje vencer el tratado comercial en el marco de la revisión en 2026 al margen de quien gane las elecciones en noviembre. Labrado quedará su nombre en la oscura piedra de la historia mexicana como el culpable de haber destruido la posición privilegiada de México como principal socio comercial de Estados Unidos.
López Obrador aisló a México del resto del mundo. En seis años no realizó una sola visita de Estado al extranjero. No asistió a las cumbres del G-20, a la Asamblea General de la ONU, al Foro de Davos, a la Alianza del Pacífico y a la Cumbre de las Américas. Insultó a la OEA y planteó desaparecerla. Su representante ante el organismo boicoteó cuanta sesión pudo. Viajó dos veces a Washington a verse con Trump y Biden, una a Nueva York a presentar en el Consejo de Seguridad de la ONU una inverosímil propuesta que nadie tomó en serio y finalmente a San Francisco a la cumbre de la APEC, único foro mundial al que asistió. Declinó la invitación de Biden a una cumbre regional sobre migración en Los Ángeles en protesta por la exclusión de los dictadores de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Con Europa la relación fue nula, salvo un pleito fortuito con España. Las candidaturas que postuló para dirigir la OMC, la OPS y el BID fracasaron. Ni a finalistas llegaron.
Aunque declaró “neutral” a México en la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania siguió una política prorrusa. Criticó a Washington por ayudar a Ucrania a ejercer su legítimo derecho a defenderse. Su propuesta para la paz fue tachada por Kiev como “un plan ruso” al pedir una tregua sin condicionarla al retiro de las tropas invasoras. Su canciller rechazó firmar una declaración mundial condenando el robo de niños ucranianos por parte de Rusia. Permitió el alarmante aumento de espías rusos en territorio nacional que el Pentágono denunció como el más numeroso en el mundo. Criticó a miembros del Parlamento Europeo por postular al presidente de Ucrania para el Premio Nobel de la Paz. En contraste, fue acrítico con Putin.
Su injerencia en asuntos internos de otros países lo llevó a romper relaciones con Ecuador y Perú, a la crisis política con Bolivia y a la enemistad con Argentina. El nivel de hostilidad con países vecinos no tiene precedente. Tergiversó la Convención de Viena para justificar dar refugio a un fugitivo de la justicia ecuatoriana que llevó al allanamiento ilegal de la Embajada de México en Quito. Fracasó en hacer que la ONU expulsara a Ecuador. Intervino para apoyar los intentos golpistas de expresidentes y políticos populistas de Bolivia, Perú y Ecuador. No tuvo una palabra de empatía para las víctimas de la represión de las tiranías regionales. En embajadas y consulados dio preferencia a los nombramientos de carácter político o derivados del amiguismo sin importar cualificación o experiencia. Panamá declinó dar el beneplácito a un personaje acusado de acoso sexual.
Consulados con titulares leales al partido hegemónico fungieron como capítulos extranjeros de proselitismo político en violación al reglamento del servicio exterior. Celebró la llegada de remesas en números récords como si la expulsión de mano de obra fuera un éxito no un fracaso de su política económica. No tuvo la empatía de reunirse con los migrantes las cuatro veces que viajó a Estados Unidos. Tras seis años de una política exterior ideologizada no de Estado, deja a un país irrelevante, carente de influencia en el mundo Occidental al que pertenece le guste o no. Como si fuera poco, cierra el sexenio imponiendo una reforma judicial marcada de ilegitimidad. De ese tamaño el tiradero.