Ojalá un hasta luego

16 de Agosto de 2025

Diana Loyola

Ojalá un hasta luego

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En pocos días habrá concluido el año escolar y con él, las asesorías en la Casa de la Juventud (en la que soy voluntaria dos veces por semana). Me han anunciado que veré a los niños una tarde más y después las vacaciones. La verdad no sé bien cómo sentirme; traigo dentro una mezcla de emociones que se parece más a un ramo de flores que a un vacío rodeado de tristezas. Y es que ¿cómo sentirme triste pensando en esas sonrisas?

Han pasado varios meses, en los que semana a semana once pequeñitos -con problemas de aprendizaje, económicos, con falta de papá o de mamá, con bajo nivel de francés, con días interminables fuera de casa…- acuden a la Casa de la Juventud para que Anne-Marie, Briggite y yo, les ayudemos a hacer sus tareas, a combatir la dislexia, a mejorar su nivel de francés (pues hay niños migrantes cuyos papás saben menos que ellos), a aprender a ser corteses y sobre todo, a adquirir hábitos de estudio, que en algún momento estamos seguras les ayudarán a ser mejores estudiantes, más adelante, cuando estudien solos.

A cambio, ellos nos llenan de sonrisas; de miradas despiertas, vivaces; de reflexiones más sabias que inocentes; de muestras de cariño y respeto. Son niños con historias demasiado largas para sus cortas vidas y sin embargo, guardan el candor de sus pocos años. Pienso en ellos y una alegría me invade toda, me pesco sonriendo y abrazando una sensación tan agradable como cálida. Me han dado por mucho, más de lo que yo he podido ofrecerles. Han caminado este año conmigo, les ha nacido preguntarme cómo estoy, me han acompañado en gripes y nostalgias, me han visto abrazar a un árbol y sin preguntarme el por qué, me han sonreído, cómplices. Fueron un bálsamo en los días más complicados del invierno y un júbilo en las tardes de primavera llenas de sol.

Muchas veces, al despedirnos, me preguntaban qué les haría de cenar a mis hijos; mis respuestas a veces suscitaban muestras de aprobación, aplausos y risas, como si fuesen ellos quienes recibieran el plato con la cena que les gusta. Otras, las menos, me daban otras opciones que “podrían gustarle más a Luc” (Luc es mi hijo de 6 años). Pero todas las veces, recibí su pregunta con la más grande de las ternuras, y es que me hacían pensar en qué cenarían en sus casas. Dejé de preguntarles yo, el día que tres de ellos me respondieron: “lo de siempre, un bol de leche”.

Los vi crecer unos centímetros y mejorar su vocabulario; los vi aprender a sentarse mejor, a agarrar correctamente la pluma y a mejorar el trazo de sus letras; conocí su cansancio y también su exceso de energía; aprecié cómo fue mejorando su lectura; llegué a ver sus lágrimas y me llené con sus risas; compartí chocolates, trabalenguas y bromas; escuché más allá de sus silencios; constantemente me puse en cuclillas para verles a los ojos y agradecerles su dulzura y gentileza…

Reconozco en esta mezcla de emociones, una profunda nostalgia, no sé si vuelva a verlos, no sé si pueda guardar contacto con ellos… Sin duda he aprendido a viajar más ligera por la vida, pero es porque ahora elijo qué llevar conmigo, y esos once niños, me han dado parte del equipaje que quiero tener siempre; y es que la alegría, el gozo, el amor, el cariño, el respeto y las sonrisas que generosamente me dieron, por tantos días que se hicieron meses, me los llevo en el corazón.

Fue una gran experiencia, que no tengo cómo agradecerle a la vida. Ahora, de tripas corazón y a cerrar un ciclo que me permitió ser parte de algo hermoso. A Walid, Younés, Maysoun, Yliés, Djena, Sabina, Amina, Sandoz, Basmala, Irine y Ayyûb. Los quiero de un querer muy grande.

À la prochaine!! @didiloyola