Los árboles que rodean el río están muertos desde hace muchos años; nunca florecen. Tampoco crece el pasto. Nos rodea una bruma constante que huele a sudor y adrenalina, a piel quemada y a pesada muerte. Es un tufo de esos que golpean, que se alojan en la nuca, que no se olvidan nunca.
Este lugar maldito, albergó a millones de personas que veían reducida su expectativa de vida a dos meses y medio de subsistencia. Noventa días en promedio. Diez semanas. Sólo eso. El infierno en vida. Y la puerta nos recibe con su corona: una leyenda que dice “Arbeit Macht Frei” o “el trabajo libera”.
El nombre original del pueblo, era “Oświęcim”, que se encuentra aproximadamente a sesenta kilómetros de Cracovia (más o menos la distancia que hay entre Toluca y el DF —digo, la Ciudad de México), y hasta donde se conoce, no formó parte de Polonia sino hasta el año de 1457, cuando el Rey Casimiro IV compró los derechos de la comarca; Nicolás Copérnico aquí enriqueció su teoría heliocéntrica del universo, casi en el mismo lugar donde años después se construyó un compendio de barracas militares que terminarían cambiando la historia humana para siempre.
Invasión de Polonia
El 31 de agosto de 1939 Alemania invadió Polonia con una estratagema sucia y cruel. Hitler envió a un comando de fuerzas especiales a la frontera y este grupo mató a sangre fría, a un grupo de pacíficos campesinos. Después, arrastraron sus cadáveres hasta el lado alemán de la frontera, los desvistieron y les pusieron uniformes nazis. Tomaron fotografías. Y circularon la nota: Polonia ataca a Alemania. Alemania en represalia, invade y rompe con ello, varios tratos, convenios y tratados donde se comprometía a no expandirse más.
Pocas horas después, la respuesta fue contundente: Francia e Inglaterra le declararon la guerra a la invasora Alemania, convirtiendo esta otrora pacifica tierra, en el primer escenario de la Segunda Guerra Mundial, donde “Oświęcim” y su campo militar se tornaron convenientes por su geo localización. Ahí podían concentrar tropas para preparar la defensa de su nuevo territorio, y velozmente, lo rebautizaron con el germánico “Auschwitz”.
Los campos
Auschwitz pronto pasó de complejo militar a Konzentrationslager, a campos de exterminio. El cambio se hizo bajo una delgada frontera que divide la moralidad disfrazada y la estrategia militar, con la maldad pura.
Nosotros llegamos a eso de las once de la mañana. Nos recibe el ambiente con un frío de los mil diablos (-23º C) y un golpe de voluble y sinuosa fetidez. El traductor nos advierte de inmediato: el campo es muy grande y mas vale que nos mantengamos juntos. No queremos que nadie se pierda.
La caseta central, observo, tiene los tabiques rayados y pintarrajeados con motes y firmas. “Jimmy was here”, dice uno. Hay otros en portugués, en francés, en español e italiano. No observo nada en alemán. Ninguno. Ni uno solo.
Y sin mayores preámbulos, vamos, avancen, y comenzamos la marcha. Nos enfilamos hacia los techos nevados de las innumerables barracas que se ciernen unas contra otras, internándonos en un espeso celaje que lo envuelve todo. Así es como llegamos a la entrada de Auschwitz I, el centro administrativo de todo el complejo, compuesto de tres campos principales (Auschwitz, Birkenau y Monowitz) y 39 subcampos y crematorios.
De principio a fin tenebrosa, ésta área fue estrenada con poco menos de mil prisioneros políticos polacos; miembros de la resistencia, intelectuales y “revoltosos”. Y conforme trascurrieron los días, albergó también a prisioneros de guerra soviéticos, judíos, gitanos y homosexuales, llegando a mantener un flujo mas o menos constante de hasta 20 mil prisioneros inocentes: conforme morían, traían nuevos. Había que rellenar, “sacar el máximo provecho productivo”. Mierda. Así eran estos nazis, buscaban la eficiencia hasta en el exterminio. Cuando lo comprendes, se te va el aire.
Continuará mañana…