Contra el poder que se disfraza de pueblo

25 de Septiembre de 2025

Jonathan Duarte
Es director ejecutivo de la Fundación Libertad de Nicaragua, miembro del Consejo de Lideraz- go de la World Liberty Congress y de la junta directiva de la Alianza para Centroamérica. Es fellow de la Human Rights Foundation y de Re- new Democracy Initiative.

Contra el poder que se disfraza de pueblo

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Isaiah Berlin advirtió que “el peor enemigo de la libertad es el poder que se cree virtuoso”. En América Latina, ese poder se presenta con rostro popular, pero vocación autoritaria. Ortega, Bukele y Castro-Zelaya encarnan un fenómeno común: el iliberalismo, un modelo que desprecia el pluralismo, erosiona la división de poderes y reduce la ciudadanía a clientela política.

El manual es predecible: primero la exaltación del pueblo frente a supuestas élites corruptas luego, la concentración de poder en el Ejecutivo, después la captura de tribunales, parlamentos y organismos autónomo y, finalmente, la persecución del disenso y el uso de la propaganda como sustituto de debate. No importa si se habla en nombre de la justicia social, la eficiencia o la modernización: la mecánica es la misma.

En Nicaragua, el Frente Sandinista nació como estructura mafiosa con vocación totalitaria. Bajo Ortega, esa naturaleza se consolidó en dictadura familiar: universidades confiscadas, opositores presos y nacionalidades anuladas muestran que la ley ya no limita al poder, sino lo adorna. En El Salvador, Bukele vende modernidad mientras gobierna sin transparencia, usando cárceles como espectáculo y redes sociales como control emocional. En Honduras, Castro-Zelaya ha reproducido la lógica patrimonial del clan, debilitando un Estado ya precario.

Todos estos líderes se dicen distintos, pero practican lo mismo: concentrar poder, neutralizar contrapesos y moldear la opinión pública hasta confundir autoridad con democracia. Ese es el corazón del iliberalismo.

Friedrich Hayek advirtió que “la gran amenaza para la libertad es la concentración del poder”. América Latina no necesita caudillos redentores, sino instituciones fuertes y ciudadanos libres. Defender la libertad implica más que denunciar: exige organizarse, educar en valores democráticos, disputar el espacio público y construir proyectos políticos que hagan viable la república.

La libertad no se negocia ni se posterga. Callar frente al abuso es complicidad. Como escribió Bastiat, “cuando la ley y la moral se contradicen, el ciudadano se ve ante la cruel alternativa de perder su sentido moral o perder el respeto por la ley”. Esa elección no debe repetirse. Nuestra tarea es clara: enfrentar al iliberalismo con convicción intelectual, resistencia cívica y compromiso moral.