La puerta del infierno (II)

18 de Noviembre de 2025

J. S Zolliker
J. S Zolliker

La puerta del infierno (II)

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Con tanta nieve, la caminata resulta pesada. A pesar de nuestra ropa térmica y botas especiales, el frío es aterrador. No puedo ni imaginar lo que sería vivir en esas condiciones con desnutrición, usando solamente un uniforme de preso y calzando solamente unos zapatos viejos o unos toscos suecos de madera. Con razón se les caían los dedos engangrenados y les daban un tiro de gracia en cuanto no podían trabajar más: si ya no eras útil para ellos, les costabas menos muerto, que enfermo o discapacitado.

Bloque tras bloque, mi ánimo va en decadencia. Cada nueva barraca se va tornando más y más bestial. Conocer de cerca una de las mayores brutalidades de la que ha sido capaz el ser humano, es una experiencia que te transforma desde el primer momento. Te cambia para siempre. Y los árboles que franquean nuestro paso, parecen adivinarlo con sus troncos difusos y sus ramas a modo de brazos macabros que se alargan como si estuvieran implorando para que alguien los extirpara de este lugar.

El ángel de la muerte

Todo infierno tiene su ángel caído. El de Auschwitz – Birkenau, era Josef Mengele, uno de los principales médicos del complejo, y quien se distinguía por sus prácticas inhumanas. Mengele, acaudalado cirujano y antropólogo de Baviera, fue miembro joven de las SS (SchutzStaffel), sirvió como galeno para tropas de montaña y en unidades de guerra, resultando herido en el frente Ruso y siendo designado como Lagerarzt, o médico del bloque 10 del campo de concentración.

De pronto, una persona junto a mi, se postra llorando. Nos muestra su tatuaje en el brazo. Él sobrevivió al campo, pero nos dice que Mengele mató a varios reclusos con sus propias manos por desobedecerlo. Cuenta de sus perversiones con algunas de las mujeres que después mandaría a la cámara de gas. Y nos dice que mató a varias decenas de bebés de inanición para poder “registrarlo” en sus estudios e investigaciones médicas (a las madres les imponía un chaleco con candados o vendas fuertemente atadas para que no pudieran amamantar). Este hombre, nos dice, viene por última vez. Le han diagnosticado cáncer terminal y ha venido a despedirse su familia, pues todos sus muertos están aquí.

Durante 21 meses, el doctor Mengele hizo de las suyas a diestra y siniestra con los reos. Los utilizó como ratas de laboratorio. Los utilizó como simple carne y sangre y huesos para sus sádicos experimentos. Por ejemplo: extirpaba ojos para formar una colección de diversos heterocromas que orgulloso, mostraba a todos los interesados en su “ciencia genética”, o mataba en falsas cirugías a todos aquellos que tuvieran algún defecto físico de nacimiento (enanos, siameses, tullidos, como solía llamarles), para luego limpiar sus esqueletos en ácido y enviarlos a una muestra en Berlín. También, inyectaba todo tipo de químicos a sus víctimas, en los ojos, para cambiarles el color, en la nuca, para intentar hacerlos rubios, en el vientre, para buscar un método de esterilización masiva que permitiera la gradual desaparición de toda raza que no fuera aria. O también intentaba reproducir gemelos, o triates, para poder crear más soldados y germanos puros en menos tiempo. Todo, sin contar siquiera con que en este pabellón, también sumergía a bebés, mujeres y hombres, en agua helada para ver y registrar la muerte por hipotermia, o su gran cooperación “científica” con la Luftwaffe (la fuerza aérea) donde generó experimentos para arrojar desde aviones a prisioneros y probar nuevos —e inservibles— paracaídas, o con la industria aérea, donde a los reos los sometían a altísimas presiones hasta que les estallaba el cerebro para medir la hipotética capacidad de resistencia de los pilotos alemanes en máquinas supersónicas que aún no habían sido inventadas.

Samuel, me dice que se llama. Pide no cite su apellido, por lo que en primera instancia no sé de qué origen es. Se observa bastante mayor. Habla una combinación de inglés con alemán y lo que parece ser polaco. Cuando le pregunto su edad, dice que no la sabe con certeza, que todos sus papeles fueron extraviados en la guerra. Se calcula alrededor de ochenta.

Continuará el próximo lunes…