El apóstata

28 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

El apóstata

obispo

EJECENTRAL

Reverendísimo Arzobispo de la Arquidiócesis de Xalapa, de la Santa Vera Cruz. Doctor Hipólito Reyes Larios

Su Excelencia:

Por medio de la presente misiva le comunico que el día de hoy renuncio de forma irrevocable al ministerio del sacerdocio que ejerzo desde hace más de dos décadas y que venía practicando bajo el manto protector del Monseñor Obeso Rivera y después, bajo la arquidiócesis que encabeza su Excelencia.

Mi amor por la Iglesia, Santa, Católica, Apostólica institución sagrada, es demasiado grande como para ponerla en riesgo de cualquier forma y manera, en especial, sabiéndome y sintiéndome desde hace unos días de intensas meditaciones personales y de conciencia, un ilegítimo defensor de la fe.

Cuando me ordené y tomé los hábitos, recién había fallecido mi madre. Ella siempre fue mi más grande ejemplo cristiano, pues desde muy niño me inculcó las obras pías de San Rafael Guizar y Valencia y me educó con el ejemplo: siempre dio de comer al hambriento aunque ello significara quitarse alimento de la boca. Siempre dio techo a quien no lo tenía, aunque apenas cupiéramos en casa. Siempre vistió al desnudo y nunca la vi darse el lujo de comprarse un vestido de los brillantes aparadores de las tiendas del pueblo. Siempre visitó a los enfermos, aún en navidades y cumpleaños; hospitales, asilos y hospicios la reconocían por su misericordia. Y siempre también, su Reverencia, mi madre cuidó del pobre y le dio limosnas a los necesitados, aunque ello significara que no tuviéramos suficiente para asistir al cine de vez en cuando.

Mi madre, le reitero, fue mi mayor ejemplo y quien me inspiró al sacerdocio. Fue una de esas personas que viven al Cristo en carne y hueso, que ven lo positivo en todas cosas, que son resignadas y conformes, y que siempre son agradecidas con el Creador, aún cuando pasó sus últimos meses padeciendo un cáncer dolorosísimo y terrible del que nunca se quejó aunque la mantuvo totalmente postrada. Todo eso lo logró, su Eminencia, sin nunca hacerme sufrir carencias y siempre colmándome del más puro y desinteresado cariño que solo una madre puede prodigar; sin duda me convirtió con su dos empleos y su poco dormir, sus sacrificios y constancia, su devoción y bondad, en un hombre de bien, convencido institutor del apostolado de la fe… O eso pensaba hasta hace poco.

El motivo de mi renuncia es porque he descubierto bajo la infalibilidad de sus palabras santísimas (puesto que no ha rectificado, asumo que está su Magnificencia en lo correcto), que soy producto del pecado y uno de los más grandes y graves castigos que aparecen en las santas escrituras: las plagas.

Lo sabe usted, su Excelencia. Las plagas son según el diccionario bíblico aprobado por la Santa Sede, el juicio divino y virulento de la divinidad, como castigo por el pecado que no logra perdón. Las plagas fueron el brazo armado de los cielos para liberar al pueblo elegido del dominio egipcio, y las plagas son también parte fundamental de la teología del apocalipsis y del fin del mundo. Lo sabemos, las plagas son cosa seria.

La escolástica lo muestra claramente con la mención de diez de ellas:

  • Las aguas se convierten en ríos de sangre.
  • Las ranas lo inundaron todo.
  • Los piojos o pulgas que a todos aguijaron.
  • Las moscas que se comían la carne viva de las personas.
  • La peste que atacó y acabó con el ganado.
  • Las úlceras y el salpullido incurable que hizo aullar de dolor a los infieles.
  • El granizo que destruyó las cosechas.
  • Las langostas voladoras que acabaron con todos los sembradíos y comida acumulada
  • Las tinieblas que provocaron robos y asesinatos y horrores.
  • La muerte de todos los primogénitos.

Aunado a lo anterior, su sapientísima y toda poderosa Excelencia, nos ha dejado claro que existe una plaga más:

  • La de las madres solteras.

Estoy seguro que no tardan los versados doctores y prelados en Roma, en agregarlo a las sagradas escrituras. Y no puedo yo —ni podré en un futuro— con mi vergüenza a cuestas, defender la fe de nuestro señor al ser producto de dicha plaga. Le confieso de corazón que soy hijo de tal plaga: mi madre decidió no casarse con mi padre porque la violó y aquél era un tipo desobligado, golpeador y abusivo.

Renuncio pues en este momento al ministerio del sacerdocio por conflicto de conciencia. Esta decisión, no exenta de dolor, la he tomado bajo la convicción de estar respondiendo a mi consciencia de forma libre y responsable. Dejo pues la Iglesia romana, pero no la fe en Cristo y por ello siento una gran paz interior y auténtica alegría. Me alejo de la Orden Franciscana, pero no del sueño tierno y fraterno de san Francisco de Asís. Continúo y seré siempre servidor de los pobres.

Atenta y respetuosamente,

Prudencio Natividad Valencia el cura apóstata.