El diálogo se ha roto

20 de Agosto de 2025

Alfredo Suárez
Alfredo Suárez
Politólogo por el Tec de Monterrey, y candidato a Maestro de la Universidad Panamericana en Comunicación Política. Actualmente se desempeña como coordinador de comunicación para América Latina de la Fundación Friedrich Naumann.

El diálogo se ha roto

Fundación Friedrich Naumann

Hace algunos años, unos 10 aproximadamente, le preguntaba a una querida amiga, feminista, sobre un chiste de un nuevo comediante en ascenso: Franco Escamilla. La conversación iba más o menos sobre la posibilidad o no de hacer chistes sobre poblaciones a las que no pertenecemos. Fueran o no reales los personajes, fueran o no ficticias las situaciones, la respuesta fue tajante en aquel momento: No.

Diez años más tarde me sigo preguntando sobre aquel acontecimiento, no tanto de mi amiga, a quien sigo queriendo y respetando mucho, ella como yo estábamos pasando por un crecimiento en pensamiento, cultura e investigación. La pregunta es sobre aquella discusión, aquel instante: ¿sobre quién o quiénes puedo hacer un chiste? ¿puedo hablar de la perspectiva ajena?

En el paradigma de los noventas y los dosmiles, el zeitgeist, pedía ser políticamente incorrecto era la forma de hacer las cosas. Se buscaba que los chistes, los videos, los superhéroes, los arquetipos fueran siempre al límite de lo políticamente correcto. Probablemente llegamos al extremo de ser demasiado incorrectos como cultura y terminamos dándonos cuenta que todo el tiempo estábamos ofendiendo y burlándonos desde nuestros privilegios.

Después, con el advenimiento de las redes sociales, principalmente de las que permitían interactuar con personas que no conocías en la vida real como X, o Instagram, generaron que uno empezara a hacer sus propios bandos. Yo no sigo a fulano porque es homofóbico, ya no sigo a mengana porque es aporafóbica, ya no hablo con sultano porque una vez hizo un chiste de tal minoría, así fue que en todas nuestras redes sociales terminamos hablando entre quienes más o menos, tenemos las mismas ideas.

Este jardín amurallado dejó fuera a quienes no “pensaban como nosotros”, a aquellas personas que estaban fuera de nuestro ideal de lo que debería o no debería ser. No solo, eso, sino que a quien seguías o no hablaba de quién eres tú como persona; “dime a quien sigues y te diré quién eres”.

Todo esto nos trae al día de hoy, en el que el feminismo, la izquierda, la derecha, los tradicionales, los alt right, los que hacen apología de mil cosas, etc. siguen existiendo, se quedaron allá, afuera de nuestro jardín amurallado, florecieron, crecieron mientras no los veíamos. No solo eso, se reprodujeron, y ahora existen más extremos porque no tuvieron contactos con otras ideas más moderadas, pues ellos también se encerraron en su propio jardín amurallado, en el que sus ideas se fortalecieron y radicalizaron por la potencia de los propios ecos de lo que ellos mismos hablaron.

Hoy, cuando nos topamos con esas personas en los espacios públicos donde interactuamos, la fila del cine, cuando alguien de tu círculo te presenta a alguien que definitivamente no pertenece a tu jardín amurallado, ya no sabes cómo hablar con esa persona que piensa tan raro. Esta habilidad que teníamos de hablar entre los que pensábamos de manera diferente ahora se ha diluido, y nos peleamos por el significado de todo, ¿Sidney Sweeney hablá de jeans o de gens? ¿Topgun es una apología de la vida gay o del aparato militar estadounidense? ¿Emilia Pérez es xenófoba o el ejercicio de alguien que quiere aligerar un tema que se percibe muy duro fuera de México?

Esta empatía que perdimos, esta capacidad de interactuar, de dialogar, y de ignorar algunas cosas podríamos considerar superficiales, es algo que me parece se ha perdido en la política, en la cultura y en cómo nos relacionamos. Simplemente somos menos tolerantes a las diferencias que tenemos con las otras personas, se ve en los estadios de fútbol, en las redes sociales y se ve cada vez más en la política, donde la existencia de los acuerdos, del centro político se erosiona más, todo porque en algún momento decidimos que “no era momento de tibieza” sino de tomar bandos y de cerrar los oídos a los argumentos de los demás.