No fue la primera vez que fue infiel. En la preparatoria engañó a su novio en una ocasión cuando salió con sus amigas a un antro. Y ya estando casada también tuvo un desliz en un viaje, pero lo consideró como algo sin importancia porque se trató de un evento aislado, casual, casi “inocente”; simplemente se le presentó una oportunidad y decidió aprovecharla para demostrarse de lo que era capaz.
Ahora, sin embargo, fue diferente. Ella buscó –activa y conscientemente– un encuentro furtivo con un extraño porque su esposo le parecía demasiado perfecto y porque le vino en gana el antojo de la adrenalina. No es que no tuviera relaciones con su esposo, con quien tenía dos hijos, sino que un buen día quiso sentirse deseada con más y diferente lujuria en lugar de lo que ya conocía.
A través de un programa de radio, supo de una página de Internet dedicada a reunir a personas casadas que buscan vivir una aventura extramarital. Ahí llenó un formulario y el algoritmo le presentó varias opciones. Eligió a un hombre mayor que ella: con una hija viviendo en el extranjero, viudo y que residía a más de 60 kilómetros de distancia (para minimizar riesgos de que alguien los reconociera o que se los topara en la calle). Quedaron de verse en un restaurante a las afueras de Valle de Bravo, la pasaron increíble y de ahí a un discreto hotel donde la química sexual fue tan buena que acordaron en seguir viéndose.
En casa ella se ausentaba cada vez más, aprovechando los frecuentes viajes de trabajo de su marido (dedicado a las ventas) y daba cualquier excusa: “Voy a terapia”, al spa, de compras, al yoga y como es de imaginarse, la frecuencia y los buenos encuentros les fueron creando un vínculo emocional cómodo.
A tal grado de intimidad llegaron que pasaron de la habitación subrepticia a visitar la casa de él para tener más privacidad y menos gastos. Cabe destacar que todo iba viento en popa hasta que un día mientras esperaba a que él le sirviera una copa de vino, se adentró en la sala y comenzó a observar los portarretratos. ¡Ay, no manches!
¿Qué hacía una foto de su esposo junto a su nuevo amante en lo que parecía un viaje de pesca?, ¿se conocen?, ¿desde cuándo?
Entonces, para guardar las apariencias con una copa en la mano se concentró en no mostrarse contrariada y comenzó a preguntarle por las personas que aparecían en algunos retratos hasta que llegó al de su engañado esposo. “¡Ah!, él es mi hermano Memo. Es vendedor de maquinaria de construcción y no nos vemos tanto porque viaja mucho, pero al menos una vez al año vamos a bucear a los Cabos”.
Ella casi se desmaya, le temblaban las piernas. ¿Cómo era posible que después de una década de matrimonio no supiera que tenía un hermano? ¿Cuáles eran las posibilidades de que su propio cuñado terminara siendo su amante?
Sacó fuerzas de quién sabe dónde y se controló para seguir indagando. Ante la insistencia, su nuevo novio sacó un álbum fotográfico. Ahí estaban desde pequeños en Navidad, en la primera comunión que hicieron juntos, en sus respectivas bodas y su esposo, con su otra esposa y familia. “Se casaron hace unos siete años. Tienen tres hijos: el mayor, Memito, es mi ahijado y acaba de cumplir seis años el pasado mes de marzo”, le dijo. “¿Y ahora que carajos hago?”, pensó ella. Mal, si confronta a su marido porque se terminará enterando de que ella también le fue infiel. Malo si lo confiesa porque se quedaría sin su nuevo enamorado. “Todo es un juego de perder-perder. ¿Me estará castigando el creador? ¿Karma? ¡Ay, no manches! ¿Por qué sólo estas cosas me pasan a mí?”.