La “grandeza” del infame

8 de Diciembre de 2025

Raymundo Riva Palacio
Raymundo Riva Palacio

La “grandeza” del infame

Raymundo Riva Palacio_WEB.jpg

1er. TIEMPO: El retorno calculado. Por más que Andrés Manuel López Obrador haya repetido, casi como mantra, que estaría “jubilado” del espacio público tras dejar la presidencia, nadie que lo conozca realmente creyó ese guion. El silencio no es un atributo que su biografía política haya cultivado; la presencia, sí. Por eso, el anuncio de su nuevo libro, “Grandeza”, llega menos como un ejercicio literario y más como un método de reingreso. Una puerta lateral para volver a transitar el corredor del poder sin tener que asumir que nunca se fue. El pretexto editorial le permite hacer lo que mejor sabe hacer: fijar agenda y lanzar su amenaza contra la presidenta Claudia Sheinbaum. Si se desvía, si no sigue sus consignas, saldrá a recorrer las calles para defenser su legado, que equivale, en estos momentos, a blindarse penalmente. Y este país, desgastado por la turbulencia del primer año de gobierno de Sheinbaum, por la erosión institucional y por las tensiones internas en el régimen, se convierte en el escenario ideal para su retorno discursivo. Nada ocurre por casualidad. Menos tratándose de López Obrador. Desde su finca en Palenque, el expresidente ha construido la narrativa del retiro silencioso, mientras en paralelo mantiene un sistema operativo político que nunca dejó de funcionar. Tiene en su casa un teléfono rojo, que lo conecta con todo el gobierno, al que le puede hablar en el momomento que sea, para decirle lo que quiera. Tiene operadores leales, gobernadores disciplinados y un movimiento que conserva una estructura que responde más a él que a la nueva titular del Ejecutivo. “Grandeza” no es sólo un libro. Es el recordatorio de quién escribe, en su visión, la historia “verdadera” del país. El timing es el mensaje. Aparece justo cuando el gobierno de Sheinbaum enfrenta su primera crisis de desgaste: el asesinato del alcalde Carlos Manzo, hartazgo de la ciudadanía, incluso de quienes hasta muy recientemente le fueron incondicionales, tensiones entre grupos internos, ajustes en su gabinete y un reacomodo de fuerzas que evidencia que el morenismo no es una institución cohesionada, sino una federación de fidelidades, muchas de ellas hacia el expresidente. La publicación del libro, acompañada de posibles giras y mensajes públicos, reacomoda el tablero y coloca a López Obrador de nuevo en el centro gravitacional del movimiento que fundó. No se trata de una ruptura. Se trata de presencia. En los últimos meses, López Obrador ha demostrado que su influencia no necesita micrófono diario para multiplicarse. Sus textos, videos o intervenciones puntuales funcionan como detonadores en una clase política acostumbrada a descifrar cada sílaba, cada gesto, cada silencio. “Grandeza” se suma a esa misma lógica: un instrumento para modular el rumbo, presionar cuando sea necesario y recordar a quienes hoy gobiernan que el origen del poder sigue teniendo nombre y apellido. “Grandeza” no es sólo una publicación; es un recordatorio. Y sobre todo, un mensaje: López Obrador, definitivamete, no está para que lo archiven en la historia todavía.

2º. TIEMPO: Detrás de “grandeza”. El nuevo libro de Andrés Manuel López Obrador es voluminoso: 632 páginas. Teóricamente, según una consulta en el ChatGPT, sí es posible. Necesitaría haberle invertido de una a dos horas diarias de lectura y de dos a cuatro diarias de escritura durante todo el año, con una enorme disciplina. Este cálculo se establecería desde el 2 de octubre que dejó de ser presidente, hasta que, cuando más tarde, un mes antes para entregarlo a la editorial. Es posible, claro, incluso para un holgazán como él que desde hace décadas duerme la siesta diario y le gusta jugar beisbol. El libro, sin embargo, no lo hizo él. No solo porque se aprecian estilos diferentes en los capítulos, sino porque desde más de un año antes de que terminara su mandato, su esposa Beatriz Gutiérrez Müller contrató dos decenas de especialistas para que escribieran lo que llamó “la epopeya” de su carrera política. Como muchos poíticos modernos, utilizó un par de pelotones de ghostwriters para que le hicieran el trabajo y lo que acompañará su legado. Tiene que construir el mito en el que cree se convertirá, como Jackeline Kennedy lo hizo de su esposo John F. Kennedy, que logró construir el elemento más potente del legado del presidente asesinado, el que lo asociaba con el Rey Arturo y Camelot. Jackie lo hizo el fin de semana después del asesinato y el funeral de estado, al concederle a Theodore White una entrevista para la revista Life, que estaría dedicada a su esposo. En la entrevista le dijo lo mucho que les gustaba el musical de Broadway “Camelot”, y cómo disfrutaban escuchar la canción estelar de la obra, en especial la copla final: “No dejes que se olvide nunca que una vez hubo un lugar, por un breve momento brillante, que fue Camelot”. Así se llamaba el legendario castillo de la corte del Rey Arturo, a la que le dijo Jackie que a su esposo le atraía la leyenda porque era un idealista que veía que la historia la hacían héroes como el rey Arturo. “Habrá grandes presidentes”, le dijo a White, “pero nunca habrá otro Camelot”. Jackie inmortalizó a John, y “Grandeza” quiere López Obrador que lo haga a él. En “Grandeza” comenzó ese camino, que continuará con la segunda parte de la revisión histórica en la que se embarcó, que se llamará “Gloria”. Grandes títulos les puso López Obrador, que hizo la presentación de su libro sentado en su finca, con un pavorreal a su espalda. Fue una poderosa imagen la del vanidoso de Macuspana, que en la mejor semana en meses de Claudia Sheinbaum, donde el consenso es que se deshizo del poderoso fiscal Alejandro Gertz Manero, no le dio un respiro. Su retorno disfrazado de presentación editorial, cayó sobre el gobierno de Sheinbaum como una nube densa. Su presencia es una sombra. Y una sombra demasiado larga puede opacar, o al menos tensionar, a un gobierno que necesita consolidarse por sí mismo.

