La historia económica de América Latina está plagada de ejemplos de cómo intentos por manipular el tipo de cambio desde el poder central terminan generando más daños que beneficios. En Costa Rica, desde 2006, el tipo de cambio no lo determina el mercado, sino el Banco Central, que interviene con frecuencia, sin reglas claras ni transparencia. Esta manipulación genera distorsiones, confunde a los agentes económicos, incrementa los costos de transacción, desincentiva la inversión y limita el crecimiento del empleo formal.
Frente a esta realidad, desde IDEAS Labs, propusimos una solución institucional robusta y técnicamente viable: permitir la competencia de monedas, otorgando poder liberatorio al dólar para todas las transacciones con el Estado. Esta reforma no implica una dolarización, ni elimina el colón, sino que habilita a ciudadanos y empresas a pagar impuestos, tasas y otros compromisos públicos en dólares o colones, según su conveniencia. Esta reforma ya se discute en la Asamblea Legislativa y cuenta con el apoyo de los principales actores públicos y privados.
Los beneficios son múltiples. Primero, reduce los costos de transacción para quienes ya operan y mantienen sus ahorros en dólares, evitando la necesidad de convertir moneda para cumplir obligaciones fiscales. Segundo, garantiza al Estado un flujo constante de dólares, algo clave si se considera que buena parte de su deuda externa, así como las obligaciones de muchas instituciones públicas, están denominadas en esa moneda. Tercero, elimina distorsiones cambiarias, permitiendo que el tipo de cambio refleje mejor la verdadera preferencia de los agentes económicos por las distintas monedas.
Esta propuesta se basa en el reconocimiento de un principio elemental, pero olvidado: es imposible para cualquier autoridad burocrática determinar cuál debe ser el tipo de cambio óptimo. Los límites al conocimiento humano —como advirtieron, siglos atrás, los escolásticos de la Escuela de Salamanca y, de manera más reciente los premios Nobel en Ciencias Económicas Friedrich Hayek y James Buchanan— impiden conocer todas las circunstancias particulares que determinan un precio en particular. Por lo tanto, pretender controlar, dirigir o incidir en el tipo de cambio desde la Sala de Juntas de Junta Directiva del ente emisor costarricense no es otra cosa que una forma moderna de arrogancia tecnocrática.
A pesar de que los agoreros del desastre predicen un colapso del dólar estadounidense, el consenso entre analistas serios es que seguirá siendo, en el futuro previsible, la principal moneda de reserva global. No obstante, no se puede descartar que en el mediano o largo plazo otras monedas, como el euro, el yuan o incluso criptomonedas, como el bitcoin, ganen relevancia. Por ello, debemos mantener abierta la posibilidad de ampliar, en el futuro, el menú de monedas aceptadas para que estas monedas y criptomonedas puedan, eventualmente, competir, también, en igualdad de condiciones, con el colón y el dólar.
Más allá del caso costarricense, la reforma de competencia de monedas, que esperamos ver aprobada este mismo año en nuestro Congreso, podría inspirar a otras economías bimonetarias —como México— a replantear el rol del Estado en el sistema monetario. La clave es que la competencia de monedas apuesta, decididamente, por una mayor libertad individual y reduce, significativamente, los grados de libertad para la manipulación política de la moneda.