Kintsugi para la educación

27 de Abril de 2024

Kintsugi para la educación

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El arte japonés de arreglar piezas de cerámica plantea que los accidentes y reparaciones de un objeto son parte de su historia; así, personas e instituciones tenemos que identificar, aceptar y corregir errores si queremos mejorar

Cometer errores es parte de la vida. Tener defectos también lo es. Personas y organizaciones tenemos carencias y continuamente tomamos decisiones incorrectas, aunque tratemos de minimizar ambas o simplemente no las aceptemos. Mayores experiencias y conocimientos nos permitirán disminuir la cantidad y tipo de errores, pero será imposible eliminarlos del todo. Y nuestros defectos podremos trabajarlos, pero será muy complicado hacerlos desaparecer. Por ello, una preocupación central en el actuar de las personas y las organizaciones debe ser mejorar sin ignorar nuestros defectos y aprendiendo de nuestros errores. Más aún, asumir el reto de que nuestras reacciones a esos defectos y errores nos enriquezcan, para darle un sentido a esas imperfecciones como detonadoras de una mejora que no hubiese sido posible de otra manera. ¿Se imaginan llegar a valorar nuestros defectos y errores por lo que nos han hecho crecer?

Esta aspiración encuentra un referente muy interesante en el Kintsugi, que es el arte japonés de arreglar piezas de cerámica quebradas. Este vocablo significa “carpintería de oro” en ese idioma oriental, y es parte de una filosofía que plantea que los accidentes y reparaciones de un objeto forman parte de su historia, y por tanto deben mostrarse para embellecerlo y dar testimonio de su transformación.

Cuenta la leyenda que un gobernante japonés del Siglo XV envió a China a reparar algunas piezas de una vajilla muy valiosa, pero se las regresaron con un trabajo muy burdo y poco estético. Decidió entonces encomendar el trabajo a artesanos japoneses, quienes utilizaron pasta con oro, plata y platino para lograr que las cicatrices, en vez de ocultarse, resultaran evidentes e incluso llamativas. La calidad de la reparación y los materiales utilizados en ella lograron que los objetos reconstruidos llegaran a aumentar su valor después de esta intervención.

Esto nos lleva a reflexionar en el tipo y calidad de las intervenciones que llevamos a cabo cada vez que necesitamos corregir un defecto o reparar un error. La metáfora nos invita a que, en vez de ocultarlos y olvidarlos, nos aboquemos a identificarlos y atenderlos asegurándonos de dar una solución, de tal nivel, que nos permita convertirnos en mejores personas y/u organizaciones.

En el medio público nacional, la enseñanza suele ser la contraria: hay que disimular, minimizar y, cuando sea posible, camuflar todo aquello que sea diferente a lo deseable. Pareciera que el éxito depende de dar una imagen de perfección, por lo que hay que esconder nuestros defectos y negar nuestros errores. Lo hacemos las personas, las empresas, los gobiernos. Para corregir una deficiencia, primero tendríamos que identificarla y aceptarla. Al no querer hacerlo, los problemas permanecen y dejamos ir las oportunidades de mejora porque la prioridad es mantener la “buena imagen” hasta donde sea posible.

¿Qué pasaría si mostráramos algunos de nuestros defectos y errores? No para sentir orgullo de ellos, sino de nuestra madurez para reconocerlos y de la manera en la que los superamos. Hablar de las experiencias positivas y éxitos alcanzados, pero también de los pasos y tropiezos que debimos pasar para llegar a ellos. En la búsqueda de una fuente artificial de luz, Thomas Alva Edison se sentía orgulloso de sus cientos de experimentos “fallidos”, pues derivaron en la invención del foco: no fueron fallas, decía, fueron los pasos necesarios para llegar a donde él quería. La resiliencia en su mejor expresión. Habrá cosas que queramos compartir y otras que no, pero compartir nuestras equivocaciones generará más aprendizajes en los demás que hablar solamente de éxitos. Y ni hablar de la muy necesaria humildad, que nuestra sociedad parece despreciar cuando hace ver que el defecto más grave no es ser egoísta, deshonesto o mentiroso, sino looser, un “perdedor”.

Personas e instituciones tenemos que identificar, aceptar y corregir errores si queremos mejorar. En el sector público mexicano es prácticamente imposible que un gobierno admita una falla. Si nos guiamos por el discurso de nuestros gobernantes, somos un país que no se equivoca. Hace ya algunos años recuerdo un seminario donde funcionarios educativos de México y Corea del Sur intercambiaban experiencias: los primeros mencionaban acciones muy importantes y presumían sus grandes logros, mientras que los coreanos hablaban de avances, pero también reconocían retrocesos en los programas que habían implementado. Mi comentario a los participantes en esa ocasión fue que, a decir de sus exposiciones, los asistentes tendríamos que salir del evento pensando que México es una nación triunfadora y próspera, referente mundial en la materia, en tanto que Corea del Sur es un país en vías de desarrollo con muchos obstáculos para avanzar. El gobierno mexicano, independientemente del partido que gobierne, siempre asegura ir por el rumbo correcto y haber logrado lo que pretendía alcanzar. No es un tema ideológico, es un tema cultural.

El optimismo desbordado y sin el sustento necesario, deriva en una crítica exagerada por parte de la oposición. No hay cabida para la racionalidad en donde la competencia es por ver quién exagera más, independientemente de la solidez de los argumentos. Ante ello, cada nuevo gobierno señala con acidez los errores del que les precedió, aunque sabe que sus sucesores harán lo mismo. Los carniceros de hoy, dice el dicho popular, serán las reses de mañana. La moderación parece un defecto para “tibios”, en tanto que la descalificación personal sustituye al debate sustentado. ¿Cómo convencer a nuestros políticos de que reconocer los errores propios, y los aciertos del otro, es una manera eficaz de construir? ¿Cómo establecemos bases para evitar que cada nuevo gobierno desee destruir lo avanzado por el anterior?

Kintsugi, el arte de reparar con calidad lo que se quiebra para que se vuelva incluso más valioso que antes. No ocultar nuestros defectos y fallas, para compartir las soluciones que les damos. Hacer ver que nos hemos tropezado y que nos supimos levantar. Todos hemos sido reparados: algunos habrán de negarlo u ocultarlo, pero otros han sabido dar valor a sus cicatrices.

Tiempos extra

El año que termina ha sido de retos y contrastes. La pandemia afectó a muchas personas y familias, pero llegaron las vacunas. Nuestro sistema educativo ha perdido miles de estudiantes y recursos para elevar la calidad, pero se ha avanzado considerablemente en el regreso presencial a las aulas. Que 2022 nos ilumine para avanzar en nuestra reconstrucción como personas y como sociedad.