Hoy tengo el honor de participar en el Día Mundial de las Ciudades 2025, celebrado en Bogotá, una ciudad que se ha consolidado como referente latinoamericano en la construcción de urbes sostenibles e inclusivas.
Este encuentro, coordinado por ONU-Hábitat dentro del marco de Octubre Urbano, nos convoca a reflexionar sobre el presente y el futuro de las ciudades bajo un lema profundamente humano: “Ciudades Inteligentes Centradas en las Personas”.
Estar aquí, junto a líderes internacionales, académicos, autoridades locales, representantes del sector privado y sociedad civil, no solo es una oportunidad para intercambiar experiencias, sino también para reafirmar una convicción que compartimos en la Ciudad de México: el desarrollo urbano no puede entenderse sin la participación activa de las personas.
Una ciudad inteligente no es la que acumula más tecnología, sino aquella que pone la innovación al servicio del bienestar común, la equidad y la sostenibilidad. Bogotá y la Ciudad de México comparten desafíos y sueños similares. Ambas se ubican a más de 2,200 metros sobre el nivel del mar, rodeadas de montañas que definen su paisaje y su carácter urbano. En Bogotá se les conoce como quebradas, mientras que en la Ciudad de México las llamamos barrancas. La diferencia entre ambas radica principalmente en su forma y profundidad: la barranca es más ancha y menos profunda, mientras que la quebrada es más estrecha y pronunciada. Sin embargo, en ambos casos representan no solo un rasgo geográfico, sino un reto ambiental común: integrar estos sistemas naturales en la planeación urbana y protegerlos frente a la expansión desordenada.
Ambas capitales enfrentan los efectos del crecimiento acelerado, la presión sobre los recursos naturales, la desigualdad territorial y la urgencia de fortalecer nuestra resiliencia ante el cambio climático. Pero también comparten una visión: la de transformar nuestras metrópolis en espacios más justos, verdes y habitables.
Durante este encuentro he podido constatar cómo Bogotá, con una población de 7.9 millones de habitantes y una economía dinámica, ha apostado por integrar la innovación urbana con la inclusión social. Su planeación territorial prioriza el acceso equitativo al transporte, la recuperación del espacio público y la participación ciudadana como pilares del desarrollo urbano.
Estos avances son un espejo en el que la CDMX puede mirarse para seguir avanzando hacia una gestión más sostenible del territorio. Desde mi labor legislativa, considero que este tipo de experiencias internacionales son fundamentales para fortalecer nuestras políticas públicas locales. Por ello, propondré que la Ciudad de México se sume formalmente a las celebraciones de Octubre Urbano y al Día Mundial de las Ciudades, en concordancia con ONU-Hábitat. Esto permitirá que nuestra ciudad participe activamente en la agenda global del desarrollo urbano, intercambiando buenas prácticas y mostrando al mundo los avances que hemos logrado en movilidad sustentable, vivienda digna, espacios verdes y gestión del agua. Asimismo, impulsaré que la Secretaría de Gestión Integral del Agua, la Secretaría del Medio Ambiente y el Instituto de Planeación Democrática y Prospectiva trabajen de manera articulada para fortalecer la dimensión ambiental y social del urbanismo en la capital. Porque —como lo he expresado desde tribuna— la gobernabilidad de una ciudad pasa por una repartición justa del agua. Las manifestaciones de los piperos no existen en los países de primer mundo, y no deberían existir mucho menos en la Ciudad de México, que recibe del cielo más de siete veces el agua que necesitamos para vivir. Nuestro reto no es la falta de agua, sino la falta de justicia en su distribución y aprovechamiento.
 
    
     
 
 
 
 
