No hay duda que la frontera sur compartida con Guatemala y Belice es una variable esencial para la seguridad nacional de nuestro país. El viernes pasado se reunió la presidenta Claudia Sheinbaum con su homólogo Bernardo Arévalo de Guatemala y el primer ministro John Briceño de Belice, para revisar agendas bilaterales y trilaterales, en temas como seguridad, migración, energía, medio ambiente, entre otros.
Por razones de espacio en este apreciado diario, mi comentario se centrará en la frontera sur con Guatemala por su alta vulnerabilidad. Si bien existen desafíos fronterizos de larga data, durante los últimos años se han agudizado con nuevos retos regionales. Nos enfrentamos a una frontera desatendida, ante la miopía obradorista por la política exterior y cancilleres más preocupados por sus intereses personales y complacencia a la Superioridad, no obstante que México cuenta con instrumentos bilaterales y diplomáticos y funcionarios en Cancillería altamente calificados.
La frontera con Guatemala, país amado en el que empecé mi carrera diplomática en ese entonces como Cónsul de Tercera en la década de los ochenta, en un contexto de violencia y enfrentamiento militar gubernamental con la guerrilla de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), sigue propiciando desaliento y desesperación al igual o peor que antes. Constituye una dramática puerta de entrada ilegal de la migración centroamericana, caribeña y africana con destino a Estados Unidos, con severas crisis humanitarias, violación a los derechos humanos, corrupción, inseguridad y presión sobre los servicios sociales en Chiapas y Tabasco, sobre todo en estos tiempos de Donald Trump.
La porosidad fronteriza y la corrupción en las garitas formales han sido caldo de cultivo para el crimen organizado, el tráfico de drogas y armas y el contrabando de mercancías y migrantes. Es un escenario de contrabando de combustibles, alimentos, ganadería y electrónica, por decir lo menos, y la violencia de grupos como el Cártel de Sinaloa y el CJNG, a los que se suman las temidas maras MS-13 y Mara 18.
Muchas comunidades fronterizas en ambos países dependen del comercio irregular como forma de subsistencia, avasallados por problemas sociales y ambientales, desigualdad, pobreza, deforestación, tala ilegal de la Selva Lacandona y el Petén guatemalteco, con corroída presencia del Estado mexicano e infraestructura limitada.
Las tensiones bilaterales fronterizas no dejan de estar presentes ante el uso de las fuerzas militares mexicanas y la Guardia Nacional para contener los flujos migratorios y en temas de seguridad, con la presión estadounidense. La subordinación migratoria del gobierno obradorista ha limitado la autonomía mexicana y generado críticas y vergüenza por convertir a México en un “tercer país seguro” de facto, aunque el gobierno mexicano no lo quiera reconocer.
En junio de 2025, México se vio obligado a pedir disculpas a Guatemala por la violación de su territorio, suceso en el cual la policía chiapaneca de élite traspasó la frontera en persecución de criminales. Por su parte, Guatemala hace uso de unidades de élite de los temidos “kaibiles” en la frontera con México, pero también con El Salvador y Honduras.
Los temas estrella de la reunión trilateral
En la reunión de mandatarios del viernes pasado se exploró la posibilidad de ampliar la ruta del Tren Maya a Guatemala y Belice, de ese improvisado y curiosito trenecito de negativo impacto ambiental; paradójicamente también se acordó crear el corredor biocultural “Gran Selva Maya”, en salvaguarda de las áreas protegidas de los tres países, loable sin duda pero su éxito dependerá de una implementación efectiva fuera de buenos deseos y reflectores; y dar continuidad a la siembra de arbolitos de ese escenográfico y populista programa “Sembrando Vida”, afortunadamente no se incluyó el Chocolate del Bienestar.
Corolario
La especialista Guadalupe González en algún documento escribió que la política exterior de “Morena” hacia América Latina es más discursiva e ideológica, que estratégica, eficaz y profesional ¿será?