Ataques fallidos

28 de Abril de 2024

Héctor J. Villarreal Ordóñez

Ataques fallidos

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Al Presidente de la República no le molesta la confrontación. Al contrario, su proyecto político está construido sobre la base de la generalización y la descalificación a ultranza del statu quo. Su narrativa electoral y de gobierno se nutre de la existencia y la acción de un antagónico, real o ficticio, pero permanente. Tras el sorpresivo y lamentable accidente aéreo del lunes 24 de diciembre, en el que perdieron la vida cinco personas, entre ellas la gobernadora del Puebla, Martha Erika Alonso, y su esposo el senador y ex gobernador de esa misma entidad, Rafael Moreno Valle, se ha desatado una desaforada y desorientada campaña de ataques en contra del presidente y su gobierno, que revela que hay quienes piensan que, por esos hechos, puede generarse un costo significativo o una especie de primera crisis a la auto llamada cuarta transformación. Una de las expresiones más burdas y torpes de esa campaña es la invención y propagación artificial del hashtag #amloasesino que, en plena celebración por la Navidad, se mantuvo durante largas horas como una de las tendencias principales en Twitter, dando cuenta de los ánimos que se acumulan bajo la superficie del debate público en el contexto del relevo de administración y de grupo político en el poder en México. Andrés Manuel López Obrador puede ubicarse entre esos personajes de quienes se dice que crecen en el conflicto. Parte de su arrollador triunfo electoral en 2018 se explica en función de sus largos años dedicado a ser opositor radical, en su persistencia como crítico feroz y sin matices de todo lo que se ha hecho en México, bueno o malo, en los últimos 30 años. Suponer que la descalificación burda o los ataques oportunistas y sin estrategia le pueden infringirle un daño o un costo político relevante, sobre todo al inicio de su gestión, parece una ingenuidad, una incomprensión absoluta de sus fortalezas discursivas y un desconocimiento de las motivaciones que mueven a la amplia base social que lo respalda y se identifica con él. El discurso del presidente es previsible y consistente. Este miércoles ha respondido como era de esperarse a quienes intentan hacer pasar, sin más argumento ni estrategia que la ocurrencia, la tragedia de Puebla como un magnicidio, un complot gubernamental o la consecuencia de su afán confrontativo. Les ha dicho “mezquinos neofacistas” y “ridículos”, ni menos ni más, adjetivos que son más que útiles para el consumo y aprovechamiento de sus seguidores y feligreses, quienes podrán echar mano de ellos para el contra ataque. López Obrador utilizó los rituales y ceremonias de su toma de posesión como potentes plataformas para partir a la audiencia –y a la sociedad- en dos: los que creen y están con él y los que no. Sus conferencias de prensa matutinas y sus apariciones públicas como titular del Ejecutivo han sido usadas también para reforzar esa narrativa. A la 4T le conviene lidiar con los retos y dificultades objetivas de ser gobierno instalada en el relato del enemigo -interno o externo- que se opone a su avance y a su utópica consolidación. Hoy, bajo el pretexto de los tristes hechos de Puebla, sus adversarios le ayudan a ello. Es evidente que los tiempos no se muestran fáciles para quienes advierten en la oferta de gobierno que arrasó en las urnas el primero de julio más riesgos y retrocesos que una vía de desarrollo, bienestar y consolidación democrática. Sin embargo, parece que la prisa, las reacciones apresuradas y la ausencia de liderazgos o referentes creíbles, honestos y sólidos, están entre sus peores consejeros. Tw: @hjvillarreal