1er. TIEMPO: Un lugar que no es para todos: La imagen de Andy, hijo del expresidente Andrés Manuel López Obrador y mucho menos conocido por su nombre Andrés Manuel López Beltrán, captado por paparazzis en el Hotel Okura en Tokio y saliendo de una tienda de lujo posando en Omotesambo, una de las calles más exclusivas de la capital japonesa, con un fondo de lujo y confort ajenos a la narrativa de “austeridad republicana”, incendió las redes sociales. No fue por el simple hecho de viajar -que sería irrelevante en otro país con una clase política menos hipócrita- sino por lo que representa: la incoherencia entre el discurso y la realidad de la familia presidencial. Las críticas fueron instantáneas, y la defensa, torpe. López Beltrán intentó contener la marea con una explicación en sus redes: “Viajo con recursos propios”, escribió, como si con eso bastara para sepultar las dudas que desde hace años lo persiguen. Pero su problema no es si paga sus boletos de avión o las cenas con carne Wagyu; el problema es de origen: nadie sabe de dónde viene su dinero. “No somos iguales, nosotros no somos corruptos y en mi caso desde niño aprendí, posiblemente antes que otros, que el poder es humildad, que la austeridad es un asunto de principios y que se debe vivir en la justa medianía, como lo recomendaba el presidente Juárez”, agregó llevando la sandez a su máxima expresión. “Siempre valdrá la pena, y no es en vano, pagar una cuota de humillación cuando se lucha por una causa justa y en contra de los opresores del pueblo”. Panfletario de cuarta. Y pensar que había muchos que lo pensaban inteligente. ¿En qué contraste se basa esta afirmación? En lo no dijo: que el hotel Okura, donde se hospedó casi un mes -a la tarifa que dijo le costó por día, habría pagado una cuenta de 225 mil pesos, si no tomó nada del servibar-, que es un hotel que pueden pagar los multimillonarios o los dignatarios en viajes de Estado, como Adolfo López Mateos en 1962, o siete presidentes de Estados Unidos, Richard Nixon, Gerald Ford, Jimmy Carter, Ronald Reagan, George H.W. Bush, Bill Clinton y Barack Obama, uno ruso, Mijail Gorbachov, y otro francés, Jaques Chirac. Ahí se filmó la película de James Bond “Solo se Vive una Vez”, que parece una metáfora chocarrera con Andy, que decidió instalarse unas semanas en el barrio Aoyama, ubicado en uno de los distritos más exclusivos y vanguardista de Tokio, con boutiques de lujo, arquitectura moderna e intensa actividad cultural, colindante con el barrio Omotesambo, cuya principal avenida es como Bond Street en Londres, Faubourg Saint-Honoré en Paris, Rodeo Drive en Los Ángeles o la Quinta Avenida en Nueva York, para carteras abultadas aunque no tengan gustos refinados. Definitivamente Aoyama no es un lugar para el turista promedio, aunque dijera, a manera de justificación, que lo hizo por las “extenuantes jornadas de trabajo” realizadas en las semanas previas.
