Ciencia | Nuestra mente, como la del macaco

29 de Abril de 2024

Ciencia | Nuestra mente, como la del macaco

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El lenguaje nos distingue a los seres humanos de otros animales, y aunque cada vez hay más evidencias de que compartimos la capacidad de tener un lenguaje estructurado con, al menos, todos los simios, todavía es un misterio por qué solo nosotros la desarrollamos

“No vivirán ya en comunión plácida; cada cual huirá de su semejante, temeroso de su inquina y de su hambre, y buscará donde ocultar su torpeza y su miedo… Por no haber hablado ni tenido conciencia de quiénes somos nosotros, ni dado muestras de entendimiento, sus carnes serán destazadas y comidas. Entre ustedes mismos se triturarán y se comerán los unos a los otros, sin repugnancia”.

Como es evidente, Tepeu y Kumatz, los dioses del Popol Vuh, no se andaban con pequeñeces: cuando les salían mal sus intentos por crear seres capaces de hablar y de adorarlos los condenaban al sufrimiento (aunque es un lindo detalle quitarles el reflejo de la repugnancia).

A esta terrible sentencia que dieron a los animales, los dioses añadieron otra: “Pronto serán perseguidos y sacrificados y sus carnes rotas, cocidas y devoradas por las gentes de mejor entendimiento que van
a nacer”.

Nosotros somos esas “gentes de mejor entendimiento” que devoramos a los animales; pero, antes, los dioses crearon una generación de madera que también podía hablar y entender; sin embargo, “como al final de muchas jornadas tampoco comprendieron quiénes eran los dioses, cayeron en desgracia”, perdieron el habla y “se transformaron en monos”.

Resulta curioso que diversos hallazgos de la ciencia contemporánea coinciden con algunas de las líneas generales de este mito, empezando por el hecho de que, aunque los monos no tienen la capacidad de hablar, sí tienen la estructura mental que les permitiría hacerlo si pudieran articular los sonidos.

Los conceptos también se anidan

La semana pasada se publicó en la revista Science un estudio que revela que una parte fundamental de la estructura gramatical con la que se construyen cualquier lenguaje no sólo se encuentra “anidada” en nuestra mente, también en la de los macacos.

Stephen Ferrigno, autor principal del estudio, explicó en entrevista que buscaron una de las “capacidades subyacentes del lenguaje. El lenguaje tiene una gramática complicada, puedes unir palabras en formas únicas. Una de ellas es el anidamiento de una frase dentro de otra”.

Por ejemplo, la frase “El gato al que el perro persiguió salió corriendo”, que está compuesta por la frase “El perro persiguió al gato”, anidada dentro de la frase “El gato salió corriendo”.

Esta forma de estructura se encuentra en prácticamente todas las lenguas del mundo.

“Lo que hicimos fue buscar esa capacidad gramática pero de una forma no lingüística”, dijo Ferrigno.

Para ello, les hicieron una prueba a grupos de adultos de los Estados Unidos; adultos de la etnia Tsimane, en Bolivia, sin escolaridad en lectura ni matemáticas, en niños de entre tres y cuatro años y en tres macacos.

›Los experimentos consistían en estructurar imágenes de paréntesis ( ), corchetes [ ] y llaves { }, unas “dentro” de otras con cierta jerarquía, pero con imágenes de símbolos que nunca habían visto. “Dejamos que jerarquizaran y estructuraran como les pareciera mejor”, comentó Ferrigno.

Encontramos resultados muy similares y uniformes entre todos los seres humanos, independientemente de su edad y origen cultural”, todos secuenciaron y jerarquizaron de formas coherentes y consistentes.

Por su parte, los monos, aunque hizo falta un poco más entrenamiento sobre la tarea a realizar que con los humanos, también lograron secuenciar y jerarquizar. Lo cual fue todo un descubrimiento.

“La meta era ver si la existencia de esta capacidad era siquiera posible en animales no humanos. Incluso que uno solo lo hiciera hubiera sido suficiente, porque mostraría que la posibilidad existe”, dijo Ferrigno.

Además, “de acuerdo nuestro estudio, esta capacidad parece ser espontánea; encontramos que tanto los humanos como los monos estructuran de manera espontánea, sin necesidad de aprenderlo”.

Los pasos de Lucy

En la noche del 24 de noviembre de 1974, en un campamento en Hadar, Etiopía, hubo fiesta; se bebió, se bailó y se cantó una y otra vez la canción “Lucy in the Sky with Diamonds”, de los Beatles.

El equipo de Donald Johanson y Tom Gray estaba eufórico. No era para menos: aunque en ese momento no lo podían saber aún con certeza, habían encontrado los fósiles de un cúbito, un occipital, un fémur, algunas costillas, una pelvis y la mandíbula inferior, de la que hasta la fecha sigue siendo el ancestro humano más antiguo: una hembra Australopithecus afarensis a la que llamaron Lucy.

Apenas dos semanas más tarde habían excavado y clasificado cientos de fragmentos de hueso, que representan el 40 por ciento del esqueleto de entre 3.4 y 2.9 millones de años, lo suficiente para saber que Lucy tenía la primera característica que nos distingue a los humanos de los otros primates: caminaba sobre sus dos pies. La pregunta era, desde luego, si era capaz de hablar.

