Donar sangre en tiempos de Covid-19

29 de Abril de 2024

Donar sangre en tiempos de Covid-19

Promo_Dossier_80_15

Extreman medidas de higiene en el Centro Nacional de
Transfusión, que luce semivacío ante la ausencia de donadores

A las 8:45 horas, la sala principal del Centro Nacional de Transfusión, ubicado en Zacatenco, al norte de la Ciudad de México, luce casi vacío. En tiempos normales, recibe entre 10 y 15 personas; pero hoy, con la crisis sanitaria por Covid-19, sólo atenderán a cuatro. Los únicos que hicieron cita.

Seis personas, contando al vigilante de la entrada, son las responsables de acompañar a donantes que acuden de manera voluntaria, por la serie de filtros que determinarán si es apto o no para hacerlo.

La primer tarea, es llenar un formulario en el que das constancia de tu condición médica para garantizar que la sangre sea segura. Una enfermera se abre paso para revisar los brazos del donante, y determinar en cuál se tomará la muestra, y en cuál se realizará la extracción.

Es imposible no sentirse intimidado en el consultorio, a la vista de agujas y ligas para hacer presión, todas parecen peligrosas. La recomendación es respirar profundo y cerrar los ojos para no ver cuando el metal atraviesa la piel. Apenas es un pinchazo, que duele de forma moderada. El procedimiento lleva 10 minutos, luego aplicarán una bandita para detener el sangrado. De ahí a la sala de espera, otra vez. Ahora tres personas más esperan turno para realizar el procedimiento.

El médico, le informa si es una persona apta para donar,en caso afirmativo, es cuando inicia el proceso completo.

De inmediato, me bombardea el médico con preguntas, ¿Cuántas parejas sexuales ha tenido el último año?, ¿fuma?, ¿fumó hoy?, ¿cuántos días lleva sin beber alcohol?, ¿tiene hijos?, ¿fue cesárea o parto natural?, ¿alguna vez le han realizado una transfusión?.

Es la primera vez que tengo que pensar tantas cosas relacionadas con mi vida privada en tan poco tiempo. Respondo con monosílabos, para ahorrar detalles de lo aburrida que es mi vida en tiempos de pandemia. Al finalizar la sesión, una enfermera me conduce a una sala con cuatro sillones azules que parecen camas de descanso.

SOS. La Secretaría de Salud llama a los mexicanos a donar sangre.

La enfermera se lava las manos a cada momento. Después de recostarme, llega con una máquina que ayuda a bombear la sangre. De inmediato me pide que no cruce los pies (ya me había adelantado), y que apriete el puño de la mano derecha de manera intermitente.

Así pasan unos ocho minutos, los suficientes para extraer 450 mililitros de mi sangre. Cierro los ojos e ingreso en un estado de duermevela. Me siento cansada y podría quedarme dormida aquí toda la mañana.

Me levanto de un golpe. Es inevitable experimentar una sensación de aturdimiento. La enfermera, en su infinita humanidad, pide que me traigan una “coquita”, el remedio casero para cuando te baja el azúcar.

“Dele un traguito más”, me dice antes de que me pasen a las mesas redondas en la entrada, convertidas en improvisado comedor. Ahí me esperan un sándwich de jamón con queso, sin mayonesa, un jugo de mango en tetrapack y dos chocolates. No tengo hambre, cosa rara para ser las 10:00 horas, pero me dicen que no puedo irme sin tomar alimentos.

Afuera de la clínica hay mucho movimiento. Parece que la ciudad entera salió del estado de sopor ocasionado por la pandemia. El autobús que se dirige al metro Politécnico va lleno, incluso hay gente de pie. Imposible mantener la sana distancia, pero todos llevamos cubrebocas. Nadie habla. Por lo menos hoy, las palabras han desaparecido, pero el ruido no cesa. La ciudad sigue en movimiento, un moretón y tres horas después.