El santo de silicona

15 de Septiembre de 2025

Emilio Antonio Calderón
Emilio Antonio Calderón
Emilio Antonio Calderón Menez (CDMX, 1997) es Licenciado en Comunicación y Periodismo por la UNAM y autor de las obras Casa Sola y Bitácora de Viaje. Ha colaborado en revistas literarias y antologías de editoriales como Palabra Herida y Letras Negras.

El santo de silicona

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Carlo Acutis murió en 2006, a los 15 años, y desde entonces la Iglesia católica lo convirtió en emblema de la juventud creyente. Lo llamaron el “santo milenial” porque, además de que se le achacan dos milagros, programaba páginas web y hablaba de Dios en internet. Esta semana, su nombre volvió a resonar, pues su cuerpo será preservado y exhibido parcialmente para los fieles. Tras su exhumación en 2019 se constató que no estaba incorrupto, como algunos esperaban; por eso su rostro fue reconstruido con silicona y sus manos cubiertas de cera.

El corazón, considerado “reliquia”, se resguarda en un relicario de oro en Asís, mientras mechones de su cabello se distribuirán por distintas iglesias del mundo. Más allá de la devoción, la decisión nos hace cuestionarnos cuándo algo deja de ser memoria y comienza a ser espectáculo. ¿Hasta qué punto la fe se convierte en consumo cuando se reparte un cabello como souvenir de santidad? La Iglesia sabe adaptarse: en los ochenta, Juan Pablo II era la “estrella pop” del catolicismo; en 2025, el marketing pasa por un joven beatificado con aura digital. El mecanismo es el mismo: el culto a la imagen, y aunque quizá es aplaudible ver cómo la iglesia finalmente se adecúa a las nuevas eras, aunque sea en la forma y no en el fondo, tal vez los feligreses deberían preguntarse hasta qué punto realmente se está honrando el legado de un santo en lugar de caer en convertir en un souvenir el cuerpo de un joven de 15 años.

Homofobia como arma política

Ese mismo culto a la imagen fue lo que se usó como arma la semana pasada en la escena política local. La exalcaldesa de Cuauhtémoc, Sandra Cuevas, lanzó amenazas públicas contra el periodista Carlos Jiménez, mejor conocido como C4. Lo que empezó como un debate debido a una rodada que Cuevas promovía y por la que, según Jiménez, una persona perdió la vida, terminó en un amago contundente: “Si tú no quieres que yo publique con qué cabrón tú te acuestas, respeta”. En pocas palabras, la polémica exalcaldesa no se limitó a decirle al C4 que le ‘bajara de huevos’, sino que se atrevió a amenazar con hacer pública la vida íntima del comunicador como si su orientación sexual —o los rumores sobre ella— fueran un arma política.

En pleno 2025, lo personal todavía se usa como garrote. Cuevas recurrió al estigma, al morbo y a la homofobia como estrategia de defensa, según ella, para defenderse de los mismos actos por parte del periodista. No es un pleito menor, pues se trata de la normalización del “outing” -el sacar del closet a la fuerza a una persona- como violencia simbólica desde el poder. De nuevo, esa misma tendencia a mercantilizar con las vidas y los cuerpos.

El show de la desaparición

Y si algo faltaba para cerrar este círculo donde lo íntimo se convierte en espectáculo, llegó la reaparición de Mohamed Ramiro Jezzini Cantú. Tras semanas de rumores sobre su desaparición y una carta que hizo pensar en un problema de salud mental grave, volvió a las redes sociales transformado en ZZINI, con nuevo look y aspiraciones musicales. Según contó, durante una hipnosis recibió un mensaje divino que lo llevó a cambiar de nombre y dedicarse a la música.

Si bien, el influencer logró captar la atención que esperaba, la reacción seguramente no fue la que su equipo de mercadotecnia había proyectado. Y no es para menos: usar la salud mental, un supuesto renacer y, sobre todo, la desaparición, como estrategia de marketing en un país con cerca de 100 mil personas desaparecidas, no puede ser visto como un acto ingenioso en estos tiempos. Al contrario, resultó ser una falta de respeto hacia quienes viven ese infierno en carne propia.

De Carlo Acutis convertido en souvenir sagrado, a Sandra Cuevas usando la homofobia como arma política, hasta Jezzini banalizando la desaparición para vender un sencillo, todo apunta a que, cuando la memoria, la fe o el dolor se convierten en materia prima del espectáculo, lo humano se diluye.