En la Ciudad de México no falta el agua. Esta frase, que puede sonar provocadora en medio de crisis hídricas, tandeos y pipas, es profundamente cierta. El problema no es la escasez del recurso, sino la infraestructura y el modelo de gestión que desperdician lo que la naturaleza entrega generosamente cada año. De acuerdo con datos del propio Sistema de Aguas de la Ciudad de México, durante la temporada de lluvias cae más agua sobre el Valle de México de la que se consume anualmente y aunque SACMEX ya pasó a llamarse SEGIAGUA, su página persiste. Sin embargo, en vez de recolectarla y reutilizarla, la ciudad la canaliza rápidamente al drenaje profundo y la expulsa fuera del valle, en un sistema diseñado más para evitar inundaciones que para aprovechar el recurso. Este modelo, creado hace más de medio siglo, fue eficiente en su momento. Hoy, sin embargo, es obsoleto. La ciudad ha crecido vertical y horizontalmente; el concreto ha cubierto los suelos por los que antes se filtraba el agua al subsuelo. En lugar de cosechar lluvia o recargar los mantos acuíferos, lo que hacemos es tirarla y luego gastar millones de pesos para traer agua desde sistemas externos como el Cutzamala, que también enfrenta crisis y agotamiento. La investigadora Flor Mireya López Guerrero (del Instituto de Geografía, UNAM) señaló que casi el 40 % del agua que se abastece se pierde por fugas en la red, atribuidas tanto a la antigüedad de la infraestructura como a los sismos y falta de mantenimiento. Es decir, casi la mitad del agua que se distribuye se pierde antes de llegar a las casas. Mientras tanto, cientos de colonias viven con tandeos o abastecimiento irregular, sobre todo en las periferias. Irónicamente, las zonas con menos acceso son las que más caro pagan el agua, pues deben comprarla en pipas. A esto se suma un problema igual de urgente: la basura. Durante las lluvias, basta caminar por cualquier calle para encontrar coladeras tapadas con bolsas, envases de unicel, botellas de plástico y todo tipo de residuos. La basura que arrojamos irresponsablemente a la calle termina bloqueando los desagües y provoca inundaciones que empeoran aún más la gestión del agua. El círculo es vicioso: la falta de cultura del agua y la mala disposición de residuos se refuerzan mutuamente. Lluvias abundantes, basura acumulada, infraestructura rota. Todo junto crea una ciudad vulnerable a la escasez, al desperdicio y a las emergencias. ¿Qué hacer? Primero, aceptar que el problema no se resuelve solo con más agua, sino con un rediseño profundo del sistema: cosecha de lluvia obligatoria en nuevas construcciones, captación doméstica, rehabilitación del drenaje y separación de aguas pluviales y negras. Pero también se necesita una revolución ciudadana: menos basura, menos consumo innecesario, más conciencia.
Estoy convencida de que el acceso al agua debe dejar de ser un privilegio para convertirse en un derecho garantizado. No podemos seguir desperdiciando lo que la naturaleza nos da.