El gesticulador

8 de Agosto de 2025

Sergio Muñoz Bata

El gesticulador

La forma en la que Trump manipula los hechos y embauca a sus seguidores con falsas promesas, medias verdades y descaradas mentiras, me recuerda una obra de Thomas Mann que recrea la conexión intangible entre un prestidigitador y sus seguidores

Comparar a Trump con Hitler, como recientemente lo hizo el ex presidente de México Felipe Calderón es impreciso. Es también un insulto a las víctimas del Holocausto porque trivializa el horror Nazi. Sin embargo, es justo señalar que Calderón no es el único que ha caído en la trampa del símil fácil. Dado el innegable trasfondo fascista de sus actos, insultos, declaraciones, posturas e ideas a Trump se le ha comparado también con Benito Mussolini, Silvio Berlusconi, Juan Domingo Perón, Hugo Chávez e incluso con el César. Pero no es comparable a Hitler.

Jacob Weisberg, Michael Winship y otros comentaristas han tenido mayor tino al comparar a Trump con “Buzz” Windrip, el personaje central de la novela Eso no puede pasar aquí de Sinclair Lewis, primer estadounidense que ganó el Premio Nobel en literatura. Windrip es un demagogo, populista, mentiroso que sabe como manipular a los medios y haciendo promesas descabelladas engaña a los que se sienten desposeídos con un discurso nacionalista y xenófobo. Escrita en 1935, la novela reflejó la preocupación de Lewis con el ascenso del fascismo en Europa pero, y sobre todo, la fragilidad del país en su accidentada carrera a la recuperación después de la Gran Recesión. En este sentido, Trump se parecería más a Huey Long, el demagogo, populista, gobernador de Luisiana y posteriormente senador con aspiraciones presidenciales, que a Hitler. Pero incluso la analogía entre un político profesional como Long y un vendedor de bienes raíces y de ilusiones como Trump tiene sus límites.

El estilo de Trump y la manera en la que manipula los hechos y embauca a sus seguidores con falsas promesas, medias verdades y descaradas mentiras me recuerda más a Cipolla, el mago de la novella de Thomas Mann, Mario y el mago. La novella tiene su origen en unas vacaciones de Mann en Forte di Mare, Italia, en 1926, en la que la familia Mann asiste a una función de magia. Tres años después, Mann transforma la experiencia real en una ficción para describir lo que sucede en un país que combina el nacionalismo recalcitrante con una intolerancia casi medieval. Cipolla es un siniestro y carismático mago, deforme de apariencia, ofensivo, intrigante y diabólico, un “forzatore” escribe Mann, porque con su carisma y su oratoria fuerza a la audiencia a obedecerle y manipula los sentimientos de la audiencia hasta ejercer un control casi total sobre ella arropado en el mito del glorioso pasado romano.

Lo relevante de la novella es la recreación del vínculo especial entre un líder fascista y sus seguidores, la conexión intangible entre el prestidigitador y sus audiencia que transita de la incredulidad a la risa a la entrega al aplauso y finalmente al horror. Una conexión intangible que Mann vuelve a sentir en 1952 cuando decide terminar su exilio en Estados Unidos porque la cacería de brujas del Comité de Actividades No-Americanas de la Cámara de Representantes y el ascenso político del Senador Joseph McCarthy le trae reminiscencias del ascenso del Nacional Socialismo en su natal Alemania.

Trump es un demagogo denunciado como un farsante mentiroso sin el temperamento ni el juicio necesario para ser presidente por los dos últimos candidatos republicanos a la presidencia, Mitt Romney y John McCain; como un estafador por uno de los aspirantes a la nominación presidencial; como incapaz para liderar a la nación por los periódicos de mayor circulación; criticado por 117 asesores en seguridad nacional del partido Republicano que le describen como un hombre inestable, agresivo, defensor de la tortura y fundamentalmente “deshonesto” que de llegar a la presidencia pondría en peligro la seguridad nacional. Un hombre cuyas órdenes irracionales podrían ser desobedecidas por los altos mandos del ejército según ha dicho el ex director de la CIA, Michael Hayden.

Trump es un fascista pero no es Hitler ni Mussolini ni siquiera Huey Long. No obstante, su tipo de liderazgo Cesarista, centrado en su persona y presentándose a sí mismo como el salvador de la patria que vencerá a los hipotéticos enemigos internos y externos es un peligro para el mundo y una vergüenza para su país.