Mientras una mujer es perseguida por un sujeto enmascarado que pretende asesinarla, ella pide ayuda a toda la gente que encuentra a su paso; pero, para su sorpresa, lejos de auxiliarla, todas las personas a su alrededor sólo graban los hechos. Nadie ayuda, nadie interviene, todo el mundo elige ser espectador del caso, pero nadie está dispuesto a involucrarse más allá. Esta es la premisa de “White Bear”, uno de los episodios más desconcertantes de Black Mirror, una serie popular por sus escenarios distópicos y sus escenarios cuasi apocalípticos.
Sin embargo, ¿qué tan lejos estamos realmente de la ficción? Hace unas semanas, un joven murió en la Línea 1 del Tren Ligero de Guadalajara tras viajar colgado desde una ventana externa del vagón. Un caso que probablemente hoy ya quedó en el olvido, pero, por eso mismo, vale la pena ponerlo nuevamente sobre la mesa.
Varias personas grabaron la escena desde el interior. Al principio, la víctima permanecía firme aferrada a la ventana, pero cuando el vehículo entró en un túnel, el desenlace fue fatídico. ¿Lo peor? Todo quedó documentado y se volvió uno de los fenómenos virales de la semana.Más allá del morbo, algunas voces en redes sociales señalaron que dentro del vagón había una palanca de emergencia que nadie activó antes del impacto que le arrebató la vida. “Estamos deshumanizados”, escribieron usuarios que lamentaron lo sucedido. Otros señalaron que esta pasividad se ha extendido en el país, que la violencia se normaliza, la tragedia se observa como espectáculo.
Hay un reclamo legítimo en esas reacciones. La falta de acción resulta dolorosa. La presencia de un dispositivo creado para evitar accidentes vuelve más duro el cuestionamiento. El registro del suceso en video genera sospechas sobre nuestras prioridades. ¿Qué pesa más: salvar una vida o capturar un momento impactante?
Pero reducir la discusión a una acusación simplista sería injusto. Las emergencias no activan siempre la valentía o la claridad mental. El miedo paraliza. El ser humano, frente a una situación inesperada, puede quedarse inmóvil. También ocurre que muchos desconocen cómo funciona el transporte o qué mecanismos existen para intervenir. Vivimos inmersos en preocupaciones personales que dificultan percibir el entorno más allá de lo inmediato. No se trata sólo de egoísmo, pues también hay desconcierto, desinformación, temor a equivocarse.
Aun así, el hecho nos obliga a reflexionar. Si la indiferencia es la nueva norma, la tragedia no sólo se mide en vidas perdidas. También se manifiesta en la erosión de la solidaridad. La escena en Guadalajara revela una grieta social que se ha profundizado con el avance de la tecnología y la cultura del espectáculo. La pantalla interpuesta entre nosotros y la realidad parece disminuir el compromiso con el otro. Miramos, pero no vemos. Observamos, pero no actuamos.
El fenómeno no es exclusivo de México ni de este incidente. En todo el mundo aparece un patrón: la cámara se levanta antes de que se levante la voz. Tal vez creemos que grabar ayuda a la justicia o a la memoria colectiva. Tal vez buscamos protegernos del riesgo directo. Tal vez esperamos que alguien más haga lo que nosotros no nos atrevemos a hacer.
Sin embargo, cada tragedia nos recuerda que la vida sucede fuera del recuadro del teléfono. Que la participación implica una responsabilidad. Que la empatía exige acción. La muerte del joven en el Tren Ligero no debe convertirse en un simple viral más. Debe convocar a revisar protocolos, sí, pero también a recuperar el valor de la intervención humana.
No todos somos héroes. No todos sabremos cómo actuar en un instante crítico. Pero es urgente reconstruir la idea de comunidad, esa que nos permite sentir que la desgracia del otro es también asunto nuestro. No se trata de romantizar el riesgo o de negar las limitaciones reales de cada persona, sino de evitar que la parálisis se vuelva costumbre. La sociedad no puede permitirse convertirse en un público pasivo ante el sufrimiento de alguien.
El horror no está sólo en lo que ocurre, sino en la multitud que no reacciona. La historia del Tren Ligero nos invita a preguntarnos de qué lado de la pantalla queremos estar cuando la realidad golpea. Si como testigos inertes o como seres capaces de extender la mano antes de abrir la cámara.