Las dos armas

7 de Agosto de 2025

Miguel González Compeán
Miguel González Compeán

Las dos armas

Pensar que el ejército es una institución de mexicanos que vienen de otro planeta y que, por lo tanto, son incorruptibles y ajenos a los avatares de la vida social y política es, por decir lo mínimo, un acto de inocencia. Creer que el presidente López obrador, le incomoda el crecimiento y ocupación de espacios geográficos en el territorio nacional de la delincuencia organizada y que mantiene una activa política de combate a la delincuencia, es por decir una metáfora, un engaño.

El ejército es una institución que hasta ahora ha sido encomiable. Durante 80 años han logrado un prestigio. Han prestado servicios encomiables y han logrado una institucionalidad que no tuvo parangón en Latinoamérica.

Sobre todo, tenían una tarea clara y sus mandos habían sido educados en un respeto irrestricto a la institución presidencial y a una visión de Estado de largo plazo, que su sistema escalafonario refrendaba cada año, con premios, asensos y reconocimientos palpables. Son en toda forma, un arma segura de obediencia institucional, de capacidad de movilización y de discreta flexibilidad. Hoy, no se conoce la opinión de los militares y de los marinos respecto del actual gobierno y de las encomiendas que les dan. No se sabe de su posición política o de su preferencia sobre asuntos concretos, obedecen, o eso parece, y ya.

No es extraño, que un presidente renuente a la opinión adversa, a pesar de sus declaraciones previas a llegar a la presidencia, se sienta tan cómodo con las armas institucionales, a quienes ordena una cosa, por disparatada que sea y se haga.

Reportan Mexicanos Unidos Contra la Delincuencia, que más de 200 puestos de alto nivel en el gobierno han sido tomados por miembros del ejército en activo o en retiro (incluidas aduanas, puertos, aeropuertos y obras públicas). El presupuesto de la marina y del ejército han crecido en 300% en el lapso de 10 años, siendo los últimos tres de un incremento notable. Las obras, la administración y la ocupación de presupuestos y áreas donde la corrupción es tan posible, hacen pensar que el ejército puede caer en tentación, pero sobre todo, en el corto y mediano plazo no querrán perder lo ganado para si, como institución y en lo personal para mandos y operadores en tierra.

En lo que debería ser una preocupación, el crimen organizado a lo largo de estos años recientes, ha crecido en capacidad de fuego, en capacidad organizativa y de comunicaciones. Ha crecido en lo que engañosamente llama el presidente actos de propaganda, en influencia, presencia territorial y en enquistarse como una realidad con la que ciudadanos, empresarios o trabajadores, tienen que convivir, de manera cotidiana. Si el presidente piensa que las causas de la delincuencia son la pobreza de la mitad de la población del país, debe pensar que, siendo su única alternativa, hay que darles espacio de acción, para sobrevivir. Ataca las causas y regala dinero para tratar de remediar su condición. Mientras, que sigan en lo suyo y aceptamos el costo mientras, cambian sus condiciones materiales.

Vistos por separados, tendríamos dos realidades que son preocupantes, pero que no se juntan. La realidad es que si están relacionadas. No es extraño que el presidente quiera llevar a la GN al mando del ejército. Con ello unifica a una de las armas del (su) Estado bajo un solo mando, que tiene un alto sentido institucional. Por el otro, no es extraño que tolere al crimen organizado, ya le ha dado beneficios electorales. Lo malo es que en esa estrategia, cuyo fin desconocemos, se genera un Estado y al mismo tiempo otro. Ambos viven de nuestros impuestos formales e informales, que atienden a una sola cabeza: AMLO. Nada más, pero nada menos tampoco.