Se ha dicho mucho que el bipedalismo permitió a los humanos primitivos el uso de las herramientas y armas de cacería; que la ingestión de carne dio más calorías para mantener un cerebro más grande; que estar erguidos permitió el descenso de la laringe, lo que abrió la posibilidad de, algún día, producir vocales y consonantes; que hizo que los bebés nacieran con el cerebro relativamente para poder pasar a través de la pelvis estrecha y que eso fomentó la formación de familias y grupos grandes que cuidaran a los bebés y esto requería de lenguaje...

Pero lo más probable es que ni Lucy ni sus contemporáneos hablaran. El bipedalismo entre nuestros ancestros empezó un millón de años antes que Lucy y no está claro que los A. afarensis dieran origen al género Homo.

Lo que sí entendemos es que poco después, hace unos 2.5 millones de años, también cerca de Etiopía, algún ser humano (integrante del género Homo) aprendió que si golpeaba una piedra contra otra de un modo particular podría conseguir una herramienta afilada para cortar la piel con la carne de alguna presa, un hacha de piedra.

›Pero eso tampoco implica que pudieran hablar. Los leones y los lobos son capaces de cazar sin lenguaje y los chimpancés, aunque llegan a reír, pueden mantener grupos sociales bastante amplios sin la necesidad de entablar conversaciones, y los gorilas (y también los cuervos) pueden aprender unos de otros el uso de herramientas sencillas. Todo ello sin lenguaje.

3.4 a 2.9

millones

de años tiene la

Australopithecus

afarensis Lucy.

A principios del 2018, un grupo de antropólogos encabezado por Richard Potts reportó haber encontrado en el sur de Kenya el momento en el que, después de alrededor de un millón 750 mil años de haberse inventado, quedaron obsoletas las hachas de mano. Se inventaron las puntas de flecha de obsidiana.

›Fue hace 300 mil años en la Cuenca de Olorgesailie. Y tal parece que fue entonces cuando surgió también el lenguaje, porque se encontraron marcas de ocre usado como pintura identitaria (posiblemente del grupo), y de comercio con quienes habitaban en las zonas bastante alejadas donde había ocre y obsidiana. Los humanos, hasta donde sabemos, llegamos con el paquete completo de innovación y comunicación.

Entonces, para qué necesitan una estructura gramatical los macacos, de los que nos separamos hará unos 60 millones de años, y para qué les servía a los primates que vinieron antes de nosotros y que no pudieron hablar.

Más que estructura, puntería

La anidación y las estructuras recursivas, como las estudiaron Ferrigno y su equipo, se pueden encontrar por todas partes en la actividad humana. Por ejemplo, en la música, “donde se usan frases pequeñas (llamadas motivos) para construir frases más grandes, y dentro de una canción o pieza cada instrumento puede estar haciendo sus propias frases dentro de otras frases”.

También está en las matemáticas, por ejemplo en la ecuación (2+2)*(4+1) tienes que resolver lo que está dentro de cada paréntesis antes de aplicar la operación que los implica a los dos. Y se le puede encontrar en la pintura y en la construcción de nuestras casas y demás, y tal parece que estas habilidades, independientemente del campo en que las apliquemos, están relacionadas en el fondo de nuestras mentes, y quizá no sólo en las nuestras.

“Hay una buena cantidad de investigación en busca de la estructuración mental que subyace a habilidades como el lenguaje, el uso de herramientas, las relaciones sociales o hacer la habilidad de nudos” comenta Ferrigno. Es decir, la estructura gramatical se requiere para entender el mundo que nos rodea e interactuar mejor con él.

300

mil años

tienen las evidencias más de antiguas de la existencia de los Homo sapiens.

Para algunos científicos del lenguaje, como N. J. Enfield de la Universidad de Sydney y el Instituto Max Planck de Psicolingüística y autor del libro How We Talk, tener la estructura mental para darle sentido al mundo, no es suficiente para hablar.

Enfield llama la atención sobre un gesto simple, el de apuntar o señalar con el dedo: “Apuntar no solo manipula la atención del otro sino que por un momento une a las personas. Apuntando, no sólo miramos a la misma cosa, la miramos juntos”, comenta en uno de sus ensayos.

Y señalar “es un truco exclusivamente humano, es la forma en que los bebés comienzan a comunicarse alrededor del noveno mes de edad”.

Así, en la búsqueda de los cimientos del habla humana, mientras la investigación en las ciencias cognitivas se ha enfocado en la estructura lógica, parece haber otra alternativa: “la esencia del lenguaje se encuentra en nuestra capacidad de comunión entre las mentes a través de compartir con una cierta intencionalidad. Y en el centro de esto se encuentra el engañosamente sencillo gesto de apuntar”.

›Por cierto, cuando finalmente Tepeu y Kumatz lograron crear a las “gentes mayor entendimiento”, o sea nosotros, estas hablaron y resultó demasiado entendimiento, por lo que decidieron que no lo conociéramos todo.

Es preciso limitar sus facultades. Así disminuirá su orgullo. Los desmanes que cometan serán de menos alcance”... A juzgar por nuestra capacidad para hacer desmanes, tal vez ya estamos entendiendo demasiado o pareciéndonos a la generación anterior que, por su falta de corazón y porque “no había en sus palabras expresión ni sentimiento” terminaron siendo perseguidos por “los seres pequeños”, las piedras de moler, los perros y hasta los jarros y las ollas.

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