No hay duda que el crimen organizado y el narcotráfico se han convertido en una seria amenaza en América Latina por su alto poder económico y en armamento, lo que ha penetrado en los más altos círculos políticos. Si bien los términos de narco-gobierno y narco-presidente utilizados en los contextos políticos, mediáticos y académicos no son figuras jurídicas oficiales, su realidad es notable en cualquier esquina en América Latina.
Para la presidencia de Donald Trump el crimen organizado y el narcotráfico, en especial el tráfico ilícito de fentanilo, constituyen serias amenazas para la seguridad nacional de su país, por lo cual desde el inicio de su segundo mandato ha endurecido las medidas contra personajes y países para combatirlos, entre los que se encuentran México y Venezuela.
En el contexto, Estados Unidos ha oficializado la inclusión de varios cárteles como organizaciones terroristas a efecto de endurecer su combate estratégico-militar y las sanciones, entre los que se encuentran el Cártel de Sinaloa, Jalisco Nueva Generación, Nueva Familia Michoacana, Cárteles Unidos, Cárteles del Noreste y el Cártel del Golfo, a los que se suman los cárteles venezolanos el Tren de Aragua y el Cártel de los Soles, así como la Mara Salvatrucha.
La presidenta mexicana ha negado cualquier vínculo criminal entre el Cártel de los Soles y el Cártel de Sinaloa, como lo ha expuesto la administración Trump, a la vez que ha manifestado su rechazo a una eventual intervención militar a territorio mexicano derivada de una supuesta orden secreta, publicada recientemente en The New York Times, mediante la cual el presidente estadounidense habría instruido al Pentágono a utilizar la fuerza militar contra cárteles catalogados como terroristas, mediante operaciones militares en territorios extranjeros, de la cual hasta ahora no se conoce declaración oficial, pero que ha creado mucho escozor en el gobierno mexicano.
A la vez subrayó, en un marco de evidente defensa ideológica e inclinación afectiva hacia el presidente venezolano, que no existe prueba alguna que lleve a pensar algún contubernio entre el presidente y el Cártel de Sinaloa como también lo expuso la administración Trump, a pesar de que parecen reales los vínculos estratégicos entre los cárteles de Sinaloa y de Los Soles, cártel venezolano donde Maduro es un eslabón esencial, donde existiría una relación circunstancial para reducir riesgos en la distribución internacional de drogas.
En el contexto, también estaríamos ante la presencia de un narco-estado venezolano y un narco-presidente, por quien Estados Unidos ofrece una recompensa de 50 millones de dólares por su captura. El colectivo especializado InSight Crime, describe a Venezuela como un Estado híbrido, donde la línea de la gobernabilidad y la criminalidad se ha desdibujado o desaparecido por completo, en un marco de cogobierno entre autoridades y criminales.
InSight Crime subraya que el Cártel de los Soles no es un grupo jerárquico, sino una red de redes de las principales ramas de las fuerzas armadas -ejército, armada, fuerza aérea y guardia nacional- protegidas y coordinadas por actores políticos. Tanto Maduro como su antecesor Hugo Chávez cooptaron la lealtad de los militares para permanecer en el poder.
Las decisiones estadounidenses unilaterales plantean riesgos para la legalidad internacional, soberanía, relaciones exteriores y derechos humanos y dificultan la cooperación internacional contra la criminalidad, la confianza de los países involucrados y la seguridad y estabilidad regional.
En este trágico escenario el panorama futuro parece obscuro, carente de una objetiva política exterior hacia Estados Unidos y América Latina, fuera de reiterativos, bravucones y baladíes mensajes “nacionalistas” desde un atril público y carente de una real estrategia contra el crimen organizado transnacional que requiere invariablemente de cooperación bilateral y regional, si en verdad se quiere tener éxito. El reto es grande y de largo plazo. La pregunta es sí en verdad hay compromiso y voluntad para abatir el crimen organizado, particularmente al interior del país, plagado de compromisos y contubernios.