En Francia el día de las madres se festeja el último domingo de mayo, así que este 10 de mayo me di el permiso de sentirme la única mamá festejada por estos lares -a veces acariciar tantito al ego no hace mal-. Regalos inusuales, comida en restaurante chic y sentir a mis hijos y mi mamá cerquita de mi corazón, hicieron de ese domingo uno muy especial. Sin embargo, mucho de lo que leí en redes sociales y periódicos virtuales, me dieron una perspectiva mucho más amplia de lo que este día encierra. Desde la maternidad impuesta a la que niñas abusadas se ven obligadas a aceptar; hasta las mamás que lo son a su manera, muy alejadas de la imagen idealizada que nos vende la publicidad, la sociedad y hasta la religión; pasando por el proceso de quienes desean la maternidad sin alcanzarla.
En fin, muchas voces, muchas ideas. No sólo aquellas que dan fe de las muchas alegrías y trabajos que da la maternidad, también está la voz de quienes deciden no ser mamás; de las que lo son y no lo disfrutan; de las que no pueden festejar porque sus hijos están desaparecidos; de aquellas mujeres que aplazan su maternidad hasta pasados los 40 años; las que tienen hijos y terminan no viéndolos crecer por el trabajo o las ocupaciones… Las reflexiones son tantas como mujeres ejerciendo o no la maternidad. Y entre tantas ideas, una me hizo detenerme, respirar y acercarme más despacio a ella: el propio maternaje.
Mi amiga Marina (que para mí ha sido guía, compañía y luz en muchos momentos), me compartió esta amorosa y útil herramienta interna, es una manera sutil y, creo yo, sumamente eficiente para aprender a amarnos efectivamente. Ver a mi abuela cuidarse y ocuparse de ella fue revelador y muy nutricio, pero observarla me invitó a observarme a mí y también al otro, a los demás, a la sociedad y sus individuos. La verdad es que muy poca gente sabe cómo amarse, cómo respetar y cuidar su cuerpo, su alma. Veo que mucha gente no la pasa bien, no está bien en su piel. Al atreverme a preguntar a algunas personas el por qué de sus estados constantes de depresión y ansiedad, me respondían simplemente: porque no estoy bien de los nervios. Todos tenemos periodos así, supongo, pero vivir frecuentemente en estos estados debe ser agotador. Falta de límites, exceso de trabajo (o ausencia de él), ocio, soledad… pretextos para sentirse así debe haber miles. Lo que sinceramente creo es que no nos enseñan a amarnos y por lo tanto a cuidarnos. Esto ya lo he compartido antes, pero es algo que, por alguna razón sigo viendo y cada vez con mayor claridad.
Por ello la idea de mi Marini me pareció tan luminosa: ser nuestra propia madre, cuidarnos como la más amorosa mamá del mundo nos cuidaría. La idea del propio maternaje me parece maravillosa por sencilla. Si salimos sin desayunar, preguntarnos ¿qué haría mi mamá (mi mamá más amorosa, en caso de no contar con una –puede ser-) por mí? ¿Comprarme un sándwich, una manzana, un yoghurt, un café? Bueno, pues comprárnoslo. Tengo exceso de trabajo, suficiente para no dormir toda la noche, ¿qué me diría mi mamá al respecto? ¿Que cuidara mis horas de sueño, mi salud y que establezca prioridades? Avanzo lo urgente y ¡a dormir!. Y así, con cada situación y bajo cualquier circunstancia. Poco a poco y bajo el autocuidado, creo que se va reconstruyendo un yo más seguro, más confiado, con mayores posibilidades de estar bien.
Si actuamos a nuestro favor, creo desde mi honestidad, que el Universo también lo hará. Hoy pienso que me toca enseñar a mis hijos a cuidarse, a amarse, a valorarse en todo lo que son, enseñarles a hacer su propio maternaje.
Gracias Marini de mi corazón. À la prochaine!! @didiloyola