“[…] hasta que se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos, será imposible erradicar la violencia. […] sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión.” Papa Francisco
El término desigualdad espacial ha pasado de ser un concepto relegado, para poco a poco convertirse en un punto de interés entre los estudios demográficos y sociales de los últimos años, y es que su investigación involucra temas como el desarrollo de políticas públicas, la economía, el derecho, la sociología, la sustentabilidad, el uso de suelo, la movilidad urbana y el mercado de la vivienda, entre otros.
Es complicado encontrar una definición para el concepto, ya que éste incluye diversos aspectos de estudio, es así que de acuerdo a la publicación “Las columnas de la desigualdad espacial” de la Revista Geográfica de América Central, la desigualdad espacial es una unión que entrelaza numerosas relaciones, mismas que no solamente se circunscriben a escalas locales; es decir, es una condición basada en las diferencias como la discrepancia en niveles de ingresos, acceso, empoderamiento y movilidad, etc.
Por otro lado, el Centro de investigación Brookings Institution afirma que el lugar en el que uno vive es un determinante del acceso a oportunidades es decir, éste define el sitio en el que uno (predominantemente) trabaja, realiza sus compras, recibe atención sanitaria, entre otros, es así que existen al menos dos elementos fundamentales contemplados para determinar la desigualdad social: 1) los mercados del uso de la tierra y las políticas y 2) los vínculos de transporte o servicios a diferentes zonas de la ciudad; es así que el grado de desigualdad espacial aumenta cuando los mercados inmobiliarios dividen a la ciudad en barrios de altos y bajos ingresos.
Y es que de acuerdo a algunos estudios existen al menos dos modelos en los que las principales ciudades del mundo se han basado para establecer su disposición geográfica, cimentados ambos en la distribución de la riqueza; el primero afirma que las ciudades tienen un único centro al que los individuos acuden a trabajar diariamente, lo que implica que al estar más retiradas las viviendas sean compensadas con precios más asequibles, por lo que las personas con menores ingresos se sitúan a las afueras; por otro lado, el segundo modelo se contrapone al primero ya que asegura que las personas con más dinero optan por casas amplias que son más fáciles de construir a las afueras, además de que el costo de la movilidad no es un problema ya que cuenta con transporte propio.
Como ejemplo de lo anterior están las ciudades estadounidenses de Atlanta, Phoenix y los Ángeles donde las familias de más bajo nivel adquisitivo suelen residir en el centro urbano, mientras que aquellos con más solvencia económica tienen su residencia en las afueras de la ciudad, pero sea cual sea el modelo utilizado, no se debe perder de vista que al final lo que determina el asentamiento es el poder adquisitivo, tema que requiere mayor atención e incluso convertirse en tema de debates políticos.
Contrario a lo que podríamos pensar este fenómeno no es nuevo pero sí de reciente estudio, y es que la relación entre desarrollo económico y urbanización ha dado como resultado un incremento de la migración a las ciudades, lo que a su vez impulsa a que empresas e instituciones trasladen sus instalaciones a aquellos espacios geográficos donde los empleos, comercios y servicios pueden ser adquiridos con mayor facilidad; es un círculo virtuoso que sin embargo, deja en muchos de los casos de lado a aquellos que tienen limitaciones en cuanto a movilidad o acceso.
La desigualdad espacial puede y debe ser analizada desde diversos ángulos, pero uno de los más importantes es el sociológico, ya que la estigmatización o desacreditación de ciertos barrios, calles o asentamientos urbanos a su vez contribuye al incremento de la tasa de violencia, la criminalidad, la distribución de drogas, los asesinatos y por supuesto la pobreza.
Y es que considerar el entorno en el que vivimos como un elemento que influye y quizá determina mucho de nuestro comportamiento no es una propuesta reciente, ya en 1969 el psicólogo social de la Universidad de Stanford, Philip Zimbardo realizó un experimento que dio origen a la Teoría de las Ventanas Rotas la cual sostiene que mantener los entornos urbanos en buenas condiciones puede provocar una disminución del vandalismo y la reducción de las tasas de criminalidad.
Si bien es cierto que diversas ciudades alrededor del mundo concentran gran parte de la riqueza es también en estos lugares donde son cada vez más evidentes los obstáculos y la división social, es por eso que la Organización para la Cooperación y Desarrollos Económicos creó el documento: Ciudades al servicio de todos, datos y medidas para un crecimiento inclusivo el cual demuestra que la desigualdad también contribuye al aumento de la segregación residencial y que deben existir nuevas decisiones así como la implementación de innovadoras herramientas a nivel nacional y local para aplicar políticas que refuercen el crecimiento inclusivo en las ciudades; porque la redistribución espacial nos permitirá no sólo brindar mayores oportunidades o abrir nuevos enfoques, sino que a largo plazo propiciará la erradicación de etiquetas sociales sustentadas en lugares de residencia o tamaños de las viviendas, para realmente centrarnos en una real reducción de la inseguridad.