1ER. TIEMPO: Ese bicho que no conocíamos. La segunda Presidencia de Donald Trump es un proyecto ideológico con anclas profundas en la historia del conservadurismo estadounidense y una apuesta por reconfigurar los cimientos del discurso nacional. Más allá de las arengas incendiarias y los eslóganes reciclados de “Make America Great Again”, lo que está en juego en Estados Unidos es la consolidación de una visión excluyente de la nación, centrada en una cruzada contra la migración y un combate sin tregua contra los demócratas, a quienes acusa de traicionar a los “verdaderos” estadounidenses. Trump ha tejido una narrativa donde la migración no sólo es un problema de seguridad, sino una amenaza existencial. No se trata únicamente de controlar fronteras o detener a inmigrantes indocumentados. Su discurso ha mutado en una especie de darwinismo nacionalista, donde los migrantes —particularmente mexicanos, venezolanos, haitianos y centroamericanos— son vistos como un virus que corroe las entrañas del país. Como lo estamos viendo estos días, las redadas, los centros de detención y las deportaciones masivas no son meras medidas de política pública, sino instrumentos de una purga ideológica. La narrativa trumpista se sostiene en una lógica perversa. Acusa a los demócratas de haber abierto las puertas al “caos migratorio”, y de haber permitido que Estados Unidos perdiera identidad, cultura y seguridad. Joe Biden, Kamala Harris y el ala progresista del partido son pintados como cómplices de haber diluido la supremacía blanca y reemplazarla con una sociedad “debilitada” por el multiculturalismo, retomando un debate de principios de los 90’s donde el argumento era que la mezcla de culturas —excluidas las irlandesas, italianas y judías de finales del Siglo 19 y principio del 20—, terminaría acabando con Estados Unidos. Este relato no es gratuito, ni improvisado. Detrás de las frases rimbombantes hay una estrategia sistemática que se alimenta del miedo y del resentimiento. Stephen Miller, que hoy es el jefe adjunto de Gabinete de la Casa Blanca —desde donde se maneja la política interna—, ha operado una maquinaria propagandística donde la inmigración se ha transformado en el chivo expiatorio perfecto. La procuradora Pam Bondi, la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, y el secretario de Defensa, Pete Hasgeth, son sus brazos represores. Trump no es el mismo de hace ocho años cuando llegó por primera vez a la Casa Blanca. Es totalmente diferente y sumamente peligroso. Parece un aventurero, oportunista, que va diseñando la ruta sobre la marcha, pero no. Todo es parte de un plan bien trazado en un documento de 922 páginas que elaboró la Fundación Heritage, el templo académico del conservadurismo estadounidense, que se titula “Proyecto 2025”. Ahí se establecen políticas que reestructuran radicalmente al gobierno y propone la derogación de leyes y aprobación otras completamente draconianas, como contra la migración, documentada e indocumentada, y las ciudades santuarios, donde no cooperan con las políticas federales migratorias, y que son un refugio para los migrantes. Contra ellos lanzó su cruzada en la campaña, y lanzó su maquinaria represora tan pronto regresó a Washington. Lo que estamos viendo en Los Ángeles, es el néctar de su odio y la síntesis del cambio racista que quiere en Estados Unidos, al que acompañará, sueña, con la demolición de los demócratas.