2o. TIEMPO: Lo que natura non da, Salamanca no presta. ¿A qué se dedica Andy, el hijo del expresidente Andrés Manuel López Obrador? ¿Qué empresa lo respalda? ¿Dónde están sus declaraciones fiscales? ¿Cómo se financia un estilo de vida que incluye viajes a París, escapadas a Roma, a Tokio? Hasta donde se sabe, Andrés López Beltrán nunca ha trabajado formalmente en su vida, entendido esto cono haber tenido horarios para laborar, salarios, Seguro Social, Infonavit y pagar impuestos. Lo que se conoce es que era el hijo del hombre de Macuspana más inclinado a la política, quien durante el sexenio de su padre, llevó a un terreno empresarial y de enorme éxito, de acuerdo con decenas de investigaciones periodísticas, con negocios múltiples y contratos públicos que cayeron del cielo a sus amigos y operadores políticos. “Mis adversarios y los hipócritas conservadores que sólo suelen ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, mandaron a sus espías a fotografiarme y acosarme para así emprender una campaña de linchamiento político impregnada de odio, clasismo y calumnias”, se defendió en una carta que lo dejó exhibido más bien como un mentiroso y cínico de pocas luces retóricas. La escuela de su padre, cuando te atacan contrataca con más fuerza, no tuvo en él un buen alumno. Lo que natura non da, Salamanca no presta. La sombra de corrupción que envuelve a los López Beltrán no la crearon los periodistas, sino ellos mismos. Desde el escándalo de la “Casa Gris” en Houston, donde vivió su hermano mayor José Ramón, sin importar que era propiedad de contratistas de Pemex en el gobierno de su padre, pasando por sus vínculos con empresas proveedoras del gobierno, hasta los testimonios de contratistas que han reconocido su influencia en el reparto de obras en Tabasco y Campeche, el segundo hijo del expresidente ha sido sistemáticamente señalado como un operador silencioso de los negocios de la 4T. La narrativa que pretende imponer de que trabaja duro y vive de sus propios medios choca con la realidad documentada, como el viaje a Tokio, donde solo el pago de su hotel habría equivalido a más de tres veces su salario como secretario de Organización de Morena. Nadie puede engañarse: aunque nunca ha ocupado un cargo público, ni tiene una carrera empresarial acreditada públicamente, su apellido le ha abierto puertas que para otros están cerradas con candado. Lo que ofende no es el viaje, sino la impunidad. La arrogancia de presentarse como ciudadano común, cuando ha sido uno de los grandes beneficiarios del poder presidencial sin rendir cuentas. Lo que irrita es la defensa desvergonzada de un sistema de privilegios que el propio López Obrador prometió destruir.
3er. TIEMPO: El incendio en los pies de Andy. En voz no tan baja, desde la transición del poder presidencial en el otoño, el nombre de Andrés López Beltrán se mencionaba como parte del principal grupo de presión que buscarían influir en el gobierno entrante de Claudia Sheinbaum. La pregunta si la presidenta permitiría que los hijos del presidente -en particular Andy- siguieran actuando en la penumbra, o si marcaría una línea clara con quienes han confundido el poder con el derecho a enriquecerse. Las apuestas se dividían por su devoción a su mentor, el expresidente Andrés Manuel López Obrador, pero la exposición pública y mediática de su derrochador viaje a Tokio, una de las ciudades más formidable en el mundo, le ayudó de manera inesperada. Sheinbaum tuvo en el pasado una excelente relación con Andy, trabajando políticamente en equipo, pero la soberbia del apellido, sin freno a su prepotencia, lo llevó a un terreno irreal donde desafió el poder de la presidenta. Otro punto menos a su inteligencia. Ante cada una de las defensas que hace sobre el lujo del viaje, que con palabrería trata de cambiar la conversación, la catarata de críticas toma más velocidad y, más importante, el deslinde claro y contundente de la presidenta, que dice que no va a polemizar por este caso, pero que le pega en la cabeza con un enorme mazo. A su última carta, Sheinbaum le respondió: “No voy a entrar a un debate sobre este tema en particular. Mi posición la voy a defender siempre, porque es mi convicción, es que el poder cualquiera que se tenga se debe ejercer con humildad, con sencillez, porque nosotros nos debemos al pueblo”. Dijo que quienes fueran dirigentes en los partidos, no solo los funcionarios, también estaban obligados a rendir cuentas de sus actos, porque las fuerzas políticas son financiadas con recursos públicos. “El poder debe ejercerse con humildad”, reiteró, “el poder es humildad”. Andy tiene un enorme déficit de humildad. “No me extraña la agresividad del hampa del periodismo que es equivalente a la perversidad de la mafia del poder económico y político al que desde hace décadas hemos venido enfrentando, pero sí me importa que la gente que tiene confianza en nosotros no dude de nuestros principios y valores”, disparó en busca de un enemigo externo para desviar la conversación. Le fue peor. El viaje a Tokio fue todo menos un detalle menor. Fue el síntoma de algo mucho más profundo: la persistencia del viejo sistema de corrupción, con nuevos rostros, la misma impunidad de siempre y un apellido colgando: López Obrador.
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