3er. TIEMPO: La sombra que no se va. No fue un regreso inocente ni espontáneo. Andrés Manuel López Obrador no actúa sin cálculo. El lanzamiento de “Grandeza” fue el pretexto perfecto para retomar el escenario político que, en realidad, nunca abandonó. Redefine la relación en el interior de Morena, porque obliga a la presidenta Claudia Sheinbaum a convivir con un liderazgo histórico que no está dispuesto a quedarse quieto en la galería de los expresidentes. Y este movimiento tiene un costo directo: la presidenta pierde centralidad. Para un gobierno que aún está en fase de consolidación narrativa, la irrupción de la figura del expresidente altera el equilibrio político en el tablero más sensible: el del liderazgo dentro de Morena. Sheinbaum sabía que el verdadero desafío de su administración no estaba fuera, sino dentro. Morena no es un partido; es un archipiélago de lealtades personales. Y la más grande, la más arraigada, es la que apunta hacia López Obrador. En el momento en que el fundador reaparece, aunque sea desde la presentación de un libro, ese archipiélago se reacomoda. Los gobernadores afinan el oído. Los operadores reactivan canales. Las facciones interpretan. La presidenta lo resiente. El daño no es escandaloso. Es más sutil y más profundo: erosión de autoridad. No porque López Obrador la contradiga, sino porque la eclipsa. La sola presencia del expresidente crea un doble comando simbólico. El mensaje implícito es claro: el movimiento sigue teniendo un patriarca. Y un patriarca no pide permiso para hablar. Sheinbaum, que intenta construir un estilo propio, más institucional y menos estridente, vio cómo el regreso de López Obrador contaminó la agenda pública. Él habla y el país interpreta. Ella habla y el país compara. Y en esa comparación, el peso histórico del fundador siempre juega a su favor. El expresidente lo sabe. Desde Palacio Nacional aprendió que la narrativa es poder. La controla. La administra. La usa. “Grandeza” es un libro, sí, pero también un instrumento político. No es gratuito que aparezca justo cuando el gobierno enfrenta sus primeras grandes turbulencias internas. La presencia de López Obrador actúa como recordatorio para todos los que, dentro del movimiento, pudieran estar tentados a marcar distancia: aquí sigo. Y sigo viendo. El mensaje también es para la presidenta. Tú mandas, pero si hay un desafío para la democracia, como dijo al presentar su libro, me voy a las calles a defenderla. ¿Quién define cuándo hay una amenaza a la democracia? Solo él. ¿Cuál es su horizonte de riesgo? Las elecciones intermedias de 2027. ¿Por qué dice que también recorrería calles y plazas si hay una amenaza a la soberanía? Paternalista, le dice a la presidenta que es débil. Para Sheinbaum, la situación es incómoda. No amenaza la gobernabilidad ni su estabilidad institucional, pero sí erosiona su margen para construir un liderazgo propio. Porque la pregunta que flota en el aire -y que nadie se atreve a pronunciar con claridad- es la misma que recorre los pasillos del poder: ¿Quién manda realmente en el movimiento? Con cada aparición de López Obrador, esa cuestión vuelve a abrirse. Y mientras siga abierta, la presidenta seguirá gobernando con una sombra detrás. López Obrador lo ha dejado muy claro: su liderazgo sigue siendo un territorio en disputa.

rrivapalacio2024@gmail.com

X: @rivapa_oficial