Inundaciones asfixian el corazón agrícola argentino

11 de Noviembre de 2025

Inundaciones asfixian el corazón agrícola argentino

Cinco millones de hectáreas anegadas paralizan la producción, agravan la crisis económica rural y exhiben los efectos del cambio climático

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En el municipio bonaerense de 9 de Julio, a unos 300 kilómetros de Buenos Aires, la vida rural se ha vuelto casi imposible
AFP

Agua hasta donde alcanza la vista. Caminos rurales transformados en canales, vacas que buscan pasto entre el barro y cultivos perdidos bajo un espejo turbio. Así luce hoy gran parte de la Pampa húmeda, una de las regiones agrícolas más fértiles del planeta, que desde hace meses sufre las consecuencias de lluvias persistentes e inusualmente intensas.

En el municipio bonaerense de 9 de Julio, a unos 300 kilómetros de Buenos Aires, la vida rural se ha vuelto casi imposible. Luciano Macaroni, productor ganadero, debió abandonar su campo en marzo.

“Nos fuimos al pueblo para que los chicos pudieran ir a la escuela”, relata. Los caminos de tierra se convirtieron en ríos y solo puede acceder a su propiedad a caballo.

Como él, miles de productores atraviesan una emergencia que se extiende por unos cinco millones de hectáreas —una superficie superior a la de Dinamarca—, según la Confederación de Asociaciones Rurales.

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“No pude sembrar, las vacas se me pusieron flacas y no tengo forma de entrar con comida”, resume Macaroni. El paisaje que alguna vez inspiró a poetas y folkloristas hoy parece un cielo invertido, con las nubes reflejadas en campos convertidos en lagunas.

Alejandro Vallan, productor de 43 años, teme que las consecuencias sean devastadoras en 2026.
“No podemos sembrar ni criar animales. Gente que trabajó toda su vida lo perdió todo”, lamenta.

Veintiocho distritos bonaerenses están en emergencia agropecuaria. En 9 de Julio, las inundaciones persisten desde marzo y las lluvias acumuladas superan los 1.600 milímetros, casi el doble del promedio anual. La situación contrasta con la sequía histórica de hace apenas dos años, que generó pérdidas estimadas en 20.000 millones de dólares.

“Estamos frente a una mayor recurrencia de fenómenos climáticos extremos”, advierte el ministro de Desarrollo Agrario provincial, Javier Rodríguez.

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Para Cindy Fernández, vocera del Servicio Meteorológico Nacional, el cambio climático agrava las lluvias: “Con una atmósfera más caliente hay más vapor de agua y, por lo tanto, más precipitaciones intensas”. La intendenta de 9 de Julio, María José Gentile, coincide en el diagnóstico: “Desconocer el papel del cambio climático es no ver la realidad”.

Un golpe que se multiplica El impacto no se limita a los productores. “Esto va a generar un problema económico regional”, advierte Hugo Enríquez, presidente de la sociedad rural local.

“Afecta a los transportes, contratistas, acopios y queda paralizado.” En los pueblos rurales, los efectos son palpables: olor a agua estancada, enjambres de mosquitos, ranas en los caminos. Las rutas vecinales, construidas a un nivel más bajo que los campos, hoy funcionan como canales que impiden el tránsito. Los productores coinciden en una respuesta: obras. Reclaman la reactivación de proyectos hídricos postergados por décadas, como el dragado del Río Salado, principal vía de desagüe de la región.

“Si esa obra no se hubiera frenado en 2023, el agua drenaría mucho mejor”, sostiene Rodríguez. El conflicto entre jurisdicciones agrava el panorama. El gobierno provincial, a cargo del peronismo, acusa al Ejecutivo nacional de haber paralizado los tramos
del Salado que dependen de la Nación.

Desde la administración central, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, replicó que su cartera aporta recursos para asistir a las familias aisladas y que el dragado es responsabilidad provincial.

Entre tanto cruce de culpas, los productores se sienten abandonados. “Nadie se hace cargo. Todos culpan al anterior. Nosotros queremos soluciones, no excusas”, reclama Raúl Daguerre, comerciante de ganado.

El agro argentino, motor de las exportaciones con un 58% del total en 2024, enfrenta un nuevo revés. Tras la sequía que arrasó la producción de soja y maíz, las inundaciones amenazan con profundizar la crisis de divisas y encarecer los alimentos.

El suelo fértil de la Pampa, orgullo nacional, parece hoy rendirse ante la fuerza del clima. Los productores intentan resistir, pero el horizonte se les vuelve cada vez más incierto. “Esto no se arregla en un año —dice Vallan—.

Cuando el agua se vaya, recién empezará el verdadero trabajo: levantar lo que quedó.” El paisaje que alguna vez fue símbolo de abundancia se convirtió en espejo de la fragilidad argentina.

Entre el agua y el barro, la Pampa húmeda espera que, esta vez, las promesas no se hundan antes de llegar.