PUEDES LEER: La CNTE, el chantaje como método
2DO. TIEMPO: Operación de pinzas. Los cuatro años de Admninistración Biden fueron suficientes para que Donald Trump reflexionara en lo que no hizo bien durante su primer periodo en la Casa Blanca y lo que podría hacer en el segundo. No perdió tiempo. Durante sus primeros días en el poder, firmó 37 ordenes ejecutivas, de las cuales siete tenían que ver directamente con la migración. Quince días después de asumir la Presidencia, Pam Bondi, que tenía unas cuantas horsas de haber sido ratificada en el Senado como la nueva procuradora, emitió un paquete de órdenes para investigar a más de 260 ciudades santuario que se caracterizan por no cooperar con las políticas federales de migración, y delineó sanciones legales contra aquellas que no quisieran colaborar con los nuevos lineamientos que estaban saliendo de Washington, junto con un recorte de fondos federales. Todas las ciudades santuario oposieron resistencia y se fueron a tribunales, menos Nueva York, que era el mayor refugio de inmigrantes en Estados Unidos, donde el alcalde Eric Adams intercambió su libertad por la traición a los migrantes. Cuando se entregó a Trump, los fiscales se desistieron de acusarlo de sobornos y fraudes, que lo habían colocado en la puerta de la cárcel. Trump comenzó con una estrategia dual desde enero. De la inflación, la inseguridad y el desempleo culpó a los inmigrantes. La violencia que se vive en las calles de varias ciudades por sus redadas en Los Ángeles, también son culpa de ellos. Trump argumenta que los inmigrantes están invadiendo Estados Unidos en un proceso insurrecional, fijándose sobre todo en mexicanos y latinos. No lo hace solo por discriminación y racismo exacerbado, sino porque “invasión” e “insurrección” son dos de las variables que le permiten utilizar unilateralmente a la Guardia Nacional y a militares en activo, para utilizarlas en apoyo de tareas policiales civiles. El uso de las Fuerzas Armadas no van directamente contra los migrantes, sino que es una provocación contra los gobiernos demócratas en las ciudades santuario. Los inmigrantes son más fáciles de demonizar, y más rentable electoralmente. El objetivo político de la estrategia son los demócratas, a quienes los republicanos enfrentarán en las elecciones legislativas de noviembre del próximo año, y en las elecciones presidenciales en 2028. El campo de batalla que escogió Trump para agudizar las contradicciones, fue California, donde el carismático gobernador Gavin Newsome es uno de los potenciales candidatos demócratas a la Presidencia. Karen Bass, la alcaldesa demócrata de Los Ángeles, ha descrito las redadas en la gran zona metropolitana angelina que provocaron manifestaciones violentas, como “un experimento” para probar el poder federal. Pero también, para medir sus fuerzas con los demócratas. California es el estado más liberal del país y desde 1984, la reelección de Ronald Reagan, no ha votado por ningún candidato presidencial republicano. Tiene tambien el mayor número de votos en el Colegio Electoral (54), cuya influencia arrastra todos los estados de la Costa Oeste. Anular a California como un enclave demócrata, sería abrir la puerta al realineamiento ideológico que permitiría, como propone el Proyecto 2025, “la institucionalización del trumpismo”.
PUEDES LEER: Andy no es Andrés Manuel
3ER. TIEMPO: El trumpismo no busca convencer sino dividir. La guerra contra los demócratas no es sólo electoral: es cultural. El presidente Donald Trump ha entendido que la batalla no se gana sólo en las urnas, sino en las emociones. El Partido Republicano, al que ya capturó, ha adoptado su visión binaria del mundo, donde los valores democráticos clásicos, como el respeto a las minorías, la tolerancia, la movilidad social y el equilibrio de poderes, son reescritos como debilidades que hay que erradicar. Esta forma de ver el mundo, va avanzando y Trump va ganando la partida. Sin embargo, los demócratas siguen siendo un obstáculo, por lo que la maquinaria para anularlos no puede frenarse. Los 9 estados santuario —porque no solo hay ciudades santuario— suman 163 de los 270 votos necesarios en el Colegio Electoral para ganar la Presidencia. Esa base les garantiza también un alto número de curules en el Congreso y escaños en el Senado, donde las diferencias con los republicanos se cuentan con menos de dos dígitos. Las redadas en Los Ángeles buscan enviar un mensaje de terror a las clientelas electorales históricas de los demócratas, los sindicatos —el viernes de la semana pasada detuvieron en una redada a un líder estadounidense de origen mexicano de más de dos millones de trabajadores—, y se metieron en casas, escuelas, centros de trabajo y cultivos de inmigrantes, sin importan si estaban documentados o no. Ya no hay trabajadores buenos, sino delincuentes en la lógica de Trump. Son criminales que han invadido Estados Unidos. El trumpismo representa un peligro más profundo de lo que muchos suponen. No es sólo una agenda antimigrante. Es una cruzada para redefinir qué significa ser estadounidense, quién pertenece a su nación y quién debe ser excluido. En esa visión, los demócratas son traidores, los migrantes son invasores y los jueces, periodistas y activistas que no comulgan con el credo MAGA, son enemigos internos. El proyecto de Trump no fue un delirio de campaña. Es una propuesta ideológica coherente, aunque profundamente tóxica. Su regreso a la Casa Blanca fue para cumplir lo que comenzó hace ocho años, con más fuerza, con menos controles y con un odio que exuda y transmite. Lo terrible es que va ganando.
X: @rivapa_